Antequera, 1808-1812. De la crisis del Antiguo Régimen a la Ocupación Napoleónica. Francisco Luis Díaz Torrejón
no se conservan ejemplares del Semanario de Antequera y lo único que se conoce sobre el contenido de sus páginas es un texto satírico alusivo a la batalla de Bailén, que «convertía a los franceses en toros lidiados por los garrocheros andaluces»[34] . Esta pista ha bastado para averiguar que se trata del texto publicado anónimamente poco después de acaecida dicha batalla y estampado en la imprenta de la calle madrileña de la Espada, gracias a un ejemplar que se ha localizado en la Biblioteca Nacional. Siendo este relato el único vestigio que mantiene viva la memoria del Semanario de Antequera, se cree interesante darlo a conocer:
«Noticia de la función de toros, executada en los campos de Bailén.
Aviso al público
Con el correspondiente y superior permiso de nuestro Augusto Soberano el Señor Don Fernando VII (que Dios guarde) se executará en los campos de Bailén una plausible y deseada función de toros franceses el día 19 de julio de 1808 (si Dios lo permite), siendo diputados de dicha función los Excelentísimos Señores Don Francisco Saavedra, de Sevilla, y Don Tomás Morla, de Xerez de la Frontera. Mandará y presidirá el campo Don Francisco Xavier Castaños. Los 18 toros serán 12 de la vacada del señor Dupont, general en gefe del exército de observación de la Gironda, con divisa negra; 5 de la del señor Vedel, grande aguilucho, con divisa amarilla (vacadas que en Austerlitz, Marengo y Jena han dexado bien acreditada su fama); y el que queda restante es de la casta famosa de Córcega, nuevo en esta plaza, que se halla en Madrid, el que será embolado, para que los aficionados se diviertan (si llegan a tiempo).
Los 17 toros de mañana y tarde serán lidiados por las cuadrillas de a pie al cuidado del famoso Coupigni, y Don Narciso de Pedro, que los estoquearán, ayudándoles el medio espada Don Juan de la Cruz Morgeon, que matará el último de la tarde. Picarán los 6 toros por la mañana Don Manuel de la Peña, con la famosa quadrilla de lanceros de Xerez, y por la tarde lo executarán Don Teodoro Reding con la esforzada caballería española.
Notas del Gobierno
Se manda de orden superior que persona alguna se esté en los tendidos, ni menos baxe a la plaza; se colocarán entre barreras para lo que ocurra, y sólo estarán en la plaza los operarios para la servidumbre de la función; igualmente se prohíbe el arrojar a la plaza qualquier cosa con que sean bombas, granadas, balas, &., con apercibimiento de que será tenido por traidor o cobarde el que así no lo hiciese.
Otro. Habrá prevención de fusiles, espadas y pólvora para si el público lo pide, a disposición del Magistrado. Unos días antes de la función estará el ganado en los parages siguientes: los de Dupont en Andújar, y los de Vedel en Despeñaperros, para si los manchegos gustan echar algún capeo; la noche antes de la función se hará el encierro, guiados por cabestros cojos y mancos; se dará principio a las tres de la mañana. Se hace saber al público que el famoso toro de la vacada de Córcega, que estaba en Madrid para correrse embolado, se ha escapado, pues a pesar de ser tuerto, bien veía lo que le había de suceder; pero ya van en su seguimiento, luego que esté encerrado se dará aviso por nuevos carteles para que el pueblo no pierda un rato tan divertido»[35] .
Este sarcástico relato, protagonizado por los principales actores de la batalla de Bailén, es un paradigmático exponente de la literatura de acción política empeñada en la guerra de pluma porque su objetivo no pretende suscitar la sonrisa de los lectores antequeranos, aunque lo haga, sino mantener los niveles de efervescencia patriótica y avivar los sentimientos de aversión a los franceses.
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El alborozo subsiguiente a la victoria de Bailén exacerba el patriotismo, y las manifestaciones antinapoleónicas degeneran en sentimientos galofóbicos hasta el odio más irrefrenable. En Antequera se vive una exaltación de alto voltaje, cuya desmedida intensidad electriza el ambiente y deriva en reacciones violentas contra las huellas francesas en la ciudad, huellas que entonces están encarnadas por el colectivo de emigrantes de dicha nacionalidad establecidos en el vecindario desde finales del siglo XVIII.
