¡Corre! Historias vividas. Dean Karnazes

¡Corre! Historias vividas - Dean  Karnazes


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de una bestia. La salsa barbacoa le resbaló por la barbilla. Miró a la camarera y luego a mí, que lo mirábamos fijamente, desconcertados por su conducta, y gruñó «¡Arrr!». La carne bailaba entre sus dientes.

      –Gaylord –articulé apenas, casi incapaz de pronunciar palabra–. Eso no era necesario. Podríamos haberla dividido cordialmente en dos. Después de todo, no somos cavernícolas.

      Se lamió los labios.

      –¿Por casualidad no tendrá un palillo? –preguntó a la camarera–. Creo que se me ha quedado un trozo entre los dientes.

      –Deme uno también –le pedí– ¡para sacarle los ojos!

      –¿Qué pasa aquí? –Kimmy y Julie habían presenciado el incidente de lejos y se acercaron.

      –Me ha quitado la comida –grité.

      –La posesión me daba la razón, amigo –dijo Topher.

      –¿Os vamos a tener que separar? –preguntó Julie.

      La fulminé con la mirada. ¿De qué parte estaba?

      –¿Estás… bien? –me preguntó. Lo que más me irritó fue el tono condescendiente, como una madre dirigiéndose a un niño enrabietado, lo cual, tengo que admitirlo, era el modo en que me estaba comportando.

      –No –gruñí–. No estoy bien. –¿Se daban cuenta de que estaban tratando con condescendencia a un tío que había estado corriendo toda la noche?–. Mira, estoy divagando sin sentido, es evidente que estoy delirando y que debería echarme a dormir. Además, tengo una rozadura dolorosa en cierta parte que no puedo destapar. Así que la respuesta a tu pregunta es no… No estoy bien.

      Topher pensó que mi respuesta era lo más divertido que hubiera oído jamás. Se echó a reír de forma incontrolable e histérica. Durante una décima de segundo me sentí muy avergonzado. Miré a mi alrededor con nerviosismo para asegurarme de que no hubiera nadie mirando. Cuando volví a mirarle, tampoco pude controlar las carcajadas.

      El agotamiento extremo puede desplegar una conducta totalmente inapropiada. Nos estábamos tronchando y nada podía mitigar nuestras risas; nos nutríamos de las del otro. Las lágrimas nos caían por las mejillas en medio de la celebración de aquella aparatosa boda y nos desternillábamos de risa como dos payasos. Tan intensas eran mis carcajadas que pensé que llegaría a sofocarme.

      –Ejem. –Alguien detrás de nosotros se aclaró la garganta. Me di la vuelta y me encontré con el padre del novio. Era un caballero imponente y un empresario de gran éxito. Llevaba un elegantísimo frac a medida.

      Lo primero que pensé fue: «El alquiler debe de ser caro». En seguida me di cuenta de que probablemente era suyo.

      A su lado había una mujer de gran dignidad.

      –Dean –me dijo–, me gustaría presentarte a Dianne Feinstein.

      Al darme cuenta de que tenía delante de mí a una senadora, me atraganté y algo, tal vez un trocito de zanahoria parcialmente masticado, salió embarazosamente disparado por mi nariz. La mujer retrocedió al verlo y se prolongó un silencio incómodo al quedar todo en suspenso por «el incidente de la expulsión nasal».

      Me quedé paralizado por el horror sin saber qué hacer. En mi estado de agotamiento, no era apto para estar en público, por no hablar de mantener un cara a cara con un cargo electo.

      –Encantada de conocerle –dijo por fin y educadamente la senadora Feinstein. Luego arqueó las cejas para indicar al padre del novio su ferviente deseo de alejarse rápidamente de allí.

      Se alejaron.

      El episodio nos había devuelto la serenidad. Las náuseas hicieron mella en mí. Me giré hacia el grupo y dije:

      –No me siento bien. Tomemos un poco de aire fresco.

      –Cariño –me recordó mi esposa–, ya estamos al aire libre.

      Los cuatro nos encaminamos hacia los aledaños de la celebración y encontramos una zona privada. Topher se volvió hacia mí e hizo inventario. Era evidente que me encontraba conmocionado.

      –Tío, ¿por qué esa cara tan larga? –preguntó.

      –Ya has visto lo que ha ocurrido ahí.

      –Míralo de este modo, Karno: ¿cuántas personas tienen alguna vez la oportunidad de quedar como perfectos idiotas delante de un cargo electo? Aprovechaste la oportunidad. ¡Carpe diem, hermano! Dicen que sólo se tiene una oportunidad de dejar una buena impresión. Bueno, estoy seguro de que no se va a olvidar de ti.

      En aquel momento sentí la urgencia irrefrenable de matar a ese hombre. Pero estaba seguro de que carecía de fuerzas para darle caza y dejarme llevar por el impulso.

      En lugar de eso dije:

      –Gracias, Topher. De veras te agradezco tu cálida empatía.

      Di un paso adelante con la esperanza de que hubiera bajado la guardia para atizarle. Pero haber crecido con nueve hermanos mayores le había enseñado bien y aquel pequeño cabrón se mantuvo instintivamente a una distancia prudencial de mí.

      Sin esperanza de conseguir en el futuro algún cargo político, decidimos que la mejor opción era volver a la cola del convite y seguir comiendo. El incidente había dejado mi orgullo por los suelos, pero el hambre había regresado indemne. Me limpié la nariz con el dorso de la manga; en vez de dejar al grupo con hambre y humillado, me encargaría de que sólo yo fuera el humillado. En momentos desesperados, abraza cualquier victoria que puedas obtener.

       5.0

       Sólo me duele cuando corro

       «Este deporte sería divertido si no fuera porque se corre»

       –C AMISETA DE UN MARATONIANO

      DE CAMINO una mañana a dejar a mi hijo en el colegio, adelantamos a un hombre que hacía footing. Tenía un aspecto terrible. Pregunté a mi hijo:

      –¿No te entran ganas de ponerte unas zapatillas y echar a correr?

      –Pues no –fue su respuesta soñolienta.

      En honor a la verdad, correr no siempre es la más agradable de las actividades. Vale, tal vez incluso sea un poco doloroso en ocasiones. Bien, de acuerdo, muchas veces el dolor es agudísimo.

      Desde luego, los corredores no somos precisamente la mejor propaganda de nuestro deporte. Es decir, ¿cuándo fue la última vez que viste a alguien correr por una calle riendo a carcajadas (a menos que estés cerca de un manicomio y uno de sus ocupantes se haya escapado)? La realidad es que incluso la mayoría de los otros deportistas odian correr. Como un corredor dijo oportunamente: «Mi deporte es lo que se considera un castigo en el tuyo».

      Sin embargo, y basándome en mis relaciones, he descubierto que los corredores somos unos tipos divertidos. Tal vez la agonía que experimentamos en nuestro deporte se corresponda con un buen sentido del humor para contrarrestarlo. Es una especie de equilibrio entre el yin y el yang.

      Un cartel que vi durante un reciente maratón en Chicago es un ejemplo de nuestra naturaleza jocosa. Había una mujer joven a un lado de la carretera sosteniendo una gran pancarta sobre la cabeza. Rezaba:

       Soy una apasionada atlética de Dan

      El cartel era divertido, suponiendo que el doble sentido fuera intencionado, pero me reí entre dientes y seguí corriendo, sin pensar en pararme a preguntar.

      A lo largo de los años, he visto varias pancartas clásicas en las carreteras, puestas por los espectadores. He aquí algunas de las más notables:

       ¡Aguanta! Correr no te matará. Te desmayarás antes de eso

      


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