Antequera, 1808-1812. De la crisis del Antiguo Régimen a la Ocupación Napoleónica. Francisco Luis Díaz Torrejón
más numerosos que de costumbre, no parece que muestren un especial júbilo por la coronación de Fernando VII, según se colige del laconismo con el que se despacha el asunto en el acta correspondiente: «La Ciudad queda entendida y acuerda que por su parte se cumpla y execute en los términos que se manda»[2] .
¿Acaso el ayuntamiento antequerano es de inclinación godoísta y no celebra, con la alegría que pudiera esperarse, el ascenso del nuevo monarca porque ello ha supuesto la caída del valido Godoy?
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El advenimiento real exige el formulismo inmutable del Antiguo Régimen en cuanto a las solemnidades como gestos de vasallaje y bienvenida, y el cabildo municipal acuerda en la sesión del 12 de abril de 1808 agilizar los preparativos para la ceremonia de proclamación que se impone desde Madrid[3] . De inmediato se activa el protocolo históricamente dispuesto para tales casos:
«... respecto a que el señor marqués de la Vega de Armijo, conde de Bobadilla, como alférez mayor de este Ayuntamiento toca y corresponde el ceremonial de la próxima proclama, llevar y enarbolar el pendón en ella, se le pase el aviso consiguiente por medio de carta misiva certificada que se le dirija a la ciudad de Málaga, donde tiene fija residencia por ahora»[4] .
Sin embargo, la noticia no entusiasma a José de Aguilar y Narváez, marqués de la Vega de Armijo y conde de Bobadilla, heredero del privilegio histórico de tremolar el pendón durante los actos de proclamación regia en Antequera. ¿Por qué será? Se ignoran los motivos, aunque parece que en su decisión de excusarse de la ceremonia subyace algo más que el pretexto de la enfermedad, como arguye. Delega de una forma tan ligera el alto compromiso en «la persona que quiera prestarse a dicha solemnidad»[5] , que su negativa sospechosamente parece rechazo a cualquier protagonismo en los actos.
La celebración de advenimiento real en Antequera se demora hasta el 1 de junio de 1808[6] , pero entonces se hace por todo lo alto porque las presuntas devociones godoístas de la municipalidad se habían esfumado como por arte de magia. Godoy nada pinta ya en el panorama político nacional y tras su traumática caída hay que aparentar, por una mera cuestión de supervivencia, la mayor adhesión al poder absoluto de Fernando VII.
La proclamación regia se reviste de toda solemnidad y los actos comienzan con una marcha procesional de las autoridades y la nobleza, bajo la escolta de tropas, hacia el Convento de los Remedios para recoger dos banderas del Regimiento Provincial, depositadas en su capilla mayor, que van a pasearse en manos del regidor decano José María Peñuela y del conde de la Camorra.
Posteriormente, la comitiva se encamina hacia la casa del regidor Diego Vicente Casasola, situada en lo alto de la calle San Agustín, para tomar un retrato de Fernando VII e incorporarlo a la procesión, flanqueado por las dos principales figuras de la municipalidad: el corregidor Bernad y el alcalde mayor Vidal. El cortejo, que sigue el recorrido urbano entre un numeroso gentío y los sones de una banda de música, gana en religiosidad a su paso por la calle Estepa con la imagen de la Virgen del Rosario en unas andas portadas a hombro. El desfile continúa por las calles antequeranas hasta las casas capitulares del Coso de San Francisco, en cuyo balcón central queda expuesto el retrato del monarca entre las dos banderas[7] .
La ceremonia de proclamación alcanza todo su carácter cuando el regidor decano José María Peñuela, que sustituye al marqués de la Vega de Armijo en las funciones de alférez mayor, tremola el pendón real en las alturas de la «Torre del Reloj» y en el balcón del ayuntamiento al grito de: «Antequera, Antequera, Antequera, por el Rey Nuestro Señor Dn Fernando VII, que Dios guarde»[8] .
Tres noches de luminarias en los principales edificios públicos de la ciudad completan las celebraciones por el advenimiento regio. Antequera luce como la población más fernandina de España.
