La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras

La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3 - Arturo Martínez Nateras


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santos, son políticos. Además se han hecho unas muy buenas y otras no tanto —cabe anotar que en las antípodas también hay textos, que van de lo mediocre a lo pésimo, escritos desde la demonología—. Tampoco voy a escribir un ditirambo del tipo: “En el amanecer del primero de enero de 1994, mientras el arriba celebraba el Tratado de Libre Comercio, el abajo con su digno caminar”. Mi acercamiento a esta parte de la historia no es el de los estudios que han privilegiado como fuente los informes policiacos y las entrevistas con desertores y detractores del EZLN. Estas investigaciones, bajo la coartada del periodismo o la academia, son realmente una pieza de la táctica contrainsurgente de desprestigiar al enemigo.

      Sobre el levantamiento zapatista se ha escrito mucho (desde filias y fobias), pero, a mi juicio, poco realmente profundo, trascendente. Aunque escasos, existen por fortuna trabajos que son realmente de suma importancia, escritos con maestría, experiencia, erudición, seso o corazón y desde distintas disciplinas de las ciencias sociales, la literatura, o bien desde la óptica política y militante. Pero buenos escritos sobre el zapatismo son los realizados por los propios zapatistas, que han producido cientos de documentos y testimonios. Sin embargo, para entender el zapatismo no sólo hay que leer sus escritos, hay que observar su práctica, ya que como ellos mismos señalan (SCI Marcos, 2003, p. 5) la metateoría zapatista es su propia praxis.

      Como artículo de fe creo que, como nos fue revelado en el Manifiesto del Partido Comunista, “La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clases”. De ahí la importancia del estudio de la historia en general y de las rebeliones de los pueblos indígenas en particular.

      Y a pesar de que en muchos sectores urbanos de izquierda exista un fuerte antiintelectualismo, creo vehementemente que todo buen revolucionario debe estudiar la historia universal, que no es la historia de Occidente vista desde Francia, como las escuelas enseñan, sino la historia de los pueblos todos.

      Mucho tiempo después de haber escrito el párrafo anterior y buceando en documentos históricos de las FLN encontré el siguiente fragmento de un texto escrito en 1982 por Lucha, una militante de dicha organización; al leerlo sentí que mi párrafo estaba en sincronía con éste, lo que acentuaba en mí la sensación de que tengo un pensamiento arcaico, y no me resistí a realizar la siguiente adenda que proviene del periódico Nepantla (“Órgano de agitación y comunicación interna de las FLN”):

      El estudio es un arma indispensable del revolucionario por medio de él conocemos nuestra realidad interna, nuestra realidad nacional y la realidad internacional, el estudio como práctica para no repetir errores nos es fundamental. Aquí lo que está en juego es la vida del revolucionario y el futuro del proceso en su conjunto: “sin [sic] teoría revolucionaria no puede haber práctica revolucionaria”, decía Lenin y para nosotros la teoría se inicia con el estudio. Estudiar planificadamente textos marxistas, históricos, militares; analizar nuestra realidad a su luz y el surgimiento de la teoría revolucionaria es todo uno.

      El revolucionario caído no necesita de apologías para recordar su memoria. Sus obras y concepciones políticas lo hacen vivir. Para comprender el quehacer revolucionario de quienes por primera vez en la historia del proletariado emprendieron el camino de la liberación nacional empleando la violencia revolucionaria armados antes que nada de la teoría científica de la revolución; tenemos obligación de estudiar su pensamiento, sus concepciones sobre la lucha de clases en nuestro país, sobre las relaciones de la situación nacional y la internacional; tenemos que estudiar la crítica despiadada que hicieron de las enmohecidas organizaciones de izquierda a las que premonitoriamente calificaron como propensas a ubicarse en lo que hoy conocemos como “reforma política”, sus planteamientos organizativos y previsibles maniobras intervencionistas del imperialismo yanqui en nuestro país (Mario Marcos, 2007, p.12).

