El viaje de Tomás y Mateo. Lisandro N. C. Urquiza
bien, Tommy. La empresa donde laburo es un negocio familiar que fundó mi viejo antes de casarse. Es una compañía de alimentos con distintas líneas de productos; por ejemplo, semillas, aceite, azúcar, etc. El más importante es el negocio de vinos. Justamente, estamos haciendo un convenio con un grupo empresario de Roma que quiere asociarse con nosotros en la producción de unos viñedos que tenemos en Argentina y por ello nos invitaron a visitarlos en Italia. Yo me ofrecí para hacer la negociación, pero en realidad era una excusa para escaparme de todo, y mi vieja y su marido me dieron todo el apoyo; supongo que en parte porque sabían cómo me sentía y por eso no dudaron en enviarme y que de paso me tomara unos días.
—Entiendo, y deduzco entonces que decidiste aprovechar el viaje de laburo y tomar esos días más para refrescar tu cabeza.
Tomás notó que Mateo empezaba a endurecer su semblante.
—Exactamente, me ofrecí a hacerlo para bajar unos cambios porque francamente me sentía muy mal, aunque muy dentro de mí sabía que no volvería. Mi familia nunca supo bien qué me pasaba, pero me apoyaron e incentivaron a hacer el viaje, claro; ellos ni se imaginaron que no tenía motivos para regresar. Mi hermana es una de las socias en la empresa familiar y se encarga de la administración.
—Mujer empoderada… —soltó Tomás levantando su brazo derecho.
—Sí, por supuesto. Ella se encargó de preparar la negociación y todo el asunto legal para la firma de un importante contrato con la empresa de unos amigos italianos.
—Y a vos, ¿qué tarea te tocó?
—Yo me encargaría del cierre del trato con los italianos. Más allá de que tengo la mejor onda con ellos y de que ya son como familia, no tenía muchas ganas de emprender este viaje; sin embargo, lo hice a pesar de todo… y de la carta.
La voz de Mateo se fue apagando hasta quedarse en silencio.
—¿Carta?
Tomás ladeó su cabeza y frunció apenas el entrecejo.
Mateo se quedó con la vista fija. Al cabo de un instante continuó hablando:
—Un día antes de viajar escribí una carta dirigida a mi vieja y la dejé en la caja fuerte de la empresa para que no la leyera hasta que estuviera en viaje; pues, si la veía antes, no me hubiera dejado subir al avión… y la verdad, Tommy, es que ahora me siento un idiota por la estupidez que casi hago. De no ser por vos, yo…
Los ojos de Mateo se llenaron de lágrimas. Tomás lo miró con ternura.
—¿Puedo preguntar qué decía la carta?
—Por ahora no, más adelante sí. Lo único que puedo decirte es que era una carta en la que contaba lo que me estaba pasando y que este viaje era precisamente para terminar con todo eso, pero bueno, ya eso quedó atrás y ahora las cosas cambiaron.
La voz de Mateo sonó enérgica, pero el brillo de los ojos equivalía a una sonrisa. Tomás no pudo evitar su curiosidad.
—¿Qué te hizo cambiar?
—Deberías preguntar quién me hizo cambiar.
Tomás no captó a dónde apuntaba la respuesta de Mateo.
—¿Quién te hizo cambiar?
—Vos, Tommy.
El rostro de Tomás palideció de golpe, más de lo que naturalmente era.
—¿Cómo?
—Verás, hasta esa mañana en que te conocí en la catedral, estaba recontra repodrido de todo; ya no sentía nada, todo me daba igual y mi vida sencillamente me asqueaba. Venía de varios meses de bajón y no podía reponerme. Sentí que había fracasado en todo lo que tenía planeado para mi vida. Sentí que ya no les importaba a las personas que me rodeaban. —Mateo tragó saliva. Se produjo una pausa—. Antes de que me lo preguntes, te aclaro que estuve haciendo terapia con un psiquiatra que me recomendó un amigo, pero eso no evitó seguir pensando que las cosas para mí ya no tenían sentido.
