Los secretos de la mansión Samwel. Charo Vela

Los secretos de la mansión Samwel - Charo Vela


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y Shara, volvieron al pueblo. Marian se quedó triste y sola.

      Al finalizar la época estival, el señorito estaba casi repuesto de su dolencia. Además de las curas, los paseos por la pradera, los aseos en el lago y el cariño de los niños lo habían mejorado bastante. Estaba pensando involucrarse en la política, pues sus artículos en la prensa local eran muy respetados y valorados. Incluso le habían premiado por ello. Un par de veces tuvo que acudir a dar reuniones y charlas a los pueblos más cercanos. Aunque para entrar en la política, debía mudarse, irse a vivir a la gran ciudad y eso le frenaba bastante. Él en la mansión vivía bien, se sentía a gusto y feliz. El pueblo vecino estaba a pocas millas, pero la capital estaba a más de ocho horas de viaje, para ello debía trasladarse y por ahora no tenía la menor intención.

      Tras el verano, vino un invierno muy frío, nevó y llovió muchísimo. Se perdieron casi todas las cosechas. La escasez y la carestía que sobrevinieron tras la posguerra, dañó bastante la economía familiar de Samwel. La mansión se sustentaba con los ingresos de sus vinos y la fruta que exportaban a toda la comarca. Las vides y frutales se vieron dañadas por tantas nevadas y tormentas. Los cultivos no corrieron mejor suerte. Las lluvias torrenciales que habían azotado el condado, no permitieron recoger la cosecha a tiempo. En poco más de dos meses se había perdido casi todo. Para cuando pudieron redoblar los refuerzos para la recolecta, todos los cultivos ya estaban abnegados y perdidos.

      La economía de Samwel se resquebrajaba por momentos. Los señores junto al señorito Jacob, preocupados con la precaria situación, reunieron un día a todo el personal en el salón principal y con tristeza la señora Margaret les confesó:

      —Os hemos citados a todos, para informaros que la mansión pasa por problemas económicos muy serios. No tenemos buenas noticias. Como sabéis, hemos perdido grandes cantidades de cosecha y esto tras la posguerra nos ha llevado casi a la quiebra. En estos críticos momentos sentimos no poder seguir pagándoles su sueldo. La persona que desee marcharse lo entenderemos, pero si se quedan a nuestro lado, cama y comida no les faltará. Esperamos que pronto se solucione esta situación y que volvamos cuanto antes a la normalidad. Desde que mis padres murieron y tomé las riendas de la mansión, jamás había pasado por una situación tan cruda como esta. Me apena llegar a estos extremos, pero claro está que contra la naturaleza y fuerzas mayores no podemos luchar. Agradeceros todos los años que nos habéis servido y sido leales. Sin más que deciros, espero lo penséis y nos deis vuestra respuesta pronto.

      Todos salieron del salón con el rostro triste, les daba pena la situación por la que estaban pasando. Salvo una asistenta joven, que solo llevaba un año en la casa, todos se quedaron. El servicio estaba compuesto por Betty, la cocinera, Grace, la doncella de la mansión, Emma, la asistenta de los señores y la que se ocupaba de la colada, Marian, que cuidaba de los niños. George, era el jardinero y se ocupaba también del granero. Alfred se ocupaba de los cultivos y las bodegas y Steven se ocupaba de las caballerizas, caballos, carruajes y la granja. El resto de jornaleros eran temporales, solo estaban en épocas de siembra y recolectas. Casi todos llevaban ya muchos años allí y además no tenían donde ir. Tras la guerra, el trabajo escaseaba. Ellos llevaban varios años en la casa, les habían tratado bien y no debían abandonar a los señores ahora. No consideraban justo marcharse en el peor momento.

      Marian no iba a irse de la mansión, pero estaba triste y apenada.

      —Marian hace unos días que te noto muy callada y triste. ¿Qué te pasa? —le preguntó Betty mientras cenaban en la cocina, días después de hablarles los señores.

      —Betty no sé cómo voy a poder pagarle a mi madre sus ungüentos para el dolor y sus medicinas. Sin dinero el boticario no le da nada. Y la casa es muy fría sin carbón y sin comida caliente, mi madre empeorará. Y eso me tiene sin dormir —le contó con lágrimas en los ojos.

      —No te preocupes por eso Marian. Yo tengo algo de dinero guardado, apenas gasto mi sueldo y no tengo a nadie a quien darle. Así que puedes contar con el dinero que necesites.

