Un plan B para la vida. César Landaeta
milicias y la matanza se reanuda con el consabido horror nacido de la vocación belicista.
Es cierto, no duró demasiado el cordial devaneo de las tropas; pero, pongámonos a meditar sobre lo que indujo a aquellos soldados sometidos a una disciplina criminal, a entenderse como iguales aunque solo fuera durante unas pocas horas.
Mi cándida conclusión es que, sobreponiéndose al férreo entrenamiento que se les había dado para la obediencia, en el fondo de sus almas se mantenía ardiendo el deseo de acercarse a aquellos que les emulaban en edad y condiciones de vida, un anhelo por demás natural y propio del animal que se considera a sí mismo como el rey de la Naturaleza.
Evocando esta anécdota risueña, de la cual se han hecho eco innumerables historiadores así como algunos fervientes activistas del pacifismo, me permito trasladarte a otra sala de proyección más cercana a lo que puedes experimentar en la cotidianidad.
Supongamos que el vecino del piso superior al tuyo es un hombre usualmente adusto y reticente. Un día, por arte de quién sabe qué, en vez de salir blindado cual armadillo para resguardarse de ataques externos, cayera en cuenta de que no necesita armadura alguna y que en su edificio lo que hay son personas comunes e inofensivas, sin la menor intención de aprovechar un descuido suyo para asaltarle.
Sumémosle ahora al joven inquilino del apartamento de al lado, quien decide descolgarse de la frente el cartel que pone: NO LOS VEO, para saludar con amabilidad a quien se tope por el camino y sigamos fabulando con la señora de alto coturno que vive en el Pent House, quitándose el corsé mental que habitualmente le aprieta el rostro para sonreírle a sus compañeros de residencia.
¿No sería interesante juntarlos en el pasillo y ver la reacción de estos tres personajes, al encontrarse frente a frente?
Si eligiendo un comportamiento distinto a balbucir un desafectado «Buenos días» o recogerse en un impenetrable mutismo, con las pupilas clavadas en las lucecillas numeradas que se encienden y apagan sucesivamente, se atrevieran a hacer algún comentario ligeramente jocoso sobre cualquier detalle insignificante, ¿no estarían sazonando sus vidas con algo más agradable que la espesa saliva del silencio?
Sin irme de bruces en la enunciación de un pronóstico amistoso, seguro estoy de que a partir de aquel momento se haría factible hallar vías para entenderse y acordar reformas comunitarias, colaborar en eventos que se programen para mejorar las instalaciones o celebrar cumpleaños.
Ni a primera ni a segunda vista contemplo esta posibilidad como una quimera inalcanzable o un triste despliegue de demencia febril.
Los combatientes de Flandes lo lograron. Quizá en aquellos días, ocurrió que un romántico irreductible se empeñó en intentar algo diferente a la cotidiana práctica de disparar su máuser contra las trincheras opuestas y dando una admirable demostración de osadía, dejó para la posteridad el recordatorio del magnífico poder que tiene la búsqueda de acercamientos amigables sobre la discordia asesina.
Aun con lo expuesto, no discuto que aumentar la tendencia a la amigabilidad en una sociedad competitiva y hostil como la que nos ha tocado vivir, es una faena hercúlea.
Acercarse a unos desconocidos sin llevar cubiertas protectoras requiere la superación de una inmensa cantidad de barreras, en particular aquellas que se arraigan en aprendizajes previos y que generan resistencias a la hora de extender nuestra mano aceptando el riesgo de que nos la muerdan.
Inspeccionar los temores aprendidos y resolverlos toma tiempo y sacrificio, es verdad; pero mientras se reúne el coraje para encarar conflictos, uno puede entretenerse desafiando aquello que le fue enseñado como estrategia preventiva de malestares.
Si algún audaz conquistador de la Edad Media no se hubiera arriesgado a ingerir un vegetal rojizo al que los aborígenes americanos llamaban «tomati» y si quienes contemplaron su hazaña se hubiesen abstenido de replicarla, ¿podríamos deleitarnos hoy en día con una soberbia y gustosa ensalada capresa?
Bueno, tal vez sí, aun cuando ese gusto nos lo habríamos dado muchos años más tarde.
En cualquier caso, mi invitación a quienes se empeñan en remar contracorriente al pesimismo, es a resistir el impacto de la desesperanza ― ¿o a la desesperación? ― y a fortalecer la idea de que SÍ es posible llevar a cabo un proceso de desintoxicación en las relaciones humanas.
Imprescindible es desechar el polvoriento inventario de creencias heredadas de gentes timoratas y enrolarse en las filas de los optimistas sensatos, así como también es importante otorgarse el permiso de descalificar las retahílas sermoneadoras que advierten contra una aproximación amistosa.
¿Que hay psicópatas, envidiosos y saboteadores de los que uno debe cuidarse? Sin duda; pero, ¿qué hay de la gente buena? ¿No existe acaso?
Como dijera un alumno que atendía a mis clases en la universidad: «Los buenos somos más. Lo que pasa es que los malos tienen mejor marketing».
Entonces, ¿estás de acuerdo en correr un albur, intentando ser más amigable?
¡Adelante, pues! Aparta el terco NO que suele dispararse desde el fondo de tus miedos primarios y activa un proceso de decisión independiente.
Verás el campo abierto que está allá afuera, pletórico de oportunidades para crecer y enriquecer tu vida con nuevas experiencias.
¡Basta ya de consejas oxidadas e inoperantes! Manda a hacer gárgaras a los escépticos militantes o mejor todavía, modélales la imagen de un ganador en salud y vida. Quién quita que unos cuantos de ellos opten por sacudirse las cadenas que los retienen y se encaminen hacia la senda de alegría que les marcas.
Sería una ganancia adicional para todos. ¿No crees?
Síntesis 1.
El mundo no es un lugar remoto y vagamente definido. Es tu ámbito más cercano. Te mueves en él, lo quieras o no. Vale la pena descartar la noción de que es una jungla salvaje en donde solo hallarás fieras dispuestas a atacarte.
La amistad es un instrumento efectivo para aumentar el disfrute de vivir.
Hacer amigos o cuando menos, esparcir semillas de amistad sin esperar retorno, puede ser tu mejor contribución para que otros imiten tu conducta.
El único requisito es que te liberes de restricciones mentales. Demanda tu derecho a pensar como dicte tu conciencia y a disfrutar de tu cosecha.
Ejercicio sugerido:
Sal un día de casa dispuesto a saludar al primer viandante que encuentres a tu paso.
No hace falta que le abraces con efusividad ni que le preguntes por la familia. Un simple movimiento de cabeza bastará. Mejor aún si añades una leve sonrisa o un simpático guiño.
Si eres correspondido, anótate un punto a favor y repite la conducta con cuantos te encuentres en la vía.
Si recibes desplantes o caras de reprobación, igualmente súmate un punto por haberlo intentado.
Antes de acostarte por la noche, evalúa lo obtenido. Si te parece que merece darle un chance al cambio de actitud, ponlo en práctica de nuevo al día siguiente.
Si decides que ha sido una pérdida de energía y tiempo, tranquilamente sigue actuando como lo has venido haciendo.
Ya encontrarás otras formas de agregar amigabilidad a tu andadura por este querido planeta.
Notas
3 El Credo de Aquiles Nazoa. http://reflexionvenezuela.blogspot.com.es/2012/02/el-credo-de-aquiles-nazoa.html
2. El cambio comienza en nosotros mismos. Combatiendo contra la neurosis, propia y colectiva.
Para el tema que ocupará esta sección, será conveniente explicar de qué estamos hablando cuando empleamos el término, «Neurosis».