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posibilidad de tomar unas y prescindir de otras, pero, sobre todo, puede permanecer en los márgenes y construir alternativas diferentes desde allí; alternativas no necesariamente antiestatales pero sí diferentes del inventario gubernamental. Quizás uno de los rasgos más interesantes de estas experiencias es la diversidad de estrategias resistentes que las comunidades son capaces de desplegar, desde la lucha legal hasta las resistencias armadas, pasando por diferentes formas de presión, negociación y movilización.

      Precisamente por su colocación desde los márgenes, la lucha comunitaria evita los espacios de mayor potencia del Estado, como lo partidario o lo electoral, tanto en su versión nacional como local. Prefiere, en cambio los espacios de indefinición, como la defensa de una multiculturalidad reconocida formalmente pero nunca precisada o la protección de un territorio —que es mucho más que una parcela de tierra—, y que el Estado no puede o no quiere defender. Son espacios de ambivalencia, que permanecen en pugna. También elige aquellos otros que se colocan definitivamente fuera del área de influencia gubernamental, como la defensa del sistema de usos y costumbres que resulta por completo incomprensible para las instituciones pretendidamente modernas.

      Pero la globalización neoliberal menosprecia lo pequeño —aunque es probable que justamente de allí provenga su ruina. Oscila entre perseguirlo e ignorarlo, y cuando ya tiene listo el certificado de defunción de estas resistencias, ellas continúan moviéndose. No pretendo aquí idealizarlas en una suerte de exitismo estúpido; sólo quiero señalar que es parte del ejercicio del poder decretar la desaparición de toda alternativa a su dominio, y es parte de las resistencias desmentir semejante relato.

      Las construcciones comunitarias son específicas. No tienen ni pretenden tener validez de carácter universal; no tratan de “exportar” un determinado modelo, como bien lo ha señalado el zapatismo. Sin embargo nos recuerdan, a todos, que la resistencia es posible y que otras formas de organización de lo social y lo político también.

      Nos conminan a pensar de manera diferente, a la vez que reconocen la legitimidad y validez de otras luchas y la posibilidad de articularse con ellas, como se vio en el movimiento por Ayotzinapa. Allí cada una de las modalidades de la resistencia encontró formas de participación que se interconectaron sin fusionarse, manteniendo sus propias reivindicaciones, formas organizativas y peculiaridades de acción.

      La consistencia de los vínculos comunitarios tiene una perdurabilidad difícil de lograr en otros colectivos. Asimismo, ofrece una mirada alternativa al actual sistema político, agotado y excluyente; pone en juego una perspectiva capaz de revitalizar las prácticas sociales, políticas y jurídicas. Sin embargo, en términos políticos, no se trata de privilegiar unas estrategias de resistencia sobre otras; no es posible definir centros ni jerarquías entre ellas. Las luchas que en un determinado momento pueden ser secundarias, se convierten en principales en otras coyunturas, como sucedió con los normalistas después de Ayotzinapa. Se podría decir que la resistencia es “multimodal”; tiene diferentes entradas, partidarias y no partidarias, comunitarias y movimientistas, unas legales y otras no tanto; pero todas se superponen sin uniformarse, una y otra, y otra, y otra. Forman multiplicidades que en determinados momentos confluyen en grandes avenidas contrahegemónicas capaces de hacer temblar al sistema político, como efectivamente ocurrió en Chiapas en 1994 con el EZLN, en Oaxaca en 2006 con la APPO, ese mismo año en la lucha electoral y en 2014 con el movimiento de apoyo a Ayotzinapa. Fluyen, pero su flujo no es constante, también se repliegan y hay momentos en que parecen desaparecer; es cuando los poderosos cantan victoria. Pero es un canto prematuro porque allí están, sostenidas por la memoria y, por supuesto, por las injusticias que no cesan de ocurrir y que sólo se detienen, aunque sea temporalmente, gracias a las resistencias. En efecto, las violencias estatales, así como las privadas asociadas o protegidas por el Estado, no se autolimitan jamás. Son necesarias las resistencias sociales, estudiantiles, comunitarias, indígenas, partidarias, cada una en su momento y a su aire, para ponerles un hasta aquí que las detenga.

      1 Gilles Deleuze, Mil mesetas, Valencia, Pre-Textos, 1988, p. 220.

      2 La Jornada, 22 de noviembre, 2017.

      3 Veena Das, Sujetos del dolor, agentes de la dignidad, Bogota, Universidad Javeriana, 2008.

      4 Los investigadores Víctor Toledo y Benjamín Ortiz Espejel reportan en su obra México, regiones que caminan hacia la sustentabilidad, 16 regiones del país con procesos autonómicos de gran interés y a contracorriente del neoliberalismo.

      5 Silvia Rivera Cusicanqui, http://www.youtube.com/watch?v=REF.w.U3A094I

      En la vanguardia de la Revolución

      El Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR)

      Verónica Oikión

      Prefacio

      El objetivo es profundizar en el estudio del Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR), organización político militar surgida en 1966 en el contexto mexicano de cerrazón del sistema autoritario con los resabios de la Guerra Fría, y con cambios para la izquierda latinoamericana ante el impacto de la Revolución cubana. También los movimientos del 68 a nivel mundial influyeron en la izquierda a favor de la transformación revolucionaria.

      Abordo el conflicto al interior de la guerrilla que abonó a los errores cometidos. Esa lucha interna me parece crucial para entender la atmósfera en la que actuaba la organización y que afloró a partir de su entrenamiento en Corea; esas desavenencias tuvieron relación con los zigzagueos teóricos acerca de qué tipo de revolución se pretendía realizar y la forma en que se llevaría a cabo.

      Propongo como premisa que el MAR careció de congruencia en su plan de acción y, por tanto, realizó un análisis parcial de la realidad imperante entre los años sesenta y ochenta del siglo XX, menospreciando la fuerza del Estado, y que por encima de su decisión para enfrentarlo y de su conciencia revolucionaria privó el subjetivismo y la improvisación, dando al traste con su proyecto. Otro factor que repercutió negativamente fue la limitada difusión de sus objetivos entre la población, por el enérgico control de los medios de comunicación.

      Me concentro en la fundación del MAR, en 1966, hasta la primera mitad de los años setenta, periodo de su mayor actividad; la inesperada detención de un crecido número de sus militantes en febrero de 1971, y su inestable funcionamiento durante esos primeros años. En la parte final explico la manera en que se modificó el MAR en la segunda mitad de la década de los setenta y a lo largo de los ochenta, a la luz de la Reforma Política de 1977.

      El Olimpo de la Revolución


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