El viaje de Tomás y Mateo. Lisandro N. C. Urquiza

El viaje de Tomás y Mateo - Lisandro N. C. Urquiza


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—dijo Tomás en tono condescendiente—. Nosotros perdimos a nuestros viejos hace unos años en un accidente de tránsito, para esa época mi hermana estaba casada y tenía su vida armada.

      —¿Y qué pasó con vos y con tu hermano? —se interesó Mateo.

      —Yo vivía solo en Aldea del Norte, así que Juanse se vino a vivir conmigo y así fuimos “criándonos”, hasta que él se recibió en la facultad y al poco tiempo se independizó también. Actualmente, vive en un departamento en la ciudad, a unos pocos kilómetros de la Aldea.

      Mateo esbozó una sentida sonrisa y tomó una actitud compasiva. Algo en el relato de Tomás le estaba generando una sensación que hacía mucho no tenía y trataba de descubrirla. Así y todo, siguió escuchando con atención.

      —Interesante, deben ser una familia muy unida. —Fue todo lo que salió de sus labios.

      —Sí, sobre todo con mis hermanos soy muy pegado.

      El mozo comenzó a traer las bebidas y minutos más tarde hizo su aparición con una elegante bandeja de plata en la que traía los platos que degustarían los argentinos. Una vez que tuvieron servida su comida, Tomás y Mateo brindaron y se dedicaron a saborear la exquisita cena. Permanecieron unos minutos en silencio, el que era interrumpido por el ruido de los cubiertos contra la porcelana. Como música ambiental, en un volumen muy bajo, se escuchaba un tema pop en francés, que Mateo identificó como “Ella”.

      Con este ritmo, el lugar tenía una sincronización perfecta de camareros que iban y venían en medio de ese caos de clientes que entraban y salían del elegante y popular restaurante. Cuando cada uno de los argentinos comenzó a probar sus bocados, fue inevitable comenzar un nuevo diálogo, solo que esta vez sería más profundo.

      —¿Mateo, y que me contás de vos? Me dijiste que viajabas solo…

      —Sí —respondió el morocho limpiándose la boca con la servilleta, luego bebió un sorbo de vino—. Yo soy divorciado, estuve casado por seis años, con quien fuera mi novia de la universidad.

      —¿En serio? ¿La conociste en la universidad y después se casaron? Pensé que eso pasaba solo en las películas —dijo Tommy riéndose, hasta que de pronto se dio cuenta de que el semblante de su interlocutor había cambiado al hablar de este tema, por lo que el muchacho de pelo azafrán se disculpó.

      —No te hagas problema, está todo bien. Te cuento un poco: los dos estudiamos Ciencias Económicas y nos graduamos con un año de diferencia. Yo seguí luego haciendo posgrados al mismo tiempo en que me metía en la empresa de la familia. Ella, por su parte, prefirió ir por otra rama, trabajando en una multinacional con la que viajaba mucho. Cuando me acuerdo de lo que vivimos, a veces, me agarra un poco el bajón, pero lo que pasó, pasó; como dice la canción.

      —¿Tenés hijos?

      —No, lamentablemente, no.

      El rostro de Mateo de pronto se ensombreció. Una palidez en pocos segundos se apoderó de la expresión del hombre de pelo oscuro al punto que Tomás pensó que se desmayaría en cualquier momento. Se quedó en silencio unos minutos y seguidamente tomó aire, se recuperó y siguió diciendo:

      —Ambos le habíamos dado mucha prioridad a nuestra carrera; algo que no me parecía mal, puesto que los dos estábamos creciendo. Con el paso del tiempo, quise armar una familia, pero Laura creía que todavía no era el momento adecuado, y eso llevó a nuestro divorcio.

      —¿Quién es Laura?

      —Mi exesposa.

      —Ah, ok. ¿Y después de eso? ¿Cómo seguiste con tu vida?

      —Después de eso, debo confesarte que estuve mal, las cosas no terminaron muy bien; si bien por un lado estaba un poco más aliviado de mantener una relación que no iba ni para atrás ni para adelante…

      —¿Y por el otro?

