El viaje de Tomás y Mateo. Lisandro N. C. Urquiza

El viaje de Tomás y Mateo - Lisandro N. C. Urquiza


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que yo buscaba algún tipo de relación más estable, en la que pudiéramos estar juntos más tiempo que solo los fines de semana y compartir las cosas de la vida diaria, y eso él no lo quería.

      —¿Por qué? ¿Qué es lo que él quería? —Mateo se acomodó en su silla y se mantuvo expectante.

      Tomás perdió su mirada en un punto. Por primera vez, sintió que estaba metiéndose en un terreno de su vida que no estaba muy seguro de querer mostrar. Sin embargo, la mirada, la personalidad y la forma en que lo miraba a los ojos, le respondió:

      —Él estaba habituado a vivir con sus padres, y conmigo tenía un noviazgo de fin de semana. Como te dije antes, al principio no lo cuestionaba, pero cuando pasaron varios años me empezó a molestar. Sentía que no me tomaba en serio o que era siempre la segunda opción.

      —Es feo que te pase eso…. —Mateo sonó condescendiente.

      —Sí, qué sé yo, siempre quise poder estar bien con alguien; y ni siquiera te hablo de formar una familia en un futuro, que sería mi más anhelado deseo. Siempre quise tener a mi lado a alguien que tirara a la par, que me quisiera y me lo demostrara.

      —Pero no todo el mundo es demostrativo, Tommy…

      —Sí, ya sé, y no pretendo que alguien me esté besando continuamente o que sea pegajoso. Me refiero a estar con una persona que al menos se acuerde de que existo, que cuando me vea al final del día me pregunte, “¿Cómo fue tu día?” y no “¿Qué hiciste de comer?”

      Mateo estalló en una carcajada.

      —Me hacés reír con la forma en que lo decís, pero te entiendo. ¿Y por qué estuviste tantos años esperando eso y no lo cortaste antes?

      —Porque tenía esperanzas de que esa situación cambiara y, como te dije antes, porque amaba mucho a esa persona.

      —¿Y en medio de todo eso fue que ocurrió lo que me decís, digo, en tu empleo?

      —No precisamente, esta relación se terminó un poco antes de que yo dejara mi trabajo.

      —Así que deduzco que fue uno de los detonantes para que tomaras una decisión tan tajante.

      —Supongo, aunque también algunas cosas que fueron pasando en el medio, como la enfermedad de mis sobrinas, en que no pude estar con ellas como hubiese querido; también me mostraron que estaba lejos de “mi manada”. —Palabras alusivas al libro que Mateo sostenía en su regazo.

      —Sonás como un personaje del libro… —reflexionó Mateo.

      —Sí, supongo que me siento identificado con él, y con el concepto de proteger a quienes amo y lo que amo. Así que volví a mi hogar, permanecí cerca de mi familia, y superamos momentos muy duros. Actualmente, las cosas mejoraron, pero bueno, no te puedo negar los efectos colaterales y que las heridas de las batallas perdidas me siguen doliendo…

      Algunas lágrimas se mezclaron con un sollozo que entrecortó su voz.

      Mateo lo miró con una sonrisa que mezclaba compasión y ternura, le acercó su vaso para que se repusiera. Luego de darle un sorbo que le supo a oxígeno, el rubio continuó su relato.

      —Y así, sin más, luego de unos meses de haber tomado la decisión de cambiar el rumbo de mi vida y mientras estoy comenzando una actividad por mi cuenta, me llegó la posibilidad de hacer este viaje por Francia e Italia. Y la verdad es que no lo pensé mucho: tenía el pasaporte vigente y unos euros ahorrados, así que, cuando me quise acordar, estaba subiéndome al avión en el aeropuerto de Ezeiza.

      —Sos muy decidido, por lo visto, y creo que hiciste bien en venir.

