Un plan B para la vida. César Landaeta
como el Santo Padre o el Dalai Lama.
Las máximas atribuidas a Confucio me entretienen apenas por unos cuantos segundos y acojo la buena poesía como un adorno a los sentimientos humanos, sin correlato científico que avale sus planteamientos. ¡Nada más!
Si el manoseado sabio chino o los bardos más encumbrados se mantienen en su decoroso espacio y no intentan asaltar el que corresponde al ámbito de las ciencias formales, bienvenidos sean; pero eso sí, siempre y cuando sirvan únicamente como referencias útiles para pensar. Valerse de unos versos apasionados o de frases hechas supuestamente reveladoras de profundas sabidurías, a mi manera de ver, no es sino ponerle paños calientes a heridas que en ocasiones, pueden ser muy profundas.
La aclaración de mi postura ideológica tiene por finalidad reducir el margen de expectativas erróneas a que pudiese dar pie el título elegido para el presente ensayo.
Dado que el contenido del texto que tienes en tus manos se sitúa a gran distancia de los principios del movimiento hippie y en lo absoluto pretende entremezclarse con el desideratum del New Age, quienes me acompañaron en el análisis de su contenido estimaron imprescindible despojar al proyecto de cualquier detalle que pudiese sugerir influencias metafísicas o mágicas de alguna naturaleza.
Temerosos de que se nos confundiera con gurús, «iluminados» o vendedores de humo, nos dispusimos a emprender un camino diametralmente opuesto al tipo de comportamiento que no dudamos en calificar como «ejercicio de banalidad».
Para lograr tal objetivo fue preciso conocer con exactitud el fantasma del cual queríamos huir en veloz carrera y sin mirar hacia atrás.
Revisar la definición que nos presentaba el diccionario de la Real Academia Española pareció un buen comienzo.
El texto oficial nos dice que Banal es algo:
1. f. Trivial, común, insustancial1.
En vista de que los académicos de la lengua no se tomaron el tiempo ni el esfuerzo para ampliar su exposición del término y que por consecuencia nos veríamos en la necesidad de examinar cada una de los adjetivos señalados y adaptarlos al concepto que íbamos a manejar, optamos por quedarnos con esta única acepción, añadiendo un complemento de nuestra cosecha que le diera mayor funcionalidad.
¿Cómo fabricar algo útil, pero que no fuese solo una invención arbitraria? ―nos preguntamos
Por más que nos pusiéramos a elaborar entrevistas formales, a entablar conversaciones casuales y a escudriñar en el catálogo de la llamada «sabiduría popular», sería imposible ir más allá de lo que ya habíamos conseguido en el breviario del idioma español. No nos quedaba otro camino que repasar los ceñudos textos de Psicología y Antropología que teníamos en la biblioteca. Allí seguramente hallaríamos el caudal de conocimiento que nos situara en un terreno firme y a salvo de la simple especulación.
¿Resultado? Unas manos tan vacías como las teníamos antes de emprender la tarea de adentrarnos en el laberinto de la ciencia pura y dura.
Finalmente, varios de los incansables cerebros que integraban aquel grupo de jóvenes sugirieron asimilar la idea general de «Banalidad» a una categoría proveniente de la Psicología del aprendizaje denominada: Conducta supersticiosa.
Luego de examinar minuciosamente sus posibilidades, el comando redactor dio luz verde a la admisión de este concepto y así, de este punto del libro en adelante, «Banalidad» o cualquier de sus derivados debe entenderse como:
Un comportamiento que no conduce a fin práctico alguno o que se aparta de la realidad,
induciendo al engaño propio o ajeno.
En forma resumida: Cualquier acción o pensamiento que para nada contribuye a la resolución de problemas REALES, sino que más bien tiende a complicarlos.
Como podrás darte cuenta, en nuestra definición no hemos querido implicar calificaciones desdeñosas u ofensivas hacia individuos o colectivos humanos. La meta central del aporte que deseamos hacer, se reduce únicamente a estrechar los límites entre lo deseable y lo posible. Cosa que en nada se asemeja a un propósito banal.
