El viaje de Tomás y Mateo. Lisandro N. C. Urquiza
o sea que… ¿armaste viaje escapándote de algo o de alguien?
—Alguien una vez dijo que los viajes no eran para escapar de la vida, sino para que la vida no se te escape —expresó Tomás—. Sucede que este año ha sido un punto de inflexión en mi vida y eso me trajo hasta acá.
—A ver, contame un poco más cómo es eso —dijo Mateo con evidente interés.
—Bueno, en realidad creo que algo de razón tenés, no en cuanto a escaparme, sino a buscar otra perspectiva de mi vida.
—Algo voy captando…
—Digamos que, hace casi un año, terminé con una pareja con la que tenía muchos años saliendo —soltó sin pudor Tomás.
—¿Vivían juntos?
—No, y ahí estaba el otro problema. Por el trabajo que tenía, estaba obligado a estar durante la semana viajando. Los lunes me iba para el interior y volvía los viernes a mi casa.
—¿Y dónde vivías esos días?
—En hoteles, posadas, donde fuera que cayera. Lo cual ya de por sí, sumado al viaje, era un desgaste.
—Supongo que por el hecho de tener que dejar tu casa —dijo Mateo.
—Algo así, cuando compré esa casa, que es donde vivo ahora, trabajé mucho para convertirla en un hogar, hice muchos sacrificios para después no poder disfrutarla.
—¿Qué actividad tenías?
—Trabajaba en las sucursales de una compañía de finanzas.
—Y la experiencia no fue la mejor…
—Así es —Tomás suspiró—. Te aclaro antes que no fue algo de un día para el otro, me llevó mucho tiempo madurar la decisión y el proceso que me llevó hasta ese lugar. Siempre he trabajado, digamos, en empresas que eran importantes…
—Pero… —interrumpió Mateo.
—Pero no me sentía a gusto. No me malentiendas, eran de las que llaman “empresas seguras”. Te pagan a fin de mes, te llenan de discursos sobre los valores, el buen clima y las buenas condiciones de trabajo y, por tener una dosis de poder debido a todo eso, se creen dueños de manejarte la vida.
—¿Tan jodidos eran?
—Para que te des una idea, tenía como pasatiempo escribir, me encanta la literatura. Esto, además, hacía que participara en eventos literarios, ferias, etc; lo cual fue motivo de disgusto para alguien de más arriba que yo.
Mateo ladeó la cabeza.
—Pero ¿qué tenía que ver si era parte de tu vida privada?
Tomás se quedó en silencio un momento, al cabo del cual sacó de su mochila un libro de tapas negras que se veía bastante voluminoso, y se lo entregó. El libro tenía algunas banderitas de colores pegadas que llegaban casi hasta la mitad, y por cómo se veían las hojas a simple vista, daban la impresión de que Tommy venía disfrutando de esa aventura.
—¿De qué se trata? —Mateo miraba la portada.
—Es una novela de fantasía que cuenta la historia de un flaco que se enamora de otro.
Mateo leyó la sinopsis en la contratapa y se quedó en silencio. Tomás lo observó.
—Es una novela romántica, de temática LGBT.
—¿LGBT?
—Es la sigla con la que se identifica a la comunidad gay, lesbiana, bisexual, trans, etcétera.
—¿Y qué tiene que ver con lo que me estás contando?
—Que las historias que escribo tienen esta temática, lo que les empezó a molestar a algunas personas.
Mateo dejó ver una pequeña sonrisa.
—Creo que voy entendiendo…, algún machirulo homófobico que se sentía molesto.
—Supongo —respondió Tomás con la voz quebrada—. Eso hizo que me persiguieran con toda clase de estupideces, a tal punto que un determinado día, mis superiores me informaron que debía tomar una decisión; debido a que no estaba bien visto lo que hacía y que me encontraba “mediáticamente expuesto” por el solo hecho de publicar historias que no tenían nada que ver con mi trabajo el cual, dicho sea de paso, hacía bien.
La mirada de Tomás se ensombreció. Su voz se había quebrado. Tomó un sorbo de su bebida y continuó diciendo:
—Fue en ese momento cuando di cuenta de que esa carrera que estaba corriendo en realidad era una lucha de nunca terminar, una batalla continua contra seres incapaces que, por tener un cargo y sentarse en una oficina sin tener idea de la realidad de las personas, pretendían manejarlas como si fueran títeres en un improvisado y mediocre teatro.
Tomás soltó un sonido ligeramente estrangulado.
—¡La puta que sos jodido, rubio! —Mateo le devolvió una risotada.
Tomás esbozó una sonrisa cómplice y le dio un nuevo sorbo a su bebida; dejó la copa sobre la mesa y continuó contando sus experiencias laborales.
—Cuando me saqué la venda de los ojos y corté los hilos de esos seres que me manejaban, pude darme cuenta de que yo no necesitaba de su abulia, su inutilidad, su incoherencia y su irracionalidad. No soporté seguir laburando en condiciones infrahumanas. Sentí que ya no tenía por qué obedecerlas: ese fue mi rechazo, a no poner mi mente al servicio de una fuerza bruta, intolerante, hipócrita —Tomás gruñó—. Espero que no me malentiendas; nunca me sentí culpable de mis cualidades, ni de mi mente, ni de ser humano, ni mucho menos, de que me hicieran sentir que era diferente. —Su voz se entrecortaba y disolvía las palabras en un llanto que pugnaba por atacarlo sin defensa. Se detuvo un momento, tomó aire y terminó su idea—: Desde chico supe cómo me llamaban a mis espaldas y lo sufrí cuando me decían las mismas cosas a la cara. Siendo adulto, tampoco fue la excepción.
Él dijo, “El límite fue mi vida”.
Él dijo: “Mis afectos, los sueños que quería cumplir”.
Él dijo, “Fui libre para comprender mi propio valor y me rebelé para no ser la comida de los caníbales, y además tener que cocinarla. Aún no soy ni un cuarto de la persona que quiero ser, por eso estoy trabajando en mí. Soy mi proyecto más importante”.
El estandarte que Tomás levantó en cuestión de segundos dejó sorprendido a Mateo. Nunca había conocido a alguien con tanta personalidad y eso se lo dejó de manifiesto.
—Hay que tener coraje para hacer algo así.
—¿Vos decís?
—¡Obvio!
Tomás se había quedado en silencio, mirando hacia un lugar como si se hubiera desvanecido. Era evidente que el muchacho había expresado una situación que le pesaba y Mateo se dio cuenta. Volvió a leer lo que le faltaba de la sinopsis del libro y, antes de devolvérselo, le dedicó una leve sonrisa, quiso desdramatizar el momento con otra pregunta.
—Che, Tommy, y respecto a tu pareja, ¿qué pasó?
El rubio volvió de repente al mundo y, emulando la sonrisa de Mateo, respondió:
—-Supongo que algo parecido, aunque duró mucho más de lo que hubiera imaginado. Los primeros años fueron muy buenos…
—Como la mayoría de las relaciones que empiezan —dijo Mateo sarcásticamente.
—Así es. Al principio nos fuimos adaptando porque cada uno tenía su casa y vivíamos en zonas diferentes. Esto también hacía que solamente nos viésemos los fines de semana.
—¿Y eso fue lo que desgastó la relación?
—En parte sí. Verás, cada uno tenía una forma distinta de ver la relación de pareja: teníamos muy poca diferencia de edad —él era dos años más grande que yo— y tenía