La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras
alterar el río del tiempo? De nuestras manos, que estrechan en proximidad y apuntan a la distancia; la parte del cuerpo que acaricia y es un mapa del horizonte; los dedos que forman las cinco puntas de una estrella.
* Una versión preliminar de este texto se presentó como ponencia en el homenaje en memoria de Luis Villoro en el encuentro “Pensamiento crítico ante la hidra capitalista”, organizado por el ezln en Oventic y San Cristóbal de las Casas en mayo de 2015.
Una de las tantas raíces de la ceiba.
Pensamiento y acción del EZLN
a través de algunos papeles antiguos
de sus padres-madres
Miguel Vassallo
Vayan ustedes a saber por qué o cómo, pero el caso es que el EZLN salió muy otro. Tal vez haya sido por la extraña mezcla de norte, centro y sur de México que animó sus primeros pasos. O tal vez por la inmensamente mayoritaria sangre indígena de sus dirigentes, dirigentas, soldados y soldadas, bases de apoyo, y autoridades autónomas. O tal vez por el largo y complicado puente que une, a pesar de los años, la distancia, los dolores, las desapariciones y las muertes, a esta casa, hoy sede de la Casa Museo Dr. Margil A.C. [actualmente La Casa de Todas y Todos] con las montañas del sureste mexicano. O tal vez sea por el amasijo de todas esas cosas, que fueron y son la argamasa que nos da identidad, raíz histórica, aspiración y modo a las zapatistas, a los zapatistas.
SCI Marcos
Monterrey, 17 de noviembre de 2006
Más allá de que “la realidad tiene una aterradora multiplicidad” (Lawrence Durrell dixit) los procesos históricos no emanan de una fuente única ni irrumpen por generación espontánea. Es por ello que al mostrar algunos aspectos del origen, pensamiento político y estratégico de las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN) —que por razones tácticas y de seguridad permanecieron mucho tiempo en la sombra— se hace más cabal la comprensión del zapatismo.
En documentos de esta organización redactados en las décadas que van de los sesenta a los ochenta, está el primordio de algunas partes fundamentales de su pensamiento; verbi gratia, en un documento de febrero de 1976 se encuentra la mención más temprana del “Mandar obedeciendo”, en otro de 1971 se habla de la “dignidad” como una demanda central del pueblo mexicano. No son simples coincidencias de palabras sino los conceptos en sí que posteriormente serían centrales en el pensamiento y ética zapatista. Además es una parte poco conocida de nuestra historia nacional; así, a partir de sus propios documentos podremos ver claramente una genealogía de su origen como organización y, también, las experiencias políticas previas de algunos de sus primeros militantes, además de otros hechos tal vez desconocidos narrados por ellos mismos; por ejemplo, la invitación a sus fundadores de recibir entrenamiento militar en Corea del Norte o el papel de Heberto Castillo en la formación de grupos afines a la lucha armada. Recurrir a los documentos generados por las FLN se hace imperativo, pues la mayoría de las veces que se ha escrito sobre ellas ha sido desde la óptica contrainsurgente o, bien, desde el revisionismo —histórico, no político.
En una plática con Yvon Le Bot, el entonces subcomandante insurgente (SCI) Marcos señaló atinadamente la complejidad que hizo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) una experiencia tan singular:
El zapatismo no era el marxismo-leninismo, pero también era el marxismo-leninismo, no era el marxismo universitario, no era el marxismo de análisis concreto, no era la historia de México, no era el pensamiento indígena fundamentalista y milenarista, y no era la resistencia indígena: era una mezcla de todo esto, un coctel que se mezcla en la montaña y que cristaliza en la fuerza combatiente del EZLN, es decir, en la tropa regular (1997, p. 197).
La historia de las primeras etapas de las FLN es uno de los ingredientes que conforman ese coctel y, aunque no es muy tomado en cuenta, es fundamental para la composición de esa molotov que le estalló al país el mero día en que inició 1994.