      —Sí, eso supongo…

      Mateo se quedó nuevamente en silencio. Algo en la conversación con Tomás lo había movilizado; no sabía bien qué le pasaba, pero ya no era el mismo que conoció en las escalinatas de la Catedral. Su mirada se había clavado en él, sin embargo, no estaba en ese momento ahí.

      —Mateo, ¿estás acá? —dijo Tomás al advertir que no daba signos de vida inteligente.

      —¿Eh? —balbuceó el morocho—. Sí, acá estoy.

      —¿Puedo preguntar en qué pensás?

      —Nada, Tommy, solo me fui por un momento, disculpame.

      Mateo le devolvió la novela a Tomás y la guardó en su mochila. Ambos se quedaron un instante en silencio, el que se hizo más profundo en el hombre de pelo negro. Había pasado por un tornado de emociones y no estaba seguro de poder enfrentar una más, al menos por ese día.

      —Está bien. —Una idea le atravesó el semblante—. Espero no estar aburriéndote.

      —En lo absoluto, me gustaría saber muchas más cosas de vos, pero… ¿qué te parece si vamos marchando? Ya está cayendo la noche y podemos seguir la charla camino a nuestros alojamientos.

      De esa forma, una vez que pagaron la cuenta —en realidad pagó todo Mateo, quien no dejó a su nuevo amigo pagar lo suyo—, los chicos salieron y cambiaron la conversación.

      —¿Estás parando en un hotel o en un departamento? —preguntó Mateo.

      —Estoy alojado en un hotel, ¿y vos, qué onda?

      —Yo me alojo en unos departamentos que se alquilan por día a turistas.

      —Buen dato, lo voy a tener en cuenta para un futuro viaje, ya que debe ser más cómodo que un hotel y seguramente más barato —expresó Tomás como para hacerse el viajado, pero sin tener idea de nada.

      —Sale más o menos lo mismo, solo que tenés la ventaja de poder comprar cosas para cocinarte y prepararlas en tu departamento. De otra manera, la opción es salir a comer todos los días y muchas veces es más caro o por ahí no tenés ganas de salir. Y hablando de salir, ¿qué vas a hacer esta noche? ¿Ya armaste algún plan?

      —No, por lo pronto quiero llegar, bañarme y tirarme un ratito así estoy descansado para salir después a cenar.

      Los chicos se detuvieron un instante al llegar a una esquina. Mateo sacó un teléfono celular de última generación y abrió una aplicación que tenía unos mapas. Le preguntó a Tomás dónde estaba su hotel y, tocando con el dedo índice la pantalla, chequeó las distancias a las que se encontraban.

      —¡Hey, estamos a pocas cuadras!

      —¿Qué cosa?

      —El Google Maps me dice que estamos a pocas cuadras de distancia.

      —¡Ah! —exclamó Tomás.

      Mateo lo miró e hizo un gesto bajando una de sus cejas y frunciendo el ceño.

      —No tenés la más puta idea de lo que te estoy hablando, ¿verdad?

      —La verdad es que no… —respondió Tomás con sus mejillas como dos tomates.

      —Mirá, esta es una app donde ponés las coordenadas y te ayuda a ubicarte. Es un mapa-brújula.

      Tomás se asomó por entre los brazos de Mateo y puso su nariz casi sobre la pantalla del dispositivo. Éste, lo observaba. Le causó gracia la actitud, pues estaba como un niño que ve el mar por primera vez.

      Sonrió, y algo en su interior se estremeció. Sintió algo lindo, algo diferente, algo que nunca había sentido al estar al lado de una persona. Dejó que Tomás tocara la pantalla y, al cabo de un rato, guardó el teléfono y lanzó una invitación.

      —Bueno, ¿qué te parece si vamos a cenar a un buen lugar y te muestro lo mejor de la noche de París? Conozco muchos lugares copados.

      —Me gusta tu idea —respondió con seguridad Tomás.

      —¡Buenísimo!

      Dicho


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