Aquí América Latina. Josefina Ludmer
de Saussure, la novela “vanguardista” de Libertella. Ese lector, que porta en sus hombros la carga funesiana de la literatura argentina y logra la supervivencia, ¿no se sobreentiende en la obra proliferante de César Aira?: en un panorama superatomizado, una literatura a la carta, una novela para cada lector.
Territorios
Esta sección presenta el corolario de las indagaciones de Josefina Ludmer en el último tramo de su estadía en Yale. Esa cátedra latinoamericana, cuyo alumnado reúne bajo la universidad del imperio a todas las nacionalidades al sur de su frontera, es determinante como escenario de este corpus de narraciones. El recorte de lo global llamado Hispanic, esa categoría inmigratoria, se multiplica en los lectores a los que apela, que también los sobredetermina en sus edades. Entendiendo que esa sí es una división de las más insalvables, recorre todos los artículos la voluntad programática de acercarse a generaciones más jóvenes, en lugar de obligar a estas a atender al maestro. En contraste con sus libros anteriores, en los que examina las literaturas argentina y latinoamericana asumiendo en cada caso el paradigma de un corpus específico y autocontenido, aunque enlazado a postulaciones teóricas, aquí la ambición monográfica se disemina al ensamblar los artículos en favor del panorama regional. En la segunda parte del libro, su lectura toma como unidad la región, inseparable del modo en que la academia estadounidense ha limado las singularidades nacionales volviéndolas no solo comparables sino homogéneas, casi equivalentes. A diferencia de sus libros anteriores, Josefina vuelve no solo a autores vivos; algunos de ellos están al comienzo o en mitad de su ciclo creativo.
Es esta quizá su sección más perfecta, con ensayos independientes que articulan más de una docena de novelas, no para un contracanon, como en El cuerpo del delito, sino anticipando un paisaje de hiperatomización, sujeto a políticas editoriales y maniobras anabólicas de marketing. Héctor Abad Faciolince, Diamela Eltit, Antonio J. Ponte, Mario Bellatin, César Aira, Washington Cucurto son algunos de los autores que perfilan (y literalmente crean en tiempo real) las nuevas coordenadas de la “isla urbana”, en cuya unidad se conectan entre sí todas las nacionalidades. No se trata de una simple metáfora; recibe el tratamiento de una categoría crítica, hecha de subdivisiones topográficas, geopolíticas y de subjetividades que trazan un territorio.
En su visión de las ciudades inminentes, priman estudiosos fundamentales de la urbe globalizada, autores como Saskia Sassen y Mike Davis, entre otros, pero su desafío es articular esas visiones del momento en que se ha consolidado ya ese “planeta de villas miseria” con las ficciones del territorio latinoamericano, el más vasto unificado por una lengua y por circunstancias históricas. Pertenecen al ordenamiento pasado todas “las divisiones y oposiciones tradicionales entre formas nacionales o cosmopolitas, formas del realismo o de la vanguardia, de la ‘literatura pura’ o la ‘literatura social’ o comprometida”. Se han contaminado las identidades literarias, que también eran políticas. Asimismo, como la literatura “ya no es manifestación de identidad nacional” tampoco puede entregar una utopía –aquel documentalismo de lo real en términos ficcionales que denunciaba y/o prefiguraba realidades–, sino apenas adelantar los bordes de cada apartheid. En sus relatos, la isla urbana precipita detalles, pasos y grados de segmentación: sus materiales son lo que por definición quedará fuera de la Historia. Más que como reflejo, define la literatura como oráculo y laboratorio de los acontecimientos.
Es en “Identidades territoriales y fabricación de presente” donde se desarrolla el postulado central. Transitamos la postautonomía. Ludmer pone en esta noción el punto conclusivo de todas las oposiciones y polémicas que dominaron –y ordenaron– la literatura hasta los noventa. Atribuye al período de vigencia de la autonomía la potencia emancipadora y hasta subversiva de la ficción. Dado que se basaba en el postulado, siempre sometido a presiones, de que la “buena literatura” podía arrogarse el derecho de apelar a su propia racionalidad, esta ya no puede ejercer su autarquía ni maniobrar dentro del poder. Ahora el interés –así como en las artes reemplazó la noción de belleza, el interés reemplaza la noción de maestría incluso en el nivel artesanal– ya no está sujeto a una superioridad inmanente de la ficción, sino a su aptitud para conectar con lo real en un modo complementario novedoso, ni puramente ideológico ni ingenuamente documental, bajo el régimen de la realidadficción mencionada. Su capacidad mimética y utópica es desestimada en favor de esta inmediatez y plasticidad para contribuir al torrente de la imaginación pública.