Se quedó en silencio.
Permanecieron en silencio.
Tomás escuchaba con atención los pormenores del relato mirando de vez en cuando su taza, que aún contenía un poco de café. No se animaba ni siquiera a preguntar algo, sentía que Mateo era un cristal tan delgado que, si lo presionaba en lo más mínimo, se resquebrajaría en mil pedazos. Optó por permanecer callado.
—Por eso cuando Elisa me contó del viaje, decidí que quería hacerlo. Sabía que era de trabajo, pero no me importó, y por ello le sumé unos días más como para tomar otros aires. La primera parada en Gales me distrajo un poco y lo disfruté, pero luego de llegar acá, volví a tener la misma sensación que cuando estaba en Buenos Aires.
Tomás saltó en su asiento. La intriga y el querer ayudar lo hicieron hablar.
—¿Por qué pensaste eso?
Mateo giró su cabeza hacia la ventana y miró hacia el horizonte. Tomás no dijo más nada. Esperó la respuesta de su amigo con ansiedad.
El cristal empezó a romperse.
—Porque ya no me interesaba… nada en mi vida importaba, y no quiero sonar alarmista, pero era así.
Tomás no pudo identificar el sentimiento que se apoderó de su ser. Angustia que se mezclaba con ternura, tristeza con esperanza; pero no llegaba a dilucidar la alquimia de tal sentir. Trató de no emocionarse.
—¿Podés seguir o te hace mal hablar?
—Al contrario, me siento más liviano hablando de esto con alguien, y más con vos. —Una pausa. Mateo tragó nuevamente saliva. El cristal estaba astillado, aunque había dejado de quebrarse—. Ese día que te conocí en la catedral, no tenía planeado ir allá. Yo había salido a caminar y lo hacía sin rumbo, tratando de buscarle algún sentido a las cosas. Ni siquiera recuerdo cómo llegué hasta allí… Me detuve un instante en la vereda a sacarme el buzo porque tenía calor, cuando oí tu voz y por eso me acerqué a sacarte las fotos.
—¿Vos pasabas por ahí? —Tomás no llegaba a atar todos los cabos sueltos.
—Sí, y después de despedirnos, un grupo de turistas entró como en manada y me dejé llevar hacia adentro por la corriente. Me nublé en ese momento y lo siguiente que recuerdo es estar sentado en los bancos de madera en el templo con las manos arriba.
—Qué momento de mierda —recordó Tomás—, suerte que no pasó nada.
—Sí, ahora yo pienso lo mismo, pero en ese momento deseé con toda mi fuerza que algo hubiera pasado, Tommy; así al menos terminaba con todo de una vez.
Se hizo un silencio que solamente era interrumpido por la ventisca y los ruidos de la ciudad que caprichosamente entraban por la ventana.
—Esperá, a ver si entiendo… ¿Por eso te fuiste al baño? ¿Te encerraste a propósito?
—Sí, deseaba asegurarme de que si el lugar volaba o lo atacaban yo estaría adentro y terminaría todo.
Tomás se quedó sin expresión, sin capacidad de reacción y sin habla. No quería agregar nada. Sintió que Mateo en cualquier momento se desmoronaría, la voz se empezaba a entrecortar; algunas lágrimas habían empezado a caer en medio de su confesión.
Ese hombre tranquilo, seguro, corpulento y varonil se había convertido en un niño que ahogaba en llanto toda la mochila de padecimientos que venía acarreando desde quién sabe cuándo.
—Tomá un poco de agua, Mateo, te va a hacer bien. Y, si querés calmarte y no hablar más, te entiendo.
Mateo negó con su cabeza.
—No, no, estoy bien, quiero seguir porque quiero que me conozcas —continuó diciendo al tiempo que daba un último sollozo y tomaba aire—. Cuando el policía me halló en el baño, quise pegarle, hacerle algo como para que reaccione, pero no pude. Solo tomé conciencia