Antequera, 1808-1812. De la crisis del Antiguo Régimen a la Ocupación Napoleónica. Francisco Luis Díaz Torrejón
regular; Jerónimo de Rojas y Arrese, marqués de la Peña de los Enamorados, Vicente Pareja Obregón y Gálvez, conde de la Camorra, y Fernando Mansilla y Tamayo, conde del Castillo del Tajo, por la nobleza titulada; Manuel Solana Casasola y Antonio de Gálvez, por la hidalguía; Juan Caballero, por el gremio de comerciantes; Juan María Sánchez y Alonso Alarcón, por el ramo de labradores; el capitán y comandante de armas José Soler; y el administrador de Rentas Reales Francisco Blanco[14] .
En la misma fecha del 31 de mayo de 1808, como se había anunciado la tarde anterior, se tiran bandos y edictos que llaman al alistamiento de mozos para la guerra en las cajas de recluta instaladas en sendos edificios municipales del Coso de San Francisco y de la Plaza de San Sebastián, tarea en la que colaboran varios eclesiásticos –entre ellos el vicario Pérez de Hita– con encendidas arengas como instrumentos de una oratoria de la seducción[15] . Esta llamada al alistamiento general y la apertura de una suscripción económica para sufragar los gastos de la guerra[16] , son las primeras actuaciones de la recién constituida Junta gubernativa de Antequera.
La clase pudiente responde con generosos donativos y parece como si existiera cierta competencia entre sus miembros por destacar en grado de patriotismo con la mayor cantidad donada. En este sentido, los antequeranos más patriotas son el marqués de la Peña de los Enamorados, que ofrece la cantidad de mil reales mensuales; y Diego Vicente Casasola y Manuel Solana, que individualmente costean seis plazas de soldados durante tres meses a razón de cinco reales diarios cada una de ellas[17] .
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Largas filas de eufóricos vecinos comparecen ante las autoridades con el propósito de sentar plaza en las unidades militares que van a formarse para reforzar los ejércitos españoles y el espectáculo generado por la muchedumbre, envuelto en una escenografía casi teatral, no debe diferir demasiado de la situación –no exenta de tintes cómicos– que García Blanco ve en Osuna:
«Los frailes, los clérigos y los varones todos (hasta José Guerrero, el tonto de entonces), todos se pusieron V de voluntario en las monteras, en los sombreros, en las capillas; todos se alistaron voluntariamente en defensa de la Religión y de Fernando VII»[18] .
Más de cuatrocientos antequeranos habían respondido a las llamadas de alistamiento y están a disposición de las autoridades cuando el corregidor Bernad recibe un oficio de la Junta Suprema de Granada, fechado el 30 de junio de 1808, con la orden de remitirlos a Alcaudete, localidad del Reino de Jaén, donde han de incorporarse al Ejército de Granada[19] . Después de enconados debates y discusiones sobre la autoridad local encargada de la conducción de los voluntarios, el contingente parte de Antequera el 10 de julio bajo la responsabilidad del regidor Francisco Delgado Palacios[20] .
Los voluntarios antequeranos llegan a Alcaudete en cuestión de pocos días y allí son entregados al teniente coronel Francisco Enríquez García, un experimentado militar –nacido en Alicante el año 1775– que poseía una dilatada carrera castrense porque había ingresado como cadete en el Regimiento Provincial de Ronda, cuando era un niño de doce años de edad, y tenía la experiencia bélica de haber participado en el bloqueo de Gibraltar, en la defensa de Ceuta y en la guerra de la Convención[21] .
Desde Alcaudete las tropas de Granada se dirigen a Porcuna, donde se unen a las de Sevilla para constituir el llamado Ejército de Andalucía que va a mandar el teniente general Francisco Javier Castaños. Allí los voluntarios antequeranos pasan la primera revista de comisario y conforman una unidad orgánica de infantería ligera con el título de Batallón de Cazadores de Antequera, que consta de cuatrocientos treinta y dos hombres en cuatro compañías encabezadas por los capitanes Rafael Almansa y Salvador Linares, y los tenientes Nicolás Rodríguez y Esteban Lloret. Al frente del cuerpo se sitúa una plana mayor integrada por el teniente coronel Francisco Enríquez, el sargento mayor Luis María Losada, y los ayudantes José Mancha y Francisco Mancha[22] .
