Adelgaza sobre ruedas. Selene Yeager

Adelgaza sobre ruedas - Selene Yeager


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le aparté de mi lado y lo mandé a paseo. Pero dentro de mí, me pregunté si tendría razón.

      Y resultó que sí tenía razón. Como muchos ciclistas (y personas que se ejercitan con regularidad), creía que estaba haciendo las cosas bien. Quiero decir, que yo era una preparadora física profesional. Sabía todas las cosas correctas, pero estaba cometiendo los mismos errores que he visto un millón de veces (y contra los cuales tanto he predicado). No contaba con una preparación estructurada. Me dedicaba a montar en bicicleta, nadar unos cuantos largos, correr siempre a la misma velocidad por la pista de ceniza. Sobreestimaba las calorías que quemaba y me dedicaba a comer hidratos de carbono (sobre todo lo segundo). En cuanto corregí esos errores –lo cual no me costó mucho– bajé esos 5 kilogramos. Y así me mantuve. ¿Y mi rendimiento escalando rampas con la bicicleta? Sí, también mejoró.

      ¿Me autoriza perder 5 kilogramos a escribir un libro sobre cómo adelgazar? Por sí sólo, no, pero a lo largo de los años, junto a mi gran amigo y colega James Herrera de la empresa de asesoramiento Performance Driven en Colorado Springs, Colorado (y que elaboró los planes que encontrarás en este libro), hemos asesorado a incontables clientes para perder kilogramos –y muchos– usando los consejos de este libro. También he pergeñado libros de investigación y entrevistado a docenas de ciclistas y entrenadores que han ganado la batalla del sobrepeso con una bicicleta. Puedo afirmar con total convicción que, tanto si tienes que perder unos kilitos como bajar mucho de peso, el ciclismo es un vehículo perfecto para hacerlo, porque ofrece ventajas únicas a todo el mundo.

      

GRATIFICACIÓN INSTANTÁNEA, RESULTADOS DURADEROS

      Tomemos el ejemplo de Scott Harris. Con 38 años, sabía que había ganado algo de peso. Era de esperar estando casado, con cuatro hijos y trabajando un número desorbitado de horas en un puesto de mucho estrés en una empresa informática en American Fork, Utah. Era esperable que ganara unos cuantos kilogramos en el ecuador de su treintena. Sin embargo, en una fotografía con su cuarto hijo recién nacido, se dio cuenta de su aspecto. Se quedó de piedra. «Habitualmente evito salir en fotografías. Esta vez alguien me sacó y no podía creerme lo que veía. Estaba alarmantemente gordo: 129 kilogramos para ser exactos. En ese momento decidí cambiar. Comencé a correr, porque pensé que era lo que tenía que hacer. Y perdí casi 7 kilogramos. Pero me dolía mucho una rodilla. Y pensé: “tengo que hacerme con una bici”.» Con el dinero que me había devuelto Hacienda recién cobrado, Scott convenció a su mujer de que la respuesta era una bicicleta de carreras.

      Y le supo a gloria a Scott, no sólo por la diversión y la libertad indolora, sino también porque pudo llevar un registro de su progreso sobre la bicicleta. «Soy analista. Me encantan los números, tengo un pulsímetro y un ordenador de a bordo para la bicicleta, por lo que empecé a llevar un registro de unos 40 ó 50 minutos desde mi casa y terminaba completamente reventado al final. Así que me puse por meta terminar el circuito en menos tiempo, y, cuando lo conseguí, añadí más distancia y subidas. Realmente me gustaba. El ciclismo es mucho más rápido que correr, y puedes cubrir largas distancias en poco tiempo. Es un ejercicio vigorizador y relajante al mismo tiempo», afirma Scott, que ahora participa habitualmente en centurias (carreras de 100 millas) y goza de un peso saludable de 81,5 kilogramos. «Mi vida es mucho mejor gracias al ciclismo. Es lo mejor que he hecho por mí.»

      También está el caso de Elizabeth Potter, de 27 años, madre soltera, ciclista, y antes comedora emocional, natural de Salt Lake City, Utah, cuya báscula marcaba 115,5 kilogramos cuando tenía veintitantos. Durante mucho tiempo ni siquiera intentó adelgazar. Se limitaba a evitar los espejos y se «automedicaba» con comida. «Soy madre soltera y pensaba: “No tengo solución. No me puedo permitir una canguro para salir a hacer ejercicio”. Tampoco me podía permitir las elevadas mensualidades de un gimnasio. Parecía un esfuerzo vano.» Entonces llegó el día en que dijo basta. Sabía que tenía que adelgazar si quería ser una madre sana, y sabía que necesitaba encontrar algo que pudiera hacer con su hijo, dado que no contaba con servicios de guardería. Así que decidió comprarse una bicicleta.

