Lengua materna. Suzette Haden Elgin

Lengua materna - Suzette Haden Elgin


Скачать книгу
aplaudir al que utilizaba un arma cuando el blanco era un pato en un barril. Se sintió más satisfecho con lo que sucedió a continuación, cuando la reprimenda llegó de la pantalla del comset donde el rostro de James Nathan parpadeaba y ondeaba contra las fluctuaciones de los suministros de energía de la casa.

      —Maldición, Adiness —intervino este otro hijo más capaz—, la única razón por la que no hemos terminado con esto para pasar a esos plazos de entrega por los que estabas tan preocupado hace cinco minutos, y la única razón por la que no estoy de vuelta en la cama, donde, sin duda, debería estar, es por lo mucho que te gusta hablar. Ninguno de nosotros, y eso incluye a Kenneth, a quien pido disculpas por tus malos modales, necesita que recites información que todos los seres humanos conocen desde los tres años de edad. Ahora, daré por hecho que has terminado, Aaron, y te sugiero que así sea.

      Aaron asintió con cortesía y aplomo, y sonrió con tranquilidad, y Thomas supo que este consideraba que la reprimenda merecía el placer de haber jugado con Kenneth, Williams de apellido de soltero. Aaron consideraba que el hecho de que Kenneth aportara genes nuevos no justificaba su presencia. Desde el principio, se había opuesto a que entrara en la casa como esposo de Mary Sarah, y nunca ocultó que su opinión no había cambiado, a pesar de los siete años que habían transcurrido. Le gustaba recalcar que Kenneth era «sin duda, afeminado». No delante de él, por supuesto, pero siempre allí donde el insulto llegara a su cuñado al poco tiempo.

      —Nazareth ya no puede dar a luz —comentó Jason, consciente de que había sido el único en reírse con el ataque de Aaron, y ansioso por demostrar que en él había algo digno de consideración—. Tiene casi cuarenta años, y ni siquiera de joven fue una gran belleza. ¿Para qué demonios necesita pechos? Es absurdo. Es un tema que no merece ni cinco minutos, y mucho menos una reunión. Estoy de acuerdo con Aaron; propongo que terminemos esta discusión, votemos y levantemos la sesión.

      —¿Y hagamos qué? ¿Dejarla morir?

      Paul John carraspeó, y los miembros veteranos miraron al techo con educación. Estaba claro que tendrían que pasar más tiempo con Kenneth. Tal vez deberían comentárselo a Mary Sarah…

      —¡Por Dios, Kenneth, qué tontería acabas de decir! —exclamó Jason, dándose importancia—. Hay dinero de sobra en la Cuenta Individual Médica de las mujeres para cubrir el tratamiento que Nazareth necesita. ¿Quién habla de dejarla morir? No dejamos morir a las mujeres, idiota. ¿Todavía te crees todo lo que lees en las noticias sobre los lingüistas?

      Entonces, Thomas suspiró, lo bastante alto para que lo oyesen, y notó la aguda mirada de Aaron. Tal vez pensara que estaba cansado. Cansado y, para un observador bien entrenado, a punto de desmoronarse. Aaron opinaría que ya era hora de que Thomas dimitiera y cediera el mando de la casa a alguien más joven y capaz, preferiblemente a Thomas Blair II, porque Aaron sabía que lo manipularía con facilidad. Thomas sonrió a Aaron en reconocimiento de la idea y dejó que sus ojos hablaran por él: «Pasarán muchos años antes de que entregue la casa Chornyak a nadie, bastardo engreído», y, entonces, alzó una mano para dar por zanjada la discusión entre Kenneth y Jason.

      —Mira… —empezó a decir Kenneth antes de que Thomas lo interrumpiera.

      —Los lingüistas no dicen «mira», Kenneth. Tampoco dicen «oye» ni «escucha». Por favor, exprésate con mayor formalidad. —Thomas era un hombre paciente, y seguiría intentándolo con este joven testarudo e impetuoso. Había visto diamantes más toscos en su época, y los cuatro hijos que Kenneth había engendrado hasta ahora eran especímenes soberbios.

      Kenneth, evidentemente, no comprendía qué diferencia creaba su elección de predicados sensoriales en las entrañas de la gran casa, a kilómetros de cualquier miembro del público que se contaminara de sus defectos de expresión, pero tenía los suficientes modales como para guardarse sus opiniones. (No pudo borrarlas de su rostro, por supuesto, pero eso no lo sabía, y los demás no tenían motivos para decírselo). Pidió disculpas con un gesto y empezó de nuevo.

