Los secretos de la mansión Samwel. Charo Vela
trabajar en una línea del ferrocarril, saltándose todos los trámites legales. Jacob no negociaba con la ilegalidad y se negó. Les dejó claro que la empresa debía reunir unos requisitos y si no era así no había trato. Al no salirse con las suyas, estos señores se enfadaron y tras una fuerte bronca, fueron desalojados del edificio.
—¿Sabe quiénes eran esas personas? —insistió el policía mayor ante esa pista.
—No lo sé. Puede preguntarle a su secretaria, en la ciudad. Ella podrá informarle mejor de todo lo que sucedió —se le notaba agotada y decaída.
—¿Sabe si su hermano tenía armas que no estuvieran guardadas bajo llave?
—Mi hermano había participado en varias ocasiones en cacerías aquí en la comarca. Esos rifles y escopetas sí están bajo llave —le contestó mirando al agente, que anotaba todo lo que ella decía—. También tiene en su despacho un arcón donde guarda un par de pistolas pequeñas, que eran de mi marido. Ese arcón no tiene llave.
—¿Podemos comprobar que todo está completo y que no falta ninguna?
—Por supuesto agentes. Le diré a George que os acompañe al despacho.
—Gracias señora. Marian ahora le preguntaremos a usted. ¿Cuántos años hace que conocía al señorito Jacob?
—Hace unos veinticinco años. Al año de llegar yo a trabajar aquí, el señorito volvió herido de la guerra y siempre que iba con los niños a la biblioteca, él estaba allí leyendo y conversaba con nosotros.
—¿Sabe si alguien tenía motivos para matarlo? ¿Vio o escuchó algo raro anoche?
—No sé quién ha podido hacerle eso. Él era una buena persona. Respetaba y se daba a respetar. Era un buen patrón —Marian intentaba controlar sus emociones y no romper a llorar—. Señor esta noche solo he escuchado el ruido de los truenos y los quejidos de mi hija que ha estado de parto toda la noche.
—¿Evelyn ya ha dado a luz? —preguntó Margaret mirándola sorprendida.
—Sí señora. Ha tenido un lindo bebé que se llama Jeremy. Están bien los dos. ¡Qué día más triste ha ido a nacer mi nieto! —dijo Marian sollozando sin poder aguantar las lágrimas.
—¡Cuánto me alegro que estén bien! —Margaret con gesto compungido exclamó—. ¡Cuánto le hubiese gustado a Jacob conocerlo! ¡Pobre hermano mío!
Marian con un nudo en la garganta, sentía como se deslizaban las lágrimas por sus mejillas.
—Marian, ¿sabe o escuchó en alguna ocasión si el señorito se dedicaba a temas ilegales?
—No agente. Nunca escuché nada al respecto —contestó con amargura.
—Señoras vamos a seguir investigando y preguntando al servicio. Mi compañero va a tomarles las huellas dactilares a todos ustedes. Además del personal fijo, ¿había anoche trabajadores eventuales?
—No, ahora en invierno el trabajo escasea y no tenemos trabajadores extras. Cuando empieza la primavera y la recolecta, si contratamos a hombres del pueblo. Ellos van y vienen a diario, no se quedan a dormir. Ahora solo está el personal fijo.
—De acuerdo. Ya le iremos informando de los indicios que encontremos.
—Gracias agentes. Por favor, encuentren al asesino de mi hermano y que pague por ello.
Los agentes salieron de la sala dejando a las dos mujeres solas.
—Marian necesito descansar un rato. Estoy agotada y me cuesta creer que mi hermano ya no esté con vida. No me hago a la idea de esta tragedia. Nos quedan días de mucho dolor —le manifestó la señora, mientras se levantaba del sillón—. Voy a estar en mi alcoba, hasta que preparen a mi hermano. Si hay alguna novedad, avísame.
Cuando la señora se fue, Marian siguió sentada en el sillón. Y pensar que tan solo a unos metros yacía Jacob sin vida. Ahora George y el médico lo estaban amortajando. Ella necesitaba despedirse de él, había sido muy bueno con ella. Se encontraba sin fuerzas. Todo aquello parecía mentira, una pesadilla. Con el corazón palpitante y los ojos inundados en lágrimas seguía sin creer la dura realidad de lo sucedido. Entrecerró los ojos y volvieron a su mente los recuerdos de todos los momentos vividos con el señorito Jacob, años atrás.
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