Otra característica de esta obra que amerita esclarecimiento es el eje de referencia escogido para desarrollar el tema. Aun cuando suene a reduccionismo, la práctica de tomar lo que acontece a un solo individuo (mujer u hombre) para elaborar recomendaciones dirigidas al resto de la sociedad, es del todo válida en muchas disciplinas científicas, especialmente las sociológicas.
La razón por la cual encontrarás un mensaje dirigido a una sola persona y no a las grandes masas es que, en su gran mayoría ―por no decir, todas―, las campañas que abarcan a un conglomerado carente de personalidad determinada, tarde o temprano acaban por ser abandonadas en un lejano rincón de la memoria colectiva.
Tomemos como ejemplo las advertencias que aparecen con monótona regularidad en los medios, pidiendo a los conductores que respeten los límites de velocidad en las carreteras y no conduzcan bajo la influencia del alcohol y/o las drogas.
¿Funcionan? ¿Acaso ese tipo de mensajes ha contribuido a una disminución sustantiva de la mortalidad vial en alguna zona del planeta?
Veamos.
Un artículo publicado en la revista Newsweek refleja el aumento significativo que se produjo en los accidentes de vehículos que tuvieron lugar en los Estados Unidos durante el primer semestre de 2015 en comparación con el mismo período, el año anterior.
Las cifras revelaron que cerca de 19.000 personas fallecieron en las avenidas o carreteras de aquel país, mientras que 2.3 millones sufrieron heridas graves.
La popular revista cita a la presidente del NSC (National Security Council), Dra. Deborah A.P. Hersman, quien se lamenta diciendo: «Como profesional de la seguridad, no solo me decepciona, sino que es desolador ver las cifras moviéndose en la dirección equivocada»2.
Si a esta especialista se le produce un dolor de corazón solo con repasar los números de la irresponsabilidad vial, ¿cómo deberán sentirse aquellos que consagran su tiempo y su trabajo creativo a programar discursos orientados a disminuir el consumo de tabaco o a prevenir los embarazos adolescentes?
Tan afligidos como la Dra. Hersman quedaríamos los integrantes del equipo que se reunió durante un largo verano y parte del otoño madrileño, con la única motivación de promover la noción de un mundo más amigable, si nos hubiésemos empeñado en tomar la vía de la divulgación masiva.
Por eso, en lugar de convocar a marchas multitudinarias o dar fervorosas cantaletas en una plaza pública, acogimos la modalidad sugerida por los teóricos de la terapia familiar sistémica y por esa misma razón, el estilo literario de este libro es más bien el de una conversación tú a tú y no el de una arenga política o religiosa.
Concédeme un minuto más de paciencia para exponer mejor la idea que te acabo de transmitir:
El conjunto de investigadores dedicados a la especialidad psicológica de la comunicación ha demostrado el poderosos efecto que se llega a ejercer sobre un grupo, al modificar a un solo miembro significativo del mismo.
Esto se debe a que, cuando las interacciones pautadas habitualmente entre los integrantes de una comunidad sufren alguna transformación, de inmediato tiende a producirse un cambio adaptativo, destinado a mantener o recuperar el equilibrio del sistema. De lo contrario, las consecuencias pueden poner en riesgo la existencia misma del conjunto.
En otras palabras, que los sistemas humanos necesitan preservar la homeostasis (estabilidad en su estructura interna) y si alguno de sus componentes cambia, el grupo debe cambiar en igual medida.
Partiendo de esta premisa nuestro objetivo quedaría formulado de la siguiente manera: lograr que tú, como individuo asociado a otros en tu entorno, pierdas el temor a mostrarte más abierto(a), sensible y amigable hacia tus semejantes. Que tu presencia como persona razonablemente proclive a la amigabilidad, sirva como modelo digno de imitación para quien te vea actuar y a mediano