Lengua materna. Suzette Haden Elgin

Lengua materna - Suzette Haden Elgin


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de Paul Hadley? ¿Recuerdas lo preocupadas que estábamos todas? Tres años en la interfaz con aquel alfano del norte, y no sabía decir nada, en ninguna lengua, excepto media docena de palabras infantiles.

      —Salió bien —le recordó Clara—. Eso es lo único que importa. Este tipo de cosas pasan de vez en cuando.

      —Lo sé. Por eso me preocupa que suceda de nuevo. En especial ahora.

      Clara carraspeó, y sus manos hicieron un gesto inútil.

      —No es probable —repuso.

      Nazareth alzó los ojos y miró a su tía. Su rostro tenía el tono amarillo desvaído del papel barato.

      —Vienes de parte de los hombres, Clara, y tratas de evitar comunicarme su decisión. No sirve de nada, podríamos encontrar una docena de temas de conversación frívolos para posponerlo, pero sabes que, al final, tendrás que decírmelo.

      —Sí.

      —No son buenas noticias, ¿verdad?

      —Podrían ser peores.

      Nazareth se tambaleó y apoyó una mano en la pantalla de la interfaz para sujetarse, pero Clara no hizo ningún ademán para ayudarla. Nazareth no permitía que nadie la ayudase, y tenía buenos motivos.

      —¿Y bien? —preguntó—. ¿Qué han decidido, Clara?

      —Te realizarán la cirugía.

      —La cirugía láser.

      —Sí. Pero no la regeneración de los pechos.

      —¿Tan vacías están las cuentas de las mujeres?

      —No, Naza, no fue una decisión financiera.

      —Ah…, ya entiendo. —Nazareth se llevó las manos a los pechos y los cubrió con ternura, como los habría cubierto un amante contra un viento gélido.

      Las dos mujeres se miraron en silencio. Y, de la misma manera en que Clara sufría por la mujer que tenía que aceptar una mutilación evitable, Nazareth sufría por la mujer a quien habían ordenado entregar el mensaje. Pero así eran las cosas. Como Clara había señalado, podría haber sido peor. Podrían haberse negado a autorizar la intervención quirúrgica, aunque entonces los medios de comunicación se habrían aferrado a la historia como otro ejemplo más de la diferencia entre los lingüistas y los seres humanos normales.

      —Te irás de inmediato —continuó Clara cuando ya no pudo soportar más la visión de aquella angustia cegadora—. Un robobús que para en el hospital llegará en quince minutos. Quieren que te subas en él, niña. No necesitas llevarte nada contigo, tan solo prepárate para salir. Te ayudaré, si quieres.

      —No, gracias, tía Clara. Me las arreglo sola. —Las manos de Nazareth cayeron y se juntaron tras su espalda, fuera de la vista.

      —Entonces me encargaré de que alguien autorice la transferencia de créditos a la cuenta del hospital —dijo la mujer mayor—. No hay necesidad de que esperes sentada a que lo verifiquen. Estará todo arreglado antes de que llegues, si encuentro a un hombre que no esté ocupado con algo urgente.

      —Como las cuentas de tabaco.

      —Por ejemplo.

      —Si puede hacerse —contestó Nazareth con aplomo—, lo agradecería. Si no, no te preocupes. Dentro de la línea, soy una de las más acostumbradas a esperar. Unas pocas horas más no me harán ningún daño.

      Clara asintió. Nazareth siempre era certera.

      —¿Alguna instrucción para los niños? ¿Debo encargarme de algo?

      —No lo creo. Judith y Cecily conocen mi plan de trabajo, y si hay algo que no esté en la lista habitual, lo identificarán y te avisarán. Diles que comprueben mi diario por las mañanas para asegurarse.

      Clara esperó, pero Nazareth no tenía nada más que añadir; hizo de nuevo el gesto inútil y murmuró:

      —Ve en bondad y amor, Nazareth Joanna.

