El viaje de Tomás y Mateo. Lisandro N. C. Urquiza
a debatir más a fondo acerca del tema.
—Me refiero a que ninguna otra disciplina te hace conocer la mejor manera de utilizar las palabras, de enriquecer el idioma y de enriquecerte a vos mismo como lo hace la literatura. Eso solo se aprende leyendo, y entonces se produce lo que pasa hoy, que cada vez se usan menos palabras.
—¿Vos decís? —Mateo se tocó la barbilla.
—Sí, y de esta forma el vocabulario se va reduciendo, pues la gente va necesitando menos palabras porque se van educando para el lenguaje de una pantalla y, si no, fijate solamente con usar el celular —ni hablar de una computadora— cómo se va deformando la forma de escribir, pero claro, esto es una opinión muy mía.
—Quizás es solamente porque la moda es así y, con el tiempo, si se pone de moda de nuevo leer, esto seguramente cambiará —afirmó Mateo con un tono no muy convencido de lo que estaba diciendo, pero quiso aportar algo.
—Posiblemente, sin embargo, creo que las personas que escriben o se manifiestan así también deben pensar así, la expresión siempre viene acompañada de un pensamiento y, si vos te expresás de esa manera tan básica o elemental, tu pensamiento se vuelve básico y elemental. Y eso no lo reemplazan las computadoras, por más avanzadas que sean.
—¿No? —preguntó con inocencia Mateo.
—No —respondió firmemente Tomás—. Porque a la hora de expresarte lo vas a hacer de una manera muy pobre e incluso caricatural si no tenés una formación de buenas lecturas que, entre otras cosas, te permitan conocer tu idioma. Es curioso lo que pasa con este fenómeno.
—¿Qué significa eso?
—Que, por un lado, hay una revolución tecnológica que busca mejorar la vida de la gente y, por el otro, veo un empobrecimiento increíble del lenguaje.
—Viéndolo así, tenés mucha razón, tu pensamiento es muy profundo, me has sorprendido —concluyó Mateo, quien se quedó un lapso de tiempo pensando. Cuando salió de ese sopor agregó—: Fuera de lo laboral, ¿qué otras cosas hacés? ¿Practicás algún deporte, hacés alguna otra actividad?
—Me gustan los deportes, sobre todo los de equipo, en el secundario jugué en el equipo de volleyball del colegio, pero actualmente no practico ninguno, aunque sí me gusta ver algún que otro partido que pueda resultar interesante.
Mateo lo miró de arriba abajo como si fuera un médico examinando a un paciente y dijo:
—Pero te mantenés en forma, man.
—Eso es porque voy a un gimnasio donde hago un poco de todo: entreno regularmente, meto un poco de cinta o bici y de vez en cuando suelo engancharme con alguna actividad que hagan, tipo alguna maratón corta o algo así.
—Qué interesante, nunca lo hubiera adivinado.
—¿Qué?
—Para empezar, pensé que tenías alguna actividad relacionada con el arte; digo, por cómo hablás, cómo te movés; pero nunca imaginé que estaría frente a un profesional de los números y futuro escritor.
—¿Eso es bueno o malo? —Tomás ladeó la cabeza.
—Disculpame, no quise que sonara así. Solo te detallaba lo que no pude ver de tu perfil, como te dije antes, hubiera pensado que tu profesión era cualquier otra…
Y allí Tomás esbozó una sonrisa que era el preludio de alguna de sus típicas puestas en escena:
—Cuando era chico mi abuela me decía que iba a ser médico, comisario de a bordo de un avión o sacerdote…
—¿Sí? —preguntó inocentemente Mateo.
—¿Cafecito o una hostia para el señor? —bromeó Tomás.
—¡No podés ser tan hijo de puta! —exclamó Mateo en medio de una carcajada.
—Callate, ridículo.
Ambos sonrieron y Mateo cambió de tema:
—¿Y qué planes tenés para mañana?
—Bueno, tengo un pase para ir al Louvre y después pienso recorrer algunos lugares típicos como el barrio de los pintores, el Museo de Orsay, Les Champs-Élysées, el barrio Latino y terminar la noche haciendo el paseo en barco por el Sena, dicen que es lo más porque se ve París de noche.
—¡Apa!, eso es todo un plan, conozco esos lugares y, si me permitís, te voy a hacer un itinerario de dónde empezar tu recorrido, qué lugares son baratos y en cuáles tenés que tener cuidado, pues muchos se aprovechan de los turistas “tiernos” y les parten la cabeza con lo que les cobran.
—¿Tiernos? ¿Te parezco tierno? Ja, ja, ja.
—Me refiero a los turistas que son nuevos, acá los huelen enseguida…
—Ya sé, ya sé. Lástima que ya conozcas esos lugares, si no te invitaba a que me acompañaras. ¿Qué vas a hacer vos? —preguntó Tomás.
—Tengo pensado recorrer primero el Parc des Princes.
—¿Ese es el estadio del París Saint-Germain?
—Así es, me gustaron los deportes desde chico, jugué en el equipo de rugby de mi colegio en el secundario y después un tiempo en el club al que siempre fui. También me gusta mucho el fútbol y siempre que puedo me engancho con algún picadito con mis amigos, aunque ahora nos juntamos cada vez menos. Por eso también es que después de visitar el estadio de los príncipes voy a visitar el Camps des Loges que es el centro de formación del club. De ahí quiero ir a visitar el Estadio de rugby Jean Bouin; y, si me queda tiempo, hacer el Court Philippe-Chatrier.
—¿Ahí juegan al tenis?
—Sí, señor, allí juegan el torneo de Roland Garros —dijo Mateo orgullosamente—. Para la noche seguro voy a estar de vuelta; y podría acompañarte al viaje por el Sena y despedirme de París, ¿qué te parece?
—Me parece una idea magnifique —bromeó Tomás intentando imitar el acento francés.
—Bueno, ahora tomá nota que te voy a pasar un par de consejos de dónde empezar tu viaje.
De esta forma, luego de armarle un listado de consejos y recomendaciones para que el itinerario de Tomás fuera todo un éxito, Mateo se despidió con un fraternal abrazo. Salió acompañado hasta la vereda del hotel y mientras esperaba un taxi no pudo evitar decir:
—Gracias por la buena onda, Tommy. Estoy contento de haberte conocido.
Los chicos se encontraban a la luz de una vieja farola. Mateo, con sus manos en los bolsillos del pantalón y Tomás, con sus brazos cruzados, quizás como una forma de guarecerse del viento fresco que recorría las calles parisinas. Frente a esta declaración, lo miró directamente a los ojos, dejando que el brillo de las luces rebotara en sus pupilas.
—Yo también estoy contento de haberte conocido, creo que esta noche vos y yo nos convertimos en el Principito y el zorro, ¿no te parece?
Mateo esbozó una sonrisa torciendo levemente la boca hacia un lado. Una fila de dientes blancos como perlas fueron la feliz respuesta al interrogante de Tomás. En medio de la escena, el vehículo de color amarillo con la luz en el techo que anunciaba “libre” se detuvo en la acera.
—Que tengas buenas noches, Tommy… y andá rápido adentro que hace frío. —Fue el saludo en un tono que sonó nostálgico.
Lo tomó por los costados de manera protectora, le dio un beso en la coronilla y se subió al auto. Cerró la puerta de este y bajó la ventanilla, en tanto Tomás se arrimó hasta quedar muy cerca de su amigo, a quien le susurró:
—Que descanses.
CAPÍTULO 5
PASEOS Y REVELACIONES
UNA CARTA
Tomás dejó sus llaves