      «Entré en la tienda de deportes y compré la bicicleta de montaña más barata que encontré (475 dólares para ser exactos). Era muy pesada, pero tendría que valer. Necesitaba llevarme a mi hijo, por lo que también compré un carrito para niños. Mi primera salida fue de risa. Allí estaba yo intentando arrastrar a mi hijo y con el viento de cara frenándonos. Me parecía estar escalando el Monte Everest en llano.» Elizabeth siguió pedaleando, 7 días a la semana, incluso en los crudos meses de invierno de Utah. Ni siquiera tenía ropa adecuada, pero no le importaba, porque la cosa iba funcionando. A medida que fue perdiendo peso, las montañas le parecieron más pequeñas y su diversión fue creciendo. «Mi amigo estaba preocupado por el frío que pasaba y lo poco preparada que estaba –recuerda–. Me prestó sus calentadores de brazos y piernas y sus fundas para zapatillas de ciclismo. También me asesoró para que comprara culottes acolchados y maillots de ciclismo, así como pedales automáticos.»

      El amor por el deporte creció a medida que aumentó su conocimiento. «Comencé por ver el Tour de France y algo se activó dentro de mí. Me encantaba la sensación de pedalear. Quería correr rápido y lejos como en la tele.» Un año después de aquella primera escapada «Everest arriba», Elizabeth entró en la misma tienda y se compró una bicicleta de carreras que pesaba menos de 8 kilogramos.

      «Pasé de recorrer 24 kilómetros en la bici de montaña a doblar esa distancia en carretera, retándome a correr de 64 a 80 kilómetros por los cañones de la zona. La transición fue un poco difícil, aprender a cambiar de marchas y a frenar, pero me encantaba», recuerda. Su familia estaba tan impresionada que su madre se ofreció a cuidar del nieto para que tuviera más tiempo para la bicicleta. Dos años más tarde, con un peso estable de 67,9 kilogramos, Elizabeth comenzó a participar (y ganar) en carreras locales. «Ha cambiado mi vida. Antes comía cualquier cosa y a cualquier hora, muchos refrescos y comida rápida. Pero, en cuanto comencé a montar en bicicleta, mi alimentación cambió por completo. La comida se convirtió en energía para pedalear. Comencé a preparar comidas sanas y a tomar verduras y frutos secos de aperitivo. Ahora no sigo una dieta estricta, pero no he recuperado esos kilogramos de más. Sé que nunca volveré a ser la persona que era antes de empezar a pedalear, porque he encontrado algo que me apasiona y durará toda la vida.»

      ¿No está mal para un par de perdedores? Ambos por encima de los 110 kilogramos y tan sólo por haberse enamorado del ciclismo. Y no son ejemplos aislados. En la revista Bicycling, en la que escribo cada mes mi columna Chica en forma, recibimos docenas de historias como éstas de lectores que no sólo han perdido unos kilitos o han bajado de talla, sino que literalmente se desprenden de peso suficiente para crear otra persona –45 kilogramos o más–, tras descubrir el placer del ciclismo.

      

PERDEDORES SOBRE RUEDAS

      Me revienta ver el programa The Biggest Loser y que nunca hagan propaganda del ciclismo como medio ideal para adelgazar. Es cierto que se ve a participantes sobre la bicicleta estática del gimnasio, pedaleando y sudando la camiseta, pero me gustaría gritar ante la tele (de hecho, a veces lanzo algún grito ante el televisor). «Montadlos en una bicicleta de verdad.» O ¿acaso parece que se lo estén pasando bien, siquiera un poquito? No. Parecen un rebaño de personas pasándolo mal hasta que el entrenador dice que pueden parar, que es muy parecido a como yo (o cualquier ciclista que conozca) nos sentimos cuando nos vemos forzados a pedalear sin meta alguna en una bicicleta que no va a ninguna parte. Seguro que pierden unos cuantos gramos reventándose entre las paredes del club. Pero los beneficios reales de montar en bicicleta –gozar de la naturaleza, divertirse, sentirse como un niño, y disfrutar de uno mismo– nunca entran en la ecuación. Y eso es un crimen.

      El ciclismo no sólo es un placer. Es uno de los mejores ejercicios para adelgazar. No importa cuánto tengas que perder, puedes comenzar a montar en bici y salir directamente por la puerta de tu casa. Es un deporte respetuoso con tus articulaciones; es fácil de practicar con amigos y la familia y quemas miles de calorías sin aburrirte hasta el extremo (¡hola, máquina de step!) ni hacerte sufrir (¡adiós,


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