El viaje de Tomás y Mateo. Lisandro N. C. Urquiza

El viaje de Tomás y Mateo - Lisandro N. C. Urquiza


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hablamos bien y te explico. A la noche te llamo y hablamos bien, pero no quiero que te preocupes, ¿está claro?

      Luego de la charla, cortó la comunicación y regresó hacia donde estaba Tomás que, al juzgar por el semblante de Mateo, algo lo preocupaba.

      —¿Todo está bien, Mateo?

      —Sí, era mi mamá, me hizo una llamada porque vio las noticias y se preocupó.

      Tomás miró hacia el suelo. Con la franqueza provinciana que lo caracterizaba, no pudo evitar decir algo.

      —Qué extraño…

      —¿Qué es lo extraño?

      —Que el incidente fue ayer y recién hoy te llamara.

      Mateo bajó la cabeza. Se hizo una pausa.

      —La puta que no se te escapa ningún detalle…

      —Perdoname, no quiero pecar de metido —se disculpó Tomás.

      —Está bien, está bien; es por un tema que quedó pendiente cuando me vine de viaje, pero ya está resuelto.

      Tomás no quedó muy convencido, pero ¿quién era él después de todo para meterse en la vida de los demás? Sin embargo, Mateo ya no era alguien más en su vida a pesar de lo poco que lo conocía, y en el fondo sintió que algo no encajaba. Optó por no opinar.

      —Bueno, mejor así, entonces.

      —¿Qué te parece, Tommy, si seguimos con el paseo?

      —Lo que vos digas.

      Luego de conocer una parte del esplendoroso Versalles —dado que recorrerlo completo les demandaría mucho más tiempo del que tenían—, los chicos se trasladaron a su próximo destino: el estadio que Mateo tanto ansiaba visitar.

      —Esto es asombroso, ¿no te parece? —dijo con una sonrisa de oreja a oreja— cuando llegaron al Parque de los Príncipes, hogar del equipo de fútbol París Saint- Germain.

      —Sí, esto es impresionante. —Fue la respuesta de Tomás mirando a su alrededor como si estuviera frente al arco de entrada a un mundo fantástico.

      Mateo estaba emocionado y le contagiaba esa fascinación a Tomás, quien solo sabía que una pelota es redonda y que el fútbol es un juego de dos equipos de once jugadores cada uno. Y, claro está, cuando se encontró en tamaño lugar no pudo evitar abrir la boca.

      —¿Cómo es posible que, habiendo estado antes acá, no visitaras este estadio?

      —Como te dije hace un ratito, en otros viajes que hice no me podía dar esos lujos.

      La expresión de Mateo se entristeció.

      —¿Lujos? ¿Qué te lo impedía? —inquirió Tomás.

      —Es largo de contar…

      —Entiendo.

      Ambos permanecieron en silencio. Una sensación de incomodidad asaltó a los argentinos. Mateo se percató de ello y, quiso cambiar de charla.

      —Antes de irnos, vení, Tommy, acercate que vamos a hacer una selfie.

      Tomás entendió la intención de Mateo. Esbozó una leve sonrisa que acompañó con una mueca sacando la lengua y gritando ¡Whisky!

      La foto terminó publicada en las redes sociales de los chicos. Era un viaje que poco a poco se iba cargando de momentos felices, se iba tornando cada vez más especial.

      CAPÍTULO 6

       MATEO, EL PROTECTOR

       SE SINTIÓ MARAVILLADO

       SE SINTIÓ QUERIDO

      La recorrida por los lugares que estaban planificados marchaba bien. Aún se encontraban en el barrio de Saint-Germain, cuando llegaron a una zona poblada de restaurantes y bares.

      —¿Qué decís acerca de parar un rato y tomar algo? —Mateo lanzó la invitación.

      —Me gusta la idea, no sé qué onda este lugar, pero si a vos te gusta, por mí está bien.

      Con el visto bueno de Tomás, los chicos hicieron escala en un bar de copas, lugar que era frecuentado mayormente por parisinos, por turistas y en menor escala por estudiantes de intercambio. La vedette del lugar era el vino tinto y en particular una de sus variantes: el vino caliente, que los visitantes la bebían con especias como clavo de olor, canela y piel de naranja.

      Tomás miró a su alrededor y se asombró ante la diversidad de personas y lo ecléctico del ambiente: la música era local y se llegaba a escuchar alguna melodía de Edith Piaf, proveniente de una bóveda de piedra, que se encontraba en el sótano; zona en la que siempre la gente terminaba bailando. Los argentinos se ubicaron en la barra y como pudieron se hicieron entender y pidieron algo para tomar. Mateo optó por la favorita del bar y Tomás…, bueno, se inclinó por una burbujeante agua mineral San Pellegrino.

      —Qué buen lugar es este, Mateo, la verdad es que estoy agotado de todo lo que caminé hoy, pero contento por los lugares que conocí.

      —Opino lo mismo, loco, la pasé de diez, hacía mucho que no me divertía tanto —Mateo tomó un sorbo del vino caliente.

      Tomás lo miró y no pudo evitar mirar con cierto asco la bebida de Mateo, a quien preguntó:

      —¿Cómo está eso?

      —¿El vino? Buenísimo, no sabés lo que te perdés. No puedo entender cómo no te gusta el vino. Alguien que no toma vino tiene un problema —dijo muy seriamente Mateo, quien por su actividad estaba acostumbrado a catar los sabores de la vitivinicultura.

      —En realidad, no tomo ninguna bebida alcohólica, no me gustan. En mi casa nunca se tomó alcohol, solo para las fiestas, así que no tengo el paladar para tomar algo que no sea más fuerte que un vaso de cerveza o un espumante liviano. Es todo lo que puedo llegar a tolerar.

      —¡Eso no es vida! —exclamó Mateo con una carcajada—. Pero bueno, sobre gustos no hay nada escrito. Ahora vuelvo, voy al baño, que ya me está haciendo efecto lo que estoy tomando.

      —Tomate tu tiempo, acá me quedo divirtiéndome con mi botella de color verde —siseó Tomás en alusión al agua mineral que estaba bebiendo.

      Aprovechando ese momento solo, sacó su celular, lo encendió y trató de conectarse a la red wi-fi del bar.

      «A ver si conecta… uh, ¿por qué no pondrán una clave más fácil?», se decía para sí, mientras marcaba por cuarta vez la contraseña que estaba escrita en un pizarrón. Una joven de pelo largo y negro como el carbón lo había estaba observando y se acercó.

      —Bonjour, comment ça va?

      —Très bien! —respondió Tomás casi sin levantar la mirada—. Y estaría mejor si el fucking Internet se conectara. —Automáticamente levantó su cabeza, pues se había dado cuenta de que hablaba con otra persona que ahora lo miraba sin entenderlo.

      —Parlez vous français?

      —Non. —Fue lo único que atinó a responder Tommy—. Je suis argentine, je parle espagnol.

      —¡Ah, vous dites boludo! —exclamó la morocha francesa.

      —Exactamente —dijo Tomás, esbozando una leve sonrisa como para dejar contenta a su eventual admiradora quien, por su aliento y su alegría, tenía unos cuantos tragos de vino caliente encima.

      Otra mujer con rasgos germanos y pelo bien rubio le alcanzó una copa y algo le susurró al oído mientras la morocha seguía observando al argentino, que seguía peleando con la contraseña de Internet. Cuando Mateo regresó se encontró con Tomás y las dos chicas, que a esa altura ya estaban una de cada lado del muchacho.

      —Ah,


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