      —Entiende esto —comentó con cuidado—. Hay dinero suficiente en la CIM de las mujeres para pagar la regeneración de los pechos. Yo llevo las cuentas, ¿recuerdas? Estoy en posición de saber para qué hay dinero y para qué no. Es una suma insignificante; solo hay que implantar una célula o dos y aplicar un poco de estimulación rudimentaria para iniciar la regeneración de las glándulas. ¡Eso es biología y contabilidad elemental! En realidad, cuesta lo mismo que un ordenador de muñeca, y este año hemos comprado cuarenta. ¿Cómo explicamos que no estamos dispuestos a autorizar que se emplee una cantidad tan reducida en beneficio de alguien que ha sido tan eficiente, tenaz y productiva como «receptáculo»? Soy consciente de que no nací lingüista, aun sin los constantes recordatorios de Aaron, pero ahora soy miembro de esta casa, tengo derecho a ser escuchado, no soy ignorante y os digo que me siento incómodo con esta decisión.

      —Kenneth —intervino Thomas, y la simpatía de su voz era auténtica—, valoramos la compasión y la empatía que nos transmites. Quiero que lo sepas. Necesitamos tu opinión, sin duda. Pasamos tanto tiempo compartiendo las visiones del mundo de seres que no son humanos que, a veces, nosotros tampoco lo parecemos. Necesitamos a alguien como tú que nos lo recuerde de vez en cuando.

      —Entonces ¿por qué…?

      —Porque, por mucho dinero que podamos permitirnos, no podemos gastarlo en gestos sentimentales. Siento que esto te decepcione, Kenneth, pero así son las cosas. Todos lo lamentamos, pero, aun así, es cierto. La ley que establece que «ningún lingüista gastará un centavo que el público pueda ver como un desembolso sospechoso» se aplica aquí, como lo hace en todas las casas de las líneas, con absoluto rigor.

      —Pero…

      —Sabes muy bien, Kenneth, porque procedes del público, y, al contrario que Aaron, no considero que eso sea un defecto, que ningún miembro de ese colectivo haría lo que pides por una mujer ya madura y estéril. ¿Quieres que seamos la casa responsable de una vuelta a las rebeliones antilingüistas, hijo? ¿Para beneficiar a una mujer alocada que ha sido tratada con mimo durante toda su vida y que, ahora, está haciendo una montaña de un par de nidos de hormiga ya gastados? Seguro que no quieres eso, Kenneth, por mucha simpatía que sientas hacia las exigencias de Nazareth.

      —Un momento —intervino Aaron con aplomo—. Clarificaré eso último. Nazareth no ha exigido nada, solo lo ha pedido.

      —Muy cierto —replicó Thomas—. He exagerado la afirmación.

      —Pero el tema es el mismo, Thomas. Estoy seguro de que Kenneth ve ahora este asunto con una luz menos… sentimental.

      Kenneth contempló la mesa y no añadió nada más, así que todos se relajaron. Por supuesto, podrían haberse impuesto sin darle la charla. Esa opción siempre quedaba abierta. Pero era preferible evitarlo en la medida de lo posible. Los lingüistas convivían de forma tan cercana que era inevitable que las riñas familiares fueran un obstáculo considerable para el desarrollo normal del día a día, y, con noventa y un miembros bajo su techo, la casa Chornyak era una de las más abarrotadas. En esas circunstancias, se buscaba la paz, y la pronta disposición de Aaron para sacrificar esa paz solo por anotarse uno o dos puntos era una de las razones principales por las que Thomas no quería que consiguiera más poder en la casa. Era Aaron quien, en realidad, no aprendía y, al parecer, no podía hacerlo. Y sin las excusas de Kenneth.

      —Bien, entonces estamos de acuerdo, ¿no? —dijo Paul John mientras se frotaba las manos—. Autorizaremos la transferencia de fondos para el tratamiento que destruya el útero enfermo y los pechos de la mujer, y ordenaremos que se haga de inmediato. Eso es todo lo que haremos. ¿De acuerdo, caballeros?

      Thomas paseó la mirada por la mesa y por las pantallas comset y concedió algunos segundos de cortesía para asegurarse de que nadie requería su atención. Asintió cuando se hizo evidente que no era el caso.

      —¿Algo más? —preguntó—. ¿Algo que no esté claro en el nuevo contrato que ha llegado del Departamento de Análisis y Traducción sobre esos dialectos espejo-imagen? ¿Alguien quiere discutir los términos que ofrecen? Por favor, recordad que se trata de un trabajo informático


Скачать книгу