      Nazareth asintió, con los labios tensos y grises en su rostro rígido. El movimiento continuó como el de un muñeco de resorte, de esos que se encontraban en las colecciones de los museos, hasta que Clara se dio la vuelta y se marchó. Nazareth no volvió a mirar al pequeño Matthew o al AR, excepto para disponer su cuerpo en la postura obligatoria de despedida de PanSig como requería el protocolo. No era culpa del alienígena, después de todo.

      «Piénsalo», se instó Nazareth. «Piensa en el alienígena residente. Usa tu mente inquieta para algo constructivo. No es momento para ideas descabelladas».

      El alienígena era interesante, algo que no siempre caracterizaba a los ARS. Nazareth ansiaba conocer más sobre su cultura y su lenguaje, a medida que Matthew creciera y fuera capaz de describirlos. Tres piernas en vez de dos; una cara que parecía más bien una superficie lisa; tentáculos que formaban una especie de cabellera que corría desde lo alto de la cabeza y por toda la espina dorsal, que reaccionaban al entorno y se movían por reflejo o a voluntad. Habían sostenido múltiples discusiones antes de aceptarlo, pues se dudaba de que fuera humanoide. Fue necesario el voto unánime de los jefes de las trece líneas para acabar con el debate y aprobar el contrato, y para convencer al anciano de la casa Shawnessey de Suiza hizo falta mucha persuasión.

      «Mi hijo», pensó ella, dándole la espalda. «Mi hijito. Mi último hijo. Si cometieron un error, si ese ser no es verdaderamente humanoide, mi hijo acabará como un vegetal, o algo peor».

      «¡Ya estás de nuevo, Nazareth, con tu mente desvariada!». Chasqueó la lengua y apretó las manos con fuerza. Mejor ocupar la mente con las interesantes características del último AR, o revisar el inventario actual de las habilidades lingüísticas de su hijo. Mejor ocupar aquella mente con algo que no fuera la amarga hiel de la simple verdad que le quemaba en la garganta.

      Le habían dicho que se preparara para salir, ¿qué querían de ella? Se miró y no vio nada que criticar. Ningún adorno. Una túnica lisa con modestas mangas hasta el codo, de un color que no era color alguno. Sandalias en los pies, nada más. Sabía que su pelo estaba aseado. Nadie podría mirarla y pensar: «¡Mira a esa zorra lingüista!», a menos que la distinguieran por un grado de apariencia empobrecida que solo podía ser el resultado de poder elegir sobre la misma.

      Se llevaría su ordenador de muñeca; no había nadie que no poseyera uno, y el suyo era sencillo y estaba desgastado. Lo necesitaría en el hospital público para contactar con la casa de vez en cuando.

      «Estoy bien como estoy», pensó. Lista para cualquier cosa. Y si el hospital necesitaba información sobre Nazareth, podían acceder a ella fácilmente por los tatuajes de sus axilas.

      Nazareth salió a la puerta de la casa para esperar el robobús. No se molestó en llevarse nada de la habitación que compartía con Aaron. No volvió a tocarse los pechos.

      2

      El término lingüístico «codificación léxica» se refiere a la manera en que los seres humanos eligen una fracción particular de su mundo, externo o interno, y asignan a esa fracción una estructura superficial que será su nombre; se refiere al proceso de creación de palabras. Cuando las mujeres usamos «Codificación», con «C» mayúscula, queremos decir algo diferente. Nos referimos a la creación de un nombre para una fracción del mundo que hasta el momento no ha sido nombrada en ninguna lengua humana, y que no ha sido creada, encontrada o inventada súbitamente en una cultura. Nos referimos a dar nombre a una fracción que ha rondado durante mucho tiempo pero que jamás se ha considerado de importancia suficiente como para merecer su propio nombre.

      Las codificaciones léxicas ordinarias se pueden hacer de forma sistemática; por ejemplo, se pueden analizar las palabras de una lengua existente y decidir que se desea un equivalente en una de las lenguas maternas. Entonces, es solo cuestión de disponer la combinación de fonemas disponibles y con significado en ese lenguaje para formular los equivalentes. Pero no hay


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