La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras

La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3 - Arturo Martínez Nateras


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es secular y, si bien se abren ciertos espacios democráticos, siempre que algún esfuerzo organizativo legal ha atentado de manera real contra el poder económico y político, ha sido destruido a sangre y fuego por “las fuerzas del orden” —imperante diría yo.

      Aunque sus miembros habían participado en luchas abiertas, las FLN consideraban que sus miembros debían alejarse de éstas; también creían que la lucha legal estaba agotada. Pero no parece ser que los sucesos de 1968 fuesen el principal determinante para este análisis; al parecer venían cargando muchas derrotas en la lucha abierta:

      Debemos insistir a nuestros compañeros que su participación en luchas abiertas, democráticas, no sólo es inútil, sino perjudicial, pues sus resultados son la vigilancia policíaca cuando no la cárcel o la muerte; que su asistencia a un mitin, protesta o reunión abierta, sólo los señala como presuntos enemigos del régimen, que su firma en un desplegado, volante o carta es, en manos del enemigo, sólo una prueba de delitos contra el Estado, que hablar a una multitud que vuelve a sus problemas personales, es “arar en el mar”, en resumen, que la lucha armada nos ha sido impuesta por una dictadura y no por nuestra voluntad, que aquélla reprimirá a sangre y fuego cualquier acto legal que amenace sus intereses, que es más provechoso un peso a la organización, porque representa una bala o una medicina (que es un día más de combate efectivo), que todas las protestas, manifestaciones, volantes o formas pacíficas de resistencia; que cinco minutos en el desempeño de una comisión o en captar a un candidato, nos acercan más a la victoria que una huelga de nueve meses perdida de antemano.

      Que nuestra obligación es prepararnos para resistir los mayores embates del enemigo y no desahogar nuestra ira con palabras y actitudes inútiles que no impiden reprimirnos.

      No se trata de manifestar nuestra inconformidad, sino apropiarnos de la ajena y tras un proceso de lucha constante, lenta, silenciosa, hacer que afloren en toda la población, para que con actos eficaces destruya las causas que la provocan” (Dignificar la historia I, pp. 66-67).

      No quiere decir que a las FLN y a sus miembros no les afectara lo ocurrido en Tlatelolco, y que ello no fuese una de las causas para incorporarse a la lucha armada; podemos ver que lo acaecido en Tlatelolco formaba parte del análisis del por qué la consideraban la única vía posible:

      El capitalismo monopolista de Estado lleva ya años enteros de constituir la estructura económica dominante. La dependencia del imperialismo configura los extremos que oculta el eufemismo “subdesarrollo”: analfabetismo, desempleo, miseria, desnutrición, enfermedad, hacinamiento, corrupción, etc., etc. Un eslabón y no el más débil del sometimiento, es el dominio ideológico, que ubica a la revolución en el irrealizable reino de las buenas intenciones. Y sin embargo, la observación científica desemboca una y otra vez en el camino de la revolución. En efecto: un movimiento obrero manipulado desde su institucionalización, sin organizaciones independientes de importancia (para no hablar de un partido de clase); una intelectualidad prostituida que en vez de organizar al proletariado para asumir su tarea histórica, se vende por un plato de lentejas, acabando por incrustarse burocráticamente en la ubre presupuestal; un gobierno que no ha vacilado en desembozar su naturaleza clasista, reprimiendo a sangre y fuego el movimiento de ‘68; en fin, férreo monopolio de poder que maniata al pueblo impidiéndole la actividad política independiente… Y por otra parte, un capitalismo dependiente, en una crisis de la que ya no habrá de recuperarse; una situación popular de miseria y explotación que ha llegado al límite, un ejército de desempleados que amenaza con transformarse, efectivamente, en un ejército del pueblo; y la conciencia de que las alternativas seudo democráticas no ofrecen perspectivas; una conciencia extendida a partir de ‘68 de que las estrechas vías legales de la burguesía no pueden conducir a transformaciones de base; un campesinado con una tradición combativa que se remonta a la resistencia indígena ante la conquista, que dadas las condiciones de miseria lo hacían, junto al medio geográfico propicio para la guerra de guerrillas, el mejor aliado del proletariado […] (Nuestra historia, Nepantla, 4, 26 de mayo de 1979).

