La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras
aportaciones universales de marxistas aferrados e invencibles sobre los grandes temas, los acontecimientos del globo y del país, respecto de los nuevos desafíos de la paz, la migración, los derechos humanos, el medio ambiente, la seguridad, el riesgo del exterminio de la especie humana, de corrupción y de la impunidad.
El coloquio y este volumen pueden contribuir a formular una visión global, no aldeana, arraigada en las particularidades americanas y mexicanas con una inevitable visión internacionalista en el mundo global, visión que caracterizó al movimiento de izquierda en la cultura, en las artes y en las humanidades.
El régimen del capitalismo exterminador arrasó con las mejores tradiciones de la izquierda mexicana del siglo XX, en general de la izquierda mundial. La globalización neoliberal es la centralización enloquecedora, sin perspectiva de ciudadanía, es una avalancha de crisis humanitaria. Frente a las políticas del miedo y del despojo cobra relevancia lo local, lo comunitario, la diversidad y también los desequilibrios.
Agradecemos mucho la confianza de los autores, colaboradores y patrocinadores. La UNAM, desde la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial nos estimula con su excelente trabajo editorial. Seguimos enriqueciendo el proyecto original y con el firme objetivo de continuar hasta el final.
Agosto de 2019
UTOPÍAS, UCRONÍAS, REVOLUCIONES, EL PRESENTE
La duración de la impaciencia
Discurso sobre el tiempo político
Juan Villoro
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Una de las tantas raíces de la ceiba
Pensamiento y acción del EZLN
a través de algunos papeles antiguos
de sus padres-madres
Miguel Vassallo
•
Planes diferentes. algunas preguntas sobre
los Pasados indígenas, el Partido Liberal Mexicano
y los movimientos sociales binacionales del siglo XX
Devra Weber
1. Julio Candelaria, Toma del Palacio Municipal de Ciudad Altamirano, Chiapas, al inicio de la rebelión zapatista,enero de 1994.
La duración de la impaciencia.
Discurso sobre el tiempo político*
Juan Villoro
¿A qué época pertenecemos? Desde el punto de vista geológico, formamos parte del Holoceno, expresión que casi todo mundo ignora y a muy pocos interesa.
Hemos perdido la relación directa con nuestra residencia en la Tierra. Abismados en las pantallas de la televisión y las computadoras, habitamos un mundo progresivamente virtual. Nos representamos a nosotros mismos con un alias en la redes sociales, un NIP en los cajeros automáticos, un password en los sitios web. Esta vida espectral produce un nuevo egoísmo. En aislamiento, carentes de identidad, buscamos nuestro reflejo en la pantalla como Narciso buscó el suyo en la superficie de las aguas. Y, pese a todo, la realidad no deja de existir. Acaso por ello, en el estado de Chiapas una población recibe el nombre de La Realidad.
Cerca de ese lugar se celebró la Convención de Aguascalientes en agosto de 1994, a la que asistimos unas seiscientas personas para conocer de primera mano las propuestas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln). Había algo simbólico en reunirnos a unos cuantos kilómetros de La Realidad. La disposición geográfica era una moral: las conjeturas y los sueños resultaban necesarios, pero no bastaban; había que recordar que el mundo material existe y debe transformarse.
Más de 20 años después, el movimiento zapatista ha reinventado la vida diaria en los municipios que controla en Chiapas y ha influido en proyectos como la Universidad de la Tierra, que entiende el conocimiento como una respuesta a las necesidades inmediatas y duraderas de las comunidades indígenas.
Fundada en 2002 en las inmediaciones de San Cristóbal de las Casas, la Universidad de la Tierra proviene de una honda reflexión sobre la crisis del sistema educativo. No asume el estudio como un reparto de prestigios para competir en la meritocracia, sino como la formación de sujetos integrales, dispuestos a modificar el entorno.
De acuerdo con el subcomandante Galeano, el lema académico de la institución es: “¿Y tú qué?”. Los planes de estudio no anteceden a los alumnos; cada uno llega con un hueco que llenar; ese hueco es su vocación. De ahí la pregunta de elevada pedagogía: “¿Y tú qué”? Dependiendo de la respuesta, la enseñanza será un aprendizaje colectivo para hacer una tortilladora, reparar un automóvil o leer la Biblia en forma novedosa.
En un país donde cientos de universidades “patito” ofrecen carreras sin destino, la Universidad de la Tierra vincula el saber con su inmediata repecursión en el terreno de los hechos. Al visitar el campus, me vino a la mente un título del divulgador científico Jorge Wagensberg: Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta? La Universidad de la Tierra busca resolver esa tensión: los talleres y las aulas existen para responder las preguntas de las comunidades. En otras palabras: “¿Y tú qué?”
Una interrogante esencial que podemos hacerle a la naturaleza es: ¿en qué época vivimos? En el año 2000, el químico holandés Paul Crutzen propuso rebautizar nuestra era como Antropoceno, expresión que alude al impacto humano sobre la Tierra. La agricultura masiva, la industrialización, la contaminación, el cambio climático y las radiaciones nucleares han extinguido especies y alterado el planeta de manera irreversible. Para algunos, se trata de un término más ideológico que científico; sin embargo, un estudio reciente de tres eminentes universidades (Stanford, Princeton y Berkeley) señala que, desde la desaparición de los dinosaurios, la biodiversidad no había estado tan amenzada como ahora (cada año se extinguen unas 50 especies, a una velocidad 114 veces más alta de lo que sería normal). Se planea celebrar simposios para determinar la pertinencia de la nueva nomenclatura. De ser aceptada, estaríamos ante la primera ocasión en que una era geológica se definiera a sí misma.
Más allá de las consideraciones estrictamente científicas, la propuesta resulta relevante porque cuestiona la erosión del mundo en aras del progreso. El Holoceno es un término neutro; el Antropoceno tiene una dimensión crítica.
El arte suele diagnosticar enfermedades todavía futuras. La ensayista argentina Graciela Speranza ha relacionado la noción de Antropoceno con una pintura de 1938, La duración apuñalada, de René Magritte. En la estética del pintor belga, todos los elementos que forman parte de un cuadro son captados con minucioso realismo; lo irreal es la manera de combinarlos. En este caso vemos un salón burgués, con una chimenea y un espejo. Sobre el borde de la chimenea descansa un reloj, símbolo del tiempo. Lo insólito ocurre un poco más abajo: de la cavidad reservada al fuego emerge una locomotora. El ferrocarril, emblema de la Revolución industrial, irrumpe en el confort de ese respetable salón. El cuadro fue hecho para el coleccionista Edward James, cuya familia se había enriquecido con la industria ferroviaria.
¿Adónde va esa máquina? El título del cuadro es una profecía: la época se ha desgajado, el progreso representa ya una insensatez, la flecha del tiempo ha perdido el rumbo.
Ese ámbito es hoy “la hidra del capitalismo”, el delirante imperio del consumo, corporaciones que dominan a los gobiernos, piratería multinacional, ecocidio, guerras que expulsan a naciones enteras de sus territorios, corrupción y desigualdad. Un mundo sin otra regulación que la usura, donde, según la Organización Mundial de la Salud, uno de cada diez cigarros se vende en forma ilegal