La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras

La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3 - Arturo Martínez Nateras


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aquella abundante literatura es que nada de lo que se escribió se hizo a la luz del marxismo; es decir, no se hizo ningún análisis clasista, desde el punto de vista de la clase obrera. Todo quedó reducido a textos hechos en base a notas periodísticas, a anécdotas y a las notas biográficas —magníficas por cierto— sobre los participantes en el ataque. No ha habido tampoco el análisis o la difusión del pensamiento político de los atacantes al cuartel, ni se han estudiado las concepciones políticas que sustentaban quienes fueron consecuentes con ellas hasta el punto de dar su vida por la revolución.

      Que el régimen haya callado no es extraño. Nada espanta tanto a la burguesía como que se difunda la verdad revolucionaria. Pero la izquierda, ¿por qué? Ni suicidas ni aventureros, irresponsables o desesperados como los llegó a calificar la izquierda mexicana de aquella época. A lo sumo accedió a llamarlos “equivocados” con la silenciosa advertencia, a todo aquel que quisiera seguir su ejemplo, que se podría traducir en algo así como “ya ven lo que les pasa a los desesperados” (Mario Marcos, 2007, pp. 5-6).

      Las FLN y su creación el EZLN, han firmado al final de sus documentos con una frase de Vicente Guerrero. Cabría retomar la explicación de ello ya que ilustra muy bien el por qué son organizaciones sui generis:

      Nuestros fundadores tuvieron la visión y la inteligencia de verlo así. Sin haber sido guerrilleros, conocían la realidad mexicana. Sí algún día la comandancia del EZLN te permite hurgar en nuestra historia escrita y acudir a nuestros comunicados, verás cómo ellos, los fundadores, recurrieron básicamente a la figura de Vicente Guerrero, ese guerrillero mexicano que culminó nuestra independencia. Él fue nuestro guía moral, histórico, porque fue el que mantuvo las guerrillas hasta la caída del virreinato. Toman de él la frase que está en el Panteón de San Fernando como nuestro grito de guerra: “Vivir por la patria o morir por la libertad”. No fue “Patria o muerte venceremos” ni “Hasta la victoria siempre”. El primer núcleo se llamó “Núcleo Guerrillero Emiliano Zapata”; se recurrió a otra figura nacional, cien años después, un guerrillero que no sólo fue un agrarista, como lo quisieron encasillar los gobiernos del Revolucionario Institucional (PRI) durante tantos años, sino que fue un militar, un estratega que logró mantenerse en los combates, que nunca se vendió, que peleó hasta que lo mataron a traición (Rebeldía, 4, p. 59).

      Aclaro de inicio que a pesar de que al comienzo de este texto señalé que no intentaba centrarme en individuos sino en los procesos vividos por el pueblo, en esta segunda escena aparecen personajes, mujeres y hombres, integrantes de las FLN -individuos como los que aparecen en el capítulo “Vivir como los santos” del libro Adiós muchachos de Sergio Ramírez. Estas personas dieron su vida por transformar la patria y no lo hicieron pensando en si serían recordados en una estatua, no escogieron la fama sino el anonimato; mas al morir lograron el derecho a salir de esa condición, a ser recordados por sus compañeros; así lo muestran los documentos de las FLN: “[…] esta revolución que habrá de llevarnos toda la vida, pero que, lejos de consumirla, la consumará […]” (Dignificar la historia II, p. 102).

      Creo que haciendo justicia a su memoria debemos saber quiénes fueron, pero congruentes con su teoría y práctica debemos abordar su recuerdo como parte de un proceso y de una organización que intentaba encarnar al pueblo. Tal vez las siguientes líneas contenidas en un comunicado de su organización reflejen cómo el individuo aparecía al morir y cómo, sin perder su personalidad, se le reconocía por ser parte de la lucha. El documento en cuestión fue escrito el 21 de noviembre de 1976 (Dignificar la historia II, pp. 101-102), escrito con la finalidad de recordar “al compañero Alberto Anselmo Ríos Ríos” —con nombre de guerra Gabriel—, que había sido asesinado por el Ejército federal en Nepantla el 14 de febrero de 1974. “Hoy celebramos el 27 aniversario de su natalicio: no conocen aún nuestros pueblos lo perdido, pero habrán de conocerlo, y cuando lo hagan, sépalo y tema el opresor, pues los humildes del mundo habrán de cobrarle sus arteros actos canallescos”.

      Como ya he señalado, la mayor parte de escritos sobre la cuestión se han realizado a partir de la contrainsurgencia —en su faceta de desprestigiar al enemigo— o del revisionismo (pseudocientífico). En las antípodas de lo anterior están ciertos comunicados y discursos del EZLN donde se reconoce la matriz que son las FLN para esta organización, u otros donde se hace un homenaje a estos sus padres-madres. Entre lo más destacado están las palabras del SCI Marcos. Una parte importante de su valor estriba en que sintéticamente apunta los principales aportes del pensamiento de las FLN al ulterior EZLN:

      Hoy el EZLN es el cumpleañero. Pero en nuestro modo hay que celebrar a quien nos engendró. Por eso hoy, en nuestro 23 aniversario, quiero nombrar y celebrar a quienes, en estas tierras norteñas, formaron y cuidaron a la organización madre de lo que hoy es conocido públicamente como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

      En Monterrey, Nuevo León, hace más de 37 años, un pequeño grupo de personas nacieron lo que llamaron Fuerzas de Liberación Nacional. Desde su origen, dotaron a la organización de una ética de lucha que después heredaríamos quienes somos parte del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Ni secuestros ni asaltos fueron fuente de sus recursos. En cambio, sustentaron su economía y su tamaño en el trabajo político entre la población explotada, despojada, despreciada, reprimida. Ni acciones espectaculares, ni golpes de mano marcaron su andar. En cambio, alimentaron lo que llamaron “acumulación de fuerzas en silencio”, esperando el momento en que el pueblo, nuestro pueblo, requiriera de los modestos esfuerzos de una organización marcada por la frase del general insurgente, Vicente Guerrero, de “vivir por la patria o morir por la libertad”. No asentarse donde tenían el apoyo, el conocimiento, la costumbre de vivir, trabajar y luchar, sino cruzar el país e irse al último rincón de nuestra Patria: las montañas del sureste mexicano. No engañar, sino hablar con la verdad sobre caminos y dificultades. No el culto a la muerte, ajena o propia, sino la lucha por la vida, pero por una vida mejor para quien sólo conoce la supervivencia adolorida del que nada tiene. No calcar manuales e importar teorías, análisis y experiencias extranjeras y extrañas, sino enriquecer las ciencias y las artes de la lucha con la historia de México y el análisis de nuestra realidad concreta. No imponer, ni con armas ni con argumentos, la idea propia, sino escuchar, aprender, convencer, crecer. No seguir el calendario de arriba, sino ir construyendo el calendario de abajo. No dejarse imponer coyunturas ajenas, sino trabajar para tener la posibilidad de crear las propias, abajo y a la izquierda. La ética del guerrero que se forjó en una casa de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, México, habría de encontrarse años después con la ética de los guerreros de raíz maya en las montañas de Chiapas. De esa mezcla habría de nacer no sólo el EZLN, también la palabra


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