Guerra al francés
Cuando se celebra en Antequera la proclamación de Fernando VII, el monarca y su real familia ya llevaban secuestrados varias semanas en Bayona, adonde incautamente habían acudido tras los embaucadores engaños de Napoleón. La ausencia del rey había dejado el gobierno de España en manos del mariscal Joachim Murat –gran duque de Berg y cuñado del emperador– con el título de lugarteniente general del Reino, quien merece la etiqueta de auténtico salvaje por su desmedida respuesta contra la población civil durante las revueltas callejeras del 2 de mayo de 1808 en Madrid. Incluso Napoleón llegará a decir de él: «c´est une bête»[9] .
Aunque nada consta en los archivos locales, las noticias no tardan en llegar a Antequera y al cabo de pocos días, nadie desconoce la grave situación de los Borbones en Bayona y la sangrienta matanza de cientos de madrileños –hombres, mujeres y niños– por las tropas de Murat. Entonces, la indignación crece entre los antequeranos en la misma proporción que el patriotismo.
La sociedad local abrigaba ya inconfundibles sentimientos antinapoleónicos cuando a las cinco de la madrugada del domingo 29 de mayo de 1808 se presenta en casa del corregidor Bernad, situada en la calle Maderuelo, un propio enviado por las autoridades de Archidona con dos oficios de la superioridad política de Sevilla, que había dejado a su paso un comisionado en carrera hacia Granada[10] . Uno de los oficios notifica la creación de una Junta gubernativa en la capital hispalense, con el carácter de Suprema de España; y el otro incluye una orden para que se anuncie por bando al vecindario la declaración de guerra a los franceses:
«... en nombre de Nuestro Rey Fernando el VII, y de toda la Nación Española, declaramos la guerra por tierra y mar al Emperador Napoleón Iº, y a la Francia, mientras esté baxo su dominación y yugo tirano, y mandamos a todos los españoles obren con aquellos hostilmente, y les hagan todo el daño posible, según las leyes de la guerra»[11] .
Una explosión de patriotismo recorre la ciudad de punta a punta y los antequeranos de todas las clases sociales, deseosos de significar su adhesión a la causa, adornan sus sombreros y monteras con escarapelas nacionales. Un mar de divisas rojas y gualdas inunda todos los rincones y la gente, sacudida por exacerbados sentimientos españolistas, se acorrilla en calles y plazas en respuesta unánime contra Napoleón. Los latidos del entusiasmo popular se sienten por todas partes y especialmente ante las casas capitulares, en el Coso de San Francisco:
«... la conmoción en que generalmente se halla el vecindario, reunido mucha parte de él en las puertas de estas casas y calles inmediatas, inflamado en el más ardiente celo patriótico»[12] .
Toda la ciudad de Antequera es una pira antinapoleónica. Nadie permanece ajeno al ardor patriótico y ni siquiera los niños son insensibles a las enfebrecidas circunstancias porque, empapados del ánimo de sus mayores, juegan a la guerra con más pasión que nunca. Divididos en bandos, patuleas de chiquillos se enzarzan en batallas campales a pedrada limpia entre buenos y malos, es decir, entre patriotas y napoleónicos:
«... en el sitio de la Puerta de Granada y sus inmediaciones concurren los más días [...] multitud de muchachos de corta edad, y aun jóvenes, y formando entre sí partidos de oposición, unos con el nombre de españoles y otros con el de franceses, se disparan piedras de parte a parte»[13] .
Semejantes juegos superan todo carácter lúdico porque hay que interpretarlos como una manifestación, a escala infantil, de los sentimientos antibonapartistas que subyacen en Antequera y aun en toda la España patriótica.
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Conforme a instrucciones superiores, el gobierno local antequerano transmuta su hermética estructura de cabildo para transformarse en un órgano más abierto y participativo, mediante la incorporación a las funciones ejecutivas de individuos representativos de los estamentos sociales, con el título de Junta gubernativa de Antequera.
Dicho órgano se constituye la tarde del 31 de mayo de 1808 en el domicilio del corregidor Bernad, donde habían sido convocadas las personas convenientes, y aparte de los miembros de la municipalidad participan como vocales: el prepósito de la Colegiata Gaspar Carrasco y Alcoba, los canónigos Gabriel de Medina y Acedo, Pedro Muñoz Arroyo, Francisco Mansilla