      —¡Ay Betty no puedo aceptarlo! Ese dinero es tuyo de tu trabajo —exclamó Marian emocionada por el buen corazón de la cocinera.

      —Desde que llegaste te he sentido como de mi familia Marian. Has sido cariñosa conmigo y me has ayudado cuando has podido sin pedírtelo. Ahora yo quiero ayudarte a ti, además tu madre es una buena mujer y deseo hacerlo. Si lo prefieres no te lo doy, yo te lo presto y cuando empecemos a cobrar de nuevo me lo devuelves poco a poco. Piensa en tu madre.

      Marian se abrazó llorando a Betty. Aceptó su prestamo y agradecida le dijo que nunca olvidaría lo que estaba haciendo por ella. Marian le entregaba a su madre el dinero cuando venía, pero sin ella saber que era de Betty, porque ahora no cobraban. ¿Para qué hacerla sufrir más?

      A finales del invierno, el señorito Jacob, recuperado casi del todo de sus males, decidió marchar a la ciudad, debía trabajar. Los negocios familiares no pasaban por buen momento. Su cuñado, el señor Thomas, estaba bastante enfermo. Su hermana días antes le habló:

      —Jacob ahora que ya estás mejor, debes tomar las riendas de la mansión. Eres el hombre de la familia, mi marido con su enfermedad sabes que ya no puede estar al frente y tú debes buscar el sustento de la mansión y soluciones para mejorar esta crisis —le decía Margaret a su hermano una tarde cuando tomaban el té en el despacho de Jacob.

      —Sí hermana, es el momento de que luche por levantar lo qué nuestros padres nos legaron.

      —Hermano, sé que nos vas a sacar del problema por el que estamos pasando —Margaret se levantó y lo abrazó con cariño, dándole su confianza.

      Ella se hizo cargo de Jacob, cuando sus padres murieron, él era pequeño y nunca le faltó de nada. Margaret era doce años mayor que Jacob. Su hermana fue una segunda madre para él. La mansión Samwel era la herencia que sus padres les habían dejado a los dos. El señor Thomas al casarse con la señora Margaret, también había aportado todo su patrimonio para plantar los viñedos y crear una empresa vinícola en la ciudad; pero su enfermedad se había agravado. Había tenido una terrible caída del caballo, dañándose la espalda y dejándolo en cama incapacitado con reiteradas infecciones y calenturas que no lo hacían mejorar.

      Así que ahora le tocaba a Jacob tomar el mando y solucionar el problema. Él tuvo una juventud bastante buena. Había disfrutado de todo cuanto quiso y de todas las mujeres que le habían gustado. Luego el tiempo que estuvo en el ejército, aprendió a valorar la suerte que tenía de tenerlo todo, al ver tantos heridos y muertos. Vivir entre tanta hambre y miseria lo dejó marcado. Todas estas circunstancias lo habían madurado y más, tras el accidente de su pierna y saber lo que era sufrir fuertes dolores. Ahora ya se encontraba mejor, aunque cojeaba un poco. Ya era un hombre y había llegado la hora de tomar la rienda de los negocios familiares. Debía luchar por el patrimonio que sus padres les habían dejado y levantarlo del bache económico que atravesaba. Era su deber hacerlo por el bien de todos.

      Una mañana tras preparar su equipaje, fue a despedirse de su familia y de Marian.

      —Marian, como ya sabes debo irme un tiempo a la ciudad. Ahora me toca trabajar duro para sacar las bodegas y los cultivos adelante —le contó en la biblioteca, cuando ella jugaba con los niños.

      —Sí señorito, le deseo buena suerte y que le vaya bien en la ciudad —le dijo mirándolo a los ojos—. Ojalá pueda mejorar la situación.

      —Tienes que seguir escribiendo, cuando vuelva leeré lo que escribas. No sé cuánto tiempo estaré fuera. Cuídate y deseo que paséis un buen verano —le dijo acercándose a ella.

      Él quedó frente a ella, mirándola fijamente, ella también lo miraba, Jacob era más alto que Marian. Con cariño se acercó a ella, se agachó y le dio un beso en la mejilla. Marian ruborizada y con el corazón latiéndole acelerado, apenas pudo mirarlo a los ojos, nerviosa y con voz temblorosa le deseó feliz viaje.

      Jacob se marchó a la ciudad, en busca de soluciones para solventar la situación. Él era inteligente y tenía tesón, le iba a ir bien. Pasaron meses en que no se supo nada de él. Solo algún telegrama, donde escuetamente informaba que estaba bien de salud


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