Antes de intentar bosquejar esta escena es necesario hacer una breve toma de posición que explique el lugar desde donde escribo: en política soy maniqueo y, a contracorriente del pensamiento de las élites dominantes, tengo problemas de lateralidad. Además muchas expresiones políticas que son englobadas dentro de las izquierdas me parecen francamente de derecha. En el corrimiento a la derecha de muchos pensadores y actores políticos, mantener ciertas posiciones éticas, ideas, posturas y toda una cosmovisión que compartía “la [llamada] gente pensante o consciente” de mi estrato social durante mi niñez, me ha transformado, sin moverme, cada vez más en un “ultra”… y desde ahí escribo.
No escribo desde la coartada de la neutralidad académica, en la que se escudan muchos intelectuales para disfrazar una actitud claudicante o francamente reaccionaria. Escribo desde lo que soy, y dentro de ello una parte muy importante de mi vida familiar, académica y militante está indisolublemente ligada geográfica y emocionalmente a lo que la gente del centro de México llama el Sureste. Por mi historia de vida estoy muy dentro del proceso y el lugar; sin ir más lejos, lo tengo incorporado ya que fui jornalero agrícola por un breve periodo en el Chiapas de fines de los años ochenta… y viví desde dentro y de muy cerca muchos eventos de la historia reciente de ese estado de la República.
Tal vez por ello me invitaron a participar en una mesa del coloquio “La izquierda mexicana en el siglo XX. Trazos y perspectivas”, intitulada “De Canek al Subcomandante Galeano”. Ante el nombre del coloquio creo haber hecho una toma de posición, o más bien una profesión de fe en párrafos arriba. Por otro lado, el nombre de la mesa me permite apuntalar la explicación del lugar desde donde escribo. No lo hago desde la ya teóricamente superada —desde hace mucho tiempo— historia de bronce. Y el título que llevaba la mesa estaba permeado de esta visión de la historia. De ninguna manera niego o minimizo el papel preponderante, ni de Jacinto Uc (Canek) en la rebelión de los mayas peninsulares, ni del SCI Galeano (antes Marcos) en el levantamiento de los mayas chiapanecos; pero, como estos dos procesos muestran claramente, la historia la hacen los pueblos y no los individuos; lo afirmo sin negar a la persona, pero sin sobredimensionarla.
Cabe anotar que entre las vidas de Canek y de Galeano en esas mismas tierras, hay otros actores que fueron partícipes centrales de las rebeliones recurrentes de ambas zonas y que debemos recordar. Algunos de ellos son Jacinto Pat, Cecilio Chi, Macedonio Dzul y Manuel Antonio May para los mayas de la Península, y Agustina Gómez Checheb, Pedro Díaz Cuscat, Manuela Pérez Jolcogtom y Jacinto Pérez Pajarito para Chiapas. Si bien todos ellos fueron indígenas, la participación de ladinos —incluso como dirigentes— en los levantamientos indígenas no es una innovación con la aparición pública del SCI Galeano. El maridaje entre citadinos revolucionarios e indios rebeldes es de larga data; muchos años antes hubo personajes como el sargento yucateco José María Barrera, que desertó del Ejército para unirse a los mayas rebeldes y que a la postre fue comandante de sus fuerzas y fundador, junto con Manuel Nahuat, en 1850, del Estado autónomo maya de Chan Santa Cruz y de su capital, Noh Cah Santa Cruz Balam Nah Kampocolché Cah. En Chiapas tenemos al anarquista Ignacio Fernández Galindo, a Luisa Quevedo y a Benigno Trejo, que participaron de manera destacada en la rebelión chamula de 1869. De nuevo personas, mujeres y hombres sobresalientes; dirigentes cuyos nombres no debemos olvidar, pero ultimadamente, así sea con siglos de diferencia, son los pueblos los únicos actores que aparecen en cada rebelión y no estamos hablando de un actor de reparto o secundario sino siempre protagónico, la estrella pues.
Así que este texto no intenta seguir un guión del estilo “muchacho chicho de la película gacha”, sino más bien ser como una peli de la primera época de Serguéi Eisenstein donde, aunque aparecen personas, el individualismo se diluye y brilla en su esplendor el protagonismo de las masas, de los pueblos, de sus organizaciones… Dogmático, anquilosado y demodé como soy, para explicar parte de mi visión de la historia recurro a Brecht y a sus Preguntas del obrero que lee.