      Antes de continuar debo hacer patente que no me cabe la menor duda de que, a lo largo de su historia, la enorme mayoría de los grandes cambios sociales de nuestro país se han generado desde las despreciadas periferias. Y no me refiero a los grandes cambios impulsados desde el poder, el arriba, desde el México imaginario para decirlo en términos bonfilbatallescos, ésos siempre han venido del centro siguiendo modelos exógenos de moda por las necesidades del sistema. Me refiero a los cambios impulsados desde el pueblo, el abajo, el México profundo. Cambios que, las más de las veces, han quedado truncos, traicionados, capitalizados por las mismas o nuevas élites. Aunque sea un lugar común decirlo, hay que decirlo, la plebe ha puesto el corazón y los muertos en las grandes gestas emancipadoras de nuestra patria. Y generalmente el poder ha logrado, por medio del gatopardismo, seguir adelante con su agenda. Para los rebeldes, contumaces, el arriba ofrece dos opciones, cooptar o madrear. En contra de esa agenda y pertinazmente de tanto en tanto nos reorganizamos, no solamente para resistir sino para intentar de una vez por todas acabar con el orden imperante.

      Hace relativamente pocos años fui a Ayutla de los Libres, en Guerrero, que está real y simbólicamente lejos de la ciudad capital de la República, y en el siglo XIX lo estaba aún más; también lo han estado Tomochic, Dolores, San Luis Potosí, Villa de Ayala, Tzajaljemel, Río Blanco, Chilpancingo, San Luis de Lozada, Cananea, Columpich, Apatzingán, Tehuantepec, Bacum, Chalco, Aguascalientes… Si los levantamientos de la Independencia, los liberales y la Revolución partieron desde la periferia al centro del país, las resistencias más persistentes y los levantamientos anteriores y posteriores más significativos contra el statu quo también. Por supuesto, no niego el papel central de la lucha de los estudiantes chilangos en el 68, pero es una bella excepción a la regla.

      Es por ello que la sacudida que implicó el levantamiento indígena chiapaneco finisecular se ajusta a esta dinámica. Es pertinente aclarar que la dicotomía que percibo entre periferia/centro no es totalmente equivalente a campo/ciudad. En el origen de la insurrección de los pueblos mayas de Chiapas confluyen felizmente las dos periferias que mencioné anteriormente.

      Dicho todo lo anterior y habiendo hecho una explícita toma de posición paso a delinear una de las escenas la película que aún no termina y que nos tiene cautivados y en suspenso.

      La historia de los movimientos armados de izquierda en nuestro país durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta aún espera ser contada en muchos aspectos. La versión más simple nos dice que un puñado de jóvenes soñadores, que vieron cerrada la lucha democrática, ingenuamente se lanzaron a la lucha armada y fueron derrotados con métodos crueles; desde la izquierda, si acaso, se habla de la guerra sucia que emprendió el Estado mexicano contra ellos… Pero, ¿cuáles eran estos grupos?, ¿cuáles sus diferencias?, ¿sabemos a ciencia cierta qué pensaban, qué planteaban?, ¿nos sirve de algo su experiencia, sus reflexiones?

      No todas las organizaciones fueron erradicadas; por lo menos tres sobrevivieron y continuaron la lucha —teniendo un papel importante en el México actual—; éste fue el caso de las FLN. Tampoco queda muy claro si estas organizaciones eran herederas de otras luchas. Los guerrilleros de aquella época, ¿eran simples ingenuos llevados al martirio? ¿por qué sus historias son poco conocidas, tanto que ni los mismos militantes de izquierda las conocen a fondo?

      Las mismas preguntas se hizo Marcos Mario sobre los guerrilleros que atacaron el cuartel de Madera en Chihuahua el 23 de septiembre de 1963. Este maestro y guerrillero de alguna manera logró obtener información y documentos de primera mano para recuperar esos hechos y escribir un texto titulado Nada es gratuito en la historia; además de recuperar documentos de la organización que encabezó Arturo Gámiz, logró obtener el diario de campaña de Óscar González Eguiarte (quien continuó la lucha armada fundando y dirigiendo el Grupo Popular Guerrillero “Arturo Gámiz”), y a partir de estas fuentes primarias construyó una historia que va más allá de una simple descripción de los hechos. Las preguntas y razones que lo impulsaron a investigar y escribir son casi


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