El Batallón de Cazadores de Antequera es adscrito a la 1ª División del Ejército de Andalucía, mandada por el general Teodoro Reding de Biberegg, y encuadrado en sus filas interviene durante el mes de julio de 1808 en diversas acciones frente a las tropas napoleónicas desplegadas por tierras de Jaén[23] . El día 19, la unidad antequerana participa con trescientos cuarenta y tres hombres en la batalla más relevante de todas cuantas se libran en España durante el año 1808, la sonada batalla de Bailén[24] , y aunque no tiene un destacado protagonismo en los combates, presenta un balance final de dos muertos, tres heridos y cincuenta y nueve extraviados[25] . No obstante, el general Castaños elogia su papel en el parte correspondiente: «Los regimientos de infantería de la Reyna, Irlanda, Jaén de línea, Barbastro, Tercios de Texas y Cazadores de Antequera, han mantenido la reputación que siempre han merecido»[26] .
De los delirios patrióticos a las reacciones galofóbicas. El Semanario de Antequera
El II Corps d´observation de la Gironde, mandado por el general Pierre Dupont de l´Étang, había caído estrepitosamente en los campos de Bailén y los ecos de su derrota, que es victoria española, corre por Andalucía –y aun por España entera– como la pólvora inflamada. En Antequera se conoce el triunfal desenlace de aquella batalla la tarde del 21 de julio de 1808 –dos días después de haberse consumado– gracias a un oficio remitido por el corregidor de Lucena, Antonio de la Escalera:
«... el aviso dirigido con fecha de ayer por el corregidor de Lucena en que se expresa la favorable y plausible noticia de habérsele hecho al ejército de los franceses una general derrota, apresando al general Dupont, matando a su segundo y rindiendo prisioneros, los que habían quedado vivos, y entregando todos sus carros de municiones, armas y alhajas robadas»[27] .
La noticia produce una deflagración de júbilo general, máxime cuando se adivinaba una intervención celestial en la victoria española como respuesta a las rogativas públicas celebradas durante los días previos en las iglesias locales para el «exterminio de los execrables y pérfidos franceses, que nos han ocasionado las notables ruinas y vejaciones que hemos sufrido en estas Andalucías»[28] .
El triunfo de las armas españolas en Bailén es un hecho extraordinario, inesperado por todos ante el poderío militar napoleónico, que merece señaladas celebraciones. Aún no ha amanecido el viernes 22 de julio de 1808 cuando se canta un tedeum en la Colegiata de San Sebastián y se improvisa una procesión de la custodia en manos del preste por las calles aledañas con el acompañamiento de autoridades, prelados de las comunidades religiosas y algunos notables de la sociedad antequerana, portando hachas encendidas[29] . A esta manifestación, un tanto espontánea, sigue la celebración oficial en la tarde del día siguiente con una solemne misa en acción de gracias y grandilocuente sermón de Pedro Muñoz Arroyo, canónigo magistral y vocal de la Junta gubernativa antequerana[30] .
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El vecindario se explaya en regocijos y a ello contribuye el periódico fundado por tales fechas con el título de Semanario de Antequera, que encaja en la línea de la prensa patriótica y política eclosionada tras la declaración de guerra a Napoleón. Acaso el periódico antequerano siga el modelo editorial del Diario de Granada, órgano difusor de la Junta Superior del Reino homónimo, que se publica en la capital granadina desde principios de junio de 1808 bajo las siguientes formalidades:
«... el objeto de este Diario será: primero, manifestar de oficio las órdenes y providencias de la Junta Superior de Gobierno, [...]; segundo, dar noticia de algunos sucesos del Reyno, y aun de otros países, según lo permiten la falta de comunicación y otros impedimentos; y tercero, finalmente, insertar algunos discursos análogos a las circunstancias presentes»[31] .
Con toda certeza, el Semanario de Antequera se tira en la imprenta de la viuda e hijos de Juan Antonio de Gálvez, único establecimiento tipográfico existente en la ciudad, que ocupa una casa de la calle Lucena[32] . Nada se sabe acerca de la identidad de su redactor, aunque no resultaría extraño que tras el enigma se hallara el canónigo magistral Pedro Muñoz Arroyo, un intelectual de ágil pluma muy vinculado a Granada porque se había formado en el Colegio del Sacromonte,