Sin embargo, las represalias no pasan de las meras amenazas porque la Junta gubernativa local había tomado precauciones para evitar males mayores. Seguramente habría corrido la sangre por las calles antequeranas sin la prudente medida, adoptada varias semanas antes, de proteger tras las rejas de la cárcel a los diecisiete vecinos de naturaleza francesa residentes en la ciudad[36] . En el caso contrario, algunos de ellos quizá no se hubieran librado de la venganza popular, aunque llevaran domiciliados en Antequera tanto tiempo como, por ejemplo, el hornero de origen saboyano Pedro Barta, con más de cuarenta años de residencia; el sastre Antonio Ayllon, con treinta y tantos; el también hornero Bernardo Morea, con treinta; y el criado gascón Juan Comas, con veintiocho[37] .
Pero la frustración de esta venganza fallida no disipa la euforia patriótica de los antequeranos, ya que perseveran en la satanización de los franceses y conservan intactas sus ansias de revanchismo. En la ciudad no se renuncia a los anhelos de represalias y la ocasión de materializarlos se presenta el 25 de agosto de 1808, más de un mes después de la batalla de Bailén, cuando se dispone a transitar por Antequera, camino de Málaga, una columna de prisioneros napoleónicos bajo escolta española[38] .
Advertido del tránsito de los franceses, el vecindario sale en masa a las puertas de la ciudad en estado de exaltación, sin que las autoridades locales –encabezadas por el corregidor Bernad y el alcalde mayor Vidal– pudieran disuadir a la gente de sus intenciones. Las actitudes beligerantes se acentúan por momentos y ante las primeras muestras de hostilidad, los prisioneros corren hacia un altozano inmediato al camino –acaso el cerro de la Veracruz– para escapar del avispero y salvarse de la carnicería. Algunos caen en el intento porque el ataque había roto con la velocidad del rayo. El coronel Joseph Vigier, jefe del Estado Mayor de la División Lefranc y uno de los prisioneros de la columna, refiere así el dramático episodio:
«Là, le peuple en fureur, se précipitant sur notre passage, nous ferme l´entrée de la ville, malgré les soins, au moins démonstratifs, de l´autorité, et nous sommes obligés de prendre position sur un mamelon situé au nort de la ville; plusieurs soldats éloignés de la colonne sont assassinés, les bagages pillés en grande partie»[39] .
Aunque el vecindario antequerano abrigaba sentimientos antinapoleónicos desde meses atrás, hay motivos para sospechar que este estallido hostil en las puertas de Antequera no correspondía a una manifestación espontánea, sino que necesariamente estuvo orquestada por alguien que conocía de antemano el tránsito de los prisioneros, cosa reservada a muy pocos. Sin pruebas resulta imposible acusaciones concretas, aunque el teniente Eugène Alexandre Husson, un oficial de veintidós años de edad –había nacido el 17 de marzo de 1786 en Reims– que escapó milagrosamente de aquel avispero, no se corta en señalar a los inductores espirituales de la revuelta vecinal:
«Le pillage fut général. Et qui l´ordonna? Des prêtres de cette religion catholique, mais intolérante, qui se portaient à de tels excès qu´eux, particulièrement, conduisaient les habitans, nous jettaient des pierres et nous injuriaient. Moi-même j´en reçus une qui me fut lancée par un franciscain»[40] .
El liderazgo del clero en la turbulencia popular contra los cautivos de Bailén no está probado y la denuncia del teniente Husson solo es una opinión, aunque no puede negarse la presencia de eclesiásticos exaltados –no carentes de poder de convocatoria– en Antequera que pudieran hacerlo. Tal es el caso de fray Manuel de la Virgen del Rosario, antiguo definidor general de los trinitarios descalzos, a juzgar por las palabras –palabras cargadas del más reaccionario fanatismo– que pronuncia el 6 de septiembre de 1808 en la Colegiata de San Sebastián para satanizar a los franceses:
«Nosotros hubiéramos visto incendiados nuestros pueblos, arruinadas nuestras casas, saqueadas nuestras riquezas, destrozados nuestros más preciosos muebles y un enemigo feroz, arrogante y orgulloso, insultar nuestras calamidades y reírse en nuestras desgracias. [...]. Todo esto hubieran hecho estos malvados herejes, estos pérfidos judíos, estos infames apóstatas, estos impíos ateos, estos insolentes libertinos, estas furias infernales con semejanza de hombres»[41] .
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