El viaje de Tomás y Mateo. Lisandro N. C. Urquiza
le dolía y se sentía bastante mal, la cabeza le daba vueltas y el cuello le molestaba como si hubiera cargado una bolsa de harina todo el día.
—Mmmm, bueno, pero me quedo con la condición de que dormiré en el sofá.
Mateo accedió y, acto seguido, sacó unos almohadones del sofá del living, dejando uno solo que haría de almohada por esa noche, buscó sábanas del placar empotrado que tenía el departamento junto con una manta que colocó sobre la improvisada cama.
—¿Querés tomar algo antes de dormir? No sé, un té, café, lo que quieras…
—No, Mateo, te agradezco, la verdad es que estoy un tanto cansado así que prefiero acostarme.
—Como digas, yo también me voy a dormir entonces, cualquier cosa que necesites ya sabés dónde encontrarme.
—Gracias, te reportaste conmigo.
—No es nada, yo también te estoy agradecido… hasta mañana y que descanses.
—Hasta mañana, que descanses vos también.
Mateo se dirigió a la habitación, mirando de vez en cuando a Tomás, a quien había cobijado bajo su ala. Por su parte, el rubio se sacó la ropa que traía puesta y se dirigió al baño. Allí se lavó los dientes usando su dedo índice como cepillo y un poco de pasta dental y luego verificó cómo estaba el vendaje de su mano. Volvió al living, sacó su celular de la mochila y buscó dónde ponerlo a cargar. Encontró un tomacorriente cerca del sofá y se puso a revisar las novedades del teléfono: había varios mensajes de whatsapp de su hermano, varios mails que habían llegado, pero ninguno importante y finalmente el ícono de Facebook en su celular le marcaba alguna actividad; en su muro aparecía una fotografía que decía “Mateo te ha etiquetado en una foto”. Era la selfie que habían elegido en el estadio esa tarde y que, a juzgar por la hora en que estaba subida, lo hizo mientras estaban en el bar.
Miró la foto un largo rato, debajo de ella estaba escrito: “con mi nuevo amigo”, luego repasó todo lo sucedido en el día —algo que solía hacer habitualmente— y, con una sonrisa, se acostó sabiendo que algo interesante y nuevo estaba comenzando en su vida.
CAPÍTULO 7
DESAYUNO FRANCÉS
RUISEÑORES EN MI VENTANA
Un aroma a café y pan tostado despertó a Tomás. Miró a su alrededor tratando de recordar dónde estaba. Envuelto en una manta que hacía de cobertor, se veía como un capullo en su larva. Muy lentamente se sentó en el sofá que ofició de cama y se dedicó por un segundo a despabilarse. Se puso de pie y comenzó a caminar por el departamento, siguiendo el olor que lo llevó a la cocina, donde estaba Mateo.
Se encontraba en plena faena de preparar un desayuno al estilo francés y, viendo la forma en que se desenvolvía, parecía encontrarse en su ambiente; como un obrero cuya figura tranquila e impasible cumple su función natural.
Tomás se cruzó de brazos y se detuvo a observarlo un instante.
Su anfitrión se movía con gracilidad, vestido con una camisa de una tela similar al jean, un pantalón liviano de color claro. Estaba descalzo y su pelo se veía resplandeciente por la humedad que aún conservaba del baño que había tomado un rato antes.
Tenía todo preparado para servir el desayuno sobre una pequeña mesa redonda de madera que armaba juego con dos sillas de madera, que tenían un diseño de abanico en el respaldo. Un mantel a cuadros rojo y blanco era el anfitrión que invitaba con dos tazas de café con leche, dos vasos de jugo naranja, unos frascos con distintas mermeladas y una fuente de porcelana que tenía tostadas y unos croissants.
—Buen día. —Tomás se acomodó un poco el cabello, que parecía un nido de cotorras.
Mateo giró sobre sí sosteniendo unas delicadas servilletas de tela.
—Buen día, ¿cómo estás? ¿Cómo está tu mano? Me sentí mal de ver que dormiste en el sofá…
—¡Estoy bien, no te preocupes; es muy cómodo tu sofá! —respondió Tomás con una sonrisa.
—Me alegro de que estés bien. —Mateo se quedó un momento observándolo.
—¿Qué te parece si ahora desayunamos?
—Sí, claro, pero dejame que me arregle un poco y me vista. ¡Mirá lo que soy yo y mirate vos! —Tomás farfullaba mientras Mateo lo miraba ladeando su cara—. ¿Cómo puede verse una persona así por la mañana? Parecés un modelo salido de una revista. ¿Siempre te ves así cuando te levantás de dormir?
Mateo sonrió como hacía mucho no lo hacía. Ni siquiera la luz del sol que entraba por la ventana le hubiera podido competir en brillo. Sin amilanarse, respondió:
—Qué personaje que sos; bueno, dale, que ya está todo listo para desayunar.
Tomás se vistió, se lavó la cara y trató de arreglarse lo más que pudo; puesto que la única muda de ropa que tenía era la del día anterior. Regresó y se sentó en el lugar que le había reservado Mateo. La mesa del desayuno estaba colocada estratégicamente cerca de un ventanal desde donde se podía apreciar el centro de París. Tomás se maravilló con esas vistas, donde la bruma que había dejado la lluvia dejaba ver como a través de un velo la silueta de la Torre Eiffel a lo lejos.
Con ese paisaje de fondo, los chicos iniciaron el ritual del desayuno. Tomás observó a Mateo sentado frente a él y luego posó sus ojos sobre la mesa. Con algo de vergüenza le dio un sorbo a su taza y se sirvió una confitura que contenía mermelada de frutillas.
—¡Riquísimo, mis felicitaciones al cocinero! —Fue la primera reacción del rubio.
—Ah, no es nada, solo es café con leche y unos croissants comprados en la pastelería de abajo, nada más.
Mateo levantó su taza y le dio un sorbo. Sonrió y se quedó en silencio mirando a Tomás.
Y él le devolvió la sonrisa.
—Sí, ya sé que es solo un desayuno, pero el amor y el desinterés con el que se ofrecen es lo que le da valor. —Los ojos de Tomás brillaban.
Mateo asintió.
—Bueno, muchas gracias.
Tomás volvió a darle un sorbo a su taza, gesto que imitó su anfitrión. Pasó un rato en que intercambiaron ideas, recordaron algunas de las cosas vividas la noche anterior y, por supuesto, también quisieron saber más el uno del otro.
—Mateo, ¿tuviste algunas pesadillas anoche?
—¿Cómo?
—Te pregunto si tuviste algún tipo de pesadilla, porque te despertaste un par de veces diciendo algunas palabras sueltas. Algo sobre una carta…, cosas de las que te arrepentías…, no sé, no llegué a entender y fue inevitable escucharlo porque tus palabras…, bueno, se escucharon desde acá.
Mateo dejó su taza sobre la mesa. Se quedó mirándola como perdido. Al cabo de un momento reaccionó.
—Debí imaginarlo… Tommy, sé que puedo confiar en vos, te voy a contar algo, y espero puedas entenderme —dijo poniéndose serio de repente.
—Soy todo oídos.
Tomás le dio un sorbo a su taza y se quedó en silencio.
Mateo lo miró y comenzó a contarle su historia:
—Antes de emprender este viaje, me encontraba en un momento de mi vida en que todo era un desastre. Un divorcio después de muchos años de matrimonio, una mudanza, mi familia, las tensiones del trabajo. Todo era una combinación de cosas que me hicieron sentir que la vida no era como yo la había soñado.
—Te entiendo. —Tomás dejó su taza.
—Este