      —Por el otro lado, empezaba a sentir la soledad. Imaginate, volver a vivir a mi departamento de soltero, dejar una casa a la que llamaba ‘hogar’, empezar de vuelta, me sentía otra persona; sentía que no era yo al que le sucedía todo eso.

      —Te entiendo, creo que a nuestra edad a muchos nos ha tocado pasar por eso.

      Mateo sonrió levemente y dijo casi como en tono de broma:

      —Nada viene con garantía hoy.

      —Es verdad —respondió Tomás con la misma sonrisa.

      Entre charlas y confesiones transcurrió la cena. Al terminar y, después de agradecer al garçon y a Giselle la buena atención, los muchachos emprendieron la retirada. Estando en la vereda y dado que se encontraban a pocas cuadras del hotel donde se hospedaba Tomás, Mateo se ofreció a acompañarlo hasta allí y luego seguiría en taxi hasta su apartamento.

      Cuando llegaron a la puerta del hotel, notaron que presentaba una inusual actividad. Eso se debía a que el ecléctico lugar tenía un bar cuya carta de tragos atraía a mucha gente de la zona; mayormente turistas y algún que otro paisano. Los argentinos se quedaron observando el movimiento de gente y Tomás hizo una propuesta.

      —Mateo, el lobby tiene un bar muy copado, ¿qué decís de tomar algo y seguir con la charla? Yo invito.

      —Mmmm, no sé, Tommy, mañana quiero empezar temprano mi recorrido, ya que quiero aprovechar mi último día en París.

      —¡Qué mala onda la tuya! —exclamó con una sonrisa Tomás.

      —Te estaba jodiendo…, me hablaron muy bien del bar de este hotel. ¿Sigue en pie la invitación?

      —¡Obvio, entremos antes de que me arrepienta!

      Se sentaron en la barra, pidieron lo que iban a tomar a un joven bartender y retomaron la conversación que habían empezado en el restaurante:

      —¿Y qué hacés ahora en Buenos Aires, Tommy, qué actividad emprendiste? —preguntó Mateo mientras tomaba un sorbo de un trago color rojo.

      —Monté un estudio relacionado con mi profesión. Como hobby, escribir, aunque me gustaría en un futuro no muy lejano poder despegar como escritor profesional.

      —Deduzco entonces que te gusta mucho leer…

      —Sí, soy un lector empedernido y además trabajé de muy joven como profesor ayudante en Lengua y Literatura. Siempre estoy leyendo algo…

      Mateo lo interrumpió.

      —¡Sí, como el libro de los chicos enamorados! —bromeó lanzando un beso al aire.

      —Qué boludo —Tomás lanzó una carcajada y siguió diciendo—: es que los libros siempre han sido importantes, siempre he sentido que me enriquecen la vida, siento que forman, fomentan la inventiva, la imaginación y el espíritu crítico.

      Se hizo un silencio que Mateo se encargó de romper.

      —¿Y no te preocupa que, con el avance de la tecnología, puedan desaparecer?

      Tomás amplió sus ojos y alzó sus cejas, se quedó pensando la respuesta.

      —No sé si eso pasará, es una realidad que no se puede descartar; ojalá que el avance de los medios audiovisuales no lo marginen, puesto que eso me hace pensar también que empobrecería mucho la existencia de las personas.

      Mateo frunció la frente y torció a un lado la cabeza.

      —¿Por qué creés eso?

      El contrapunto que se daba era pintoresco, Mateo y Tomás parecían ajedrecistas, cuya dialéctica conformaban las piezas de su tablero. Ahora le tocaba mover al rubio.

      —Te doy un ejemplo: en mi opinión, cuando un libro llega a una pantalla, se convierte en un entretenimiento para divertir o emocionar de forma pasajera, superficial —comenzó diciendo Tomás—. Ojo, hay muchas cosas muy buenas en las pantallas, pero el efecto es mucho más pasajero y mucho más superfluo que el de la literatura,


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