      Otro ejemplo está en el comunicado que evoca a Anselmo Ríos (Gabriel); se nos dice que “Participó en los sucesos de 1968 en México, y ahí entendió que sólo respondiendo con la violencia revolucionaria a la violencia reaccionaria del gobierno opresor, podían nuestros pueblos sacudir el yugo, deshaciéndose de sus opresores, y emerger hacia formas superiores de desarrollo de la sociedad” (Dignificar la historia II, p. 101).

      Pero en su análisis las Fuerzas pensaban que la respuesta no debía darse desde el inmediatismo, la improvisación, etcétera, sino desde una larga lucha con visión estratégica, esto lo vemos claramente en un comunicado escrito al año siguiente de los funestos sucesos:

      El recordar la masacre perpetrada a mansalva a nuestro pueblo unido a su vanguardia de estudiantes mártires, debe ser incentivo para unirnos todos los militantes organizados y disciplinados; haciendo a un lado las tendencias de improvisación y el sabotaje indiscriminado y sin contenido político; controlando y sabiendo administrar nuestro odio y amor por caminos claros y científicos que nos aseguren un avance hacia la toma del poder y la derrota del enemigo común. Evitar derramamientos de sangre inútiles y desilusiones a nuestro pueblo, es combatir como verdadero militante (Dignificar la historia I, p. 49).

      Sobre el sabotaje y el terrorismo en las ciudades, recordemos que de acuerdo con nuestros planes, éstos ocupan un lugar importante pero secundario en el desarrollo de la lucha; su finalidad es distraer las fuerzas activas del enemigo en cuidar sus instalaciones, medios de transporte y comunicación, reservas de armas, municiones y equipos, evitando siempre dañar a la población en su vida, bienes o medios de trabajo […] téngase presente siempre que ésta es una lucha política y que sólo ganando el apoyo de la población podemos vencer […] el desprecio a la vida de la población, permite al gobierno opresor predisponer al pueblo contra un método de lucha de gran eficacia y desatar una persecución contra sus enemigos. Además, reflexiónese en el hecho de que la simple labor terrorista no puede conducir a la victoria, no puede derribar al gobierno opresor, no permite la integración del pueblo mexicano a la lucha armada (ibid., pp. 56-57).

      Las Fuerzas renunciaron a los secuestros, asaltos (llamados eufemísticamente en la jerga de los revolucionarios de entonces “recuperaciones revolucionarias”) y al terrorismo, razón por la cual los zapatistas tienen estas premisas como parte importante de su accionar; en 2003 Fernando Yáñez apuntó:

      […] no es tanto la concepción de larga duración del proceso sino que nuestros primeros responsables históricos nos hicieron ver que el movimiento parte de la conciencia, no nuestra, de los que estábamos ahí, sino de la conciencia de nuestro pueblo, en entender lo que se estaba proponiendo. Mi hermano César decía en sus escritos que “vamos a actuar conforme a las pretensiones del pueblo, no importa lo que nos tardemos”. Cuando esos artículos de análisis crítico, histórico de la época se den a conocer, van a darse cuenta porqué es una política actual de los zapatistas el no recurrir a métodos violentos para obtener fondos, armas y todo lo que la lucha requiera. Eso es lo importante. Si lees la obra del Che en el Congo, cómo llega él cuando ya había un trabajo profundo, él a lo que iba era a combatir y en pocos meses se demuestra que su opción era inviable en ese momento. Él dice: en ese momento lo que hicimos fue sembrar esto y la lucha va a seguir y a otros les va a tocar la liberación del Congo. Esto lo estamos platicando tú y yo treinta y tantos años después de que el Che lo escribió y después de 33 años de que mi hermano y Salvador, que eran


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