Está implícito en su magnífica lectura de los nuevos tonos antipatrióticos en América latina –entiendo que una de las primeras–, en la que examina un conjunto de novelas que pueden ser leídas como repudio al concepto de literaturas nacionales, en registros por momentos afines a la sátira o a la diatriba, contra el doble estándar de los discursos públicos en la región, independizadas de cualquier forma de corrección política o aspiración ideológica. Son novelas que se proponen narrar lo que consideran incorregible.
En esta serie de Ludmer, los tonos antipatrióticos parecen una progresión de su propia obra, sobre todo de El cuerpo del delito. Estos nuevos “cuentos” de las ideologías nacionales pertenecen a las víctimas éticas, porque para de-sacralizar la patria primero han tenido que liberarse de los imperativos del compromiso político y la utopía, e incluso de la integridad subjetiva. Los tonos antipatrióticos, ese más allá que resistió a las maldiciones, solo son posibles cuando la figura del escritor como intelectual, ligada a las literaturas nacionales en América latina, lleva décadas malversada o extinguida. El escritor ahora puede denostar el propio origen, incurrir en la traición del lengua larga contra el Estado, porque ya no forma parte de ese nosotros. Ha sido excluido u optó por el soliloquio del exilio interior para conservar la integridad lejos de esas coordenadas, refugiándose en una identidad global en la que la extranjería implica un presente intensificado. A cambio del desarraigo, la libertad de esa lengua desatada: un megáfono para las “verdades feas”. Es posible cambiar de nombre –Vega–, como pronto será posible mudar de sexo; la voz ficcional puede construirse de espaldas a la tradición y la utopía.
Sin su apreciación crítica temprana (Josefina hizo circular El asco con entusiasmo y de manera personal en una precaria primera edición), la lectura de estas novelas quizá habría sido subestimada, como un corpus antiprogresista. Se trata de ficciones que, por otra parte, confrontan parcialmente sus propios postulados sobre la postautonomía, dado que tienen una asimilación anómala en el naturalismo, al que por otra parte tributan. En ellas, las costumbres dejan de ser el fondo documental realista para saturar el primer plano, sometidas a distorsiones hiperbólicas en las que lo real aparece desfigurado por la subjetividad del desprecio. De hecho, las costumbres son la razón de ser de estas novelas, que invocan, con un gesto inaugural, la fuerza transformadora del odio. Malditismo supremo, hay en ese odio una valentía ligada al impulso de desenmascaramiento, que convierte al narrador en otra clase de héroe. En ambos, el odio/asco, como antes supo serlo la patria al calor de la utopía, resulta inseparable de la primera persona, esta vez del singular. En ellas, el repudio antipatriótico no conduce al asco por sí mismo, sino que redime de las pestes de la nacionalidad. Fernando Vallejo, Horacio Castellanos Moya, precursores de los haters.
Entre los méritos de estos ensayos de Ludmer, se distingue su precisión para anticiparse a las dinámicas de estas décadas, la definición de los factores que acarrearon la erosión del encantamiento colectivo con la literatura (el poder de presentar mundos alternativos e incluso de cambiar la realidad, su sugestión utópica) y la disolución de la ficción en el océano de relatos que multiplica y disemina la comunicación en red. Ludmer describe con exactitud la realidadficción, el régimen en el que todo acontecimiento y reclamo de masas tienen su traducción artística inmediata: si Argentina acuñó el motivo de los Siluetazos, según José Burucúa, lo hemos visto hoy más que nunca en las performances y flashmobs de luchas sectoriales y partidarias, en el guionado Delacroix de la doble bandera en el monumento del general Baquedano, en Santiago de Chile a fines de octubre de 2019. Josefina hace un relevamiento del contexto preparatorio, cuenta “el futuro de un pasado” mientras este aún se transita, en calidad de vestigio no del todo extinguido. Es el presente en estado de recuerdo anticipado (en el que, por ejemplo, el desocupado se hace presente en imágenes ofrecidas en modo negativo, como se decía del clisé