Un plan B para la vida. César Landaeta

Un plan B para la vida - César Landaeta


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este sentido la verdadera amistad, una pulsión erótica sublimada, viene a ser la herramienta por excelencia para establecer conexiones productivas entre las personas.

      Conveniente es especificar, sin embargo, lo que aquí entendemos por una amistad verdadera.

      A diferencia de lo que se cree comúnmente, el pacto tácito que suscriben los amigos que confían entre ellos no necesariamente deriva en una complicidad para cometer actos reprochables ni garantiza un apoyo incondicional a cuanto haga o diga el otro.

      La alianza que identifica a los verdaderos camaradas se cimenta sobre la necesidad que sienta cada cual de una contraparte con la cual compartir vivencias y crear a mediano o largo plazo, una representación externa del propio Yo. Algo equivalente a mirarse en un espejo. El prodigioso efecto de descubrir en el otro una superficie limpia sobre la cual reflejar y contrastar lo que uno piensa de sí mismo.

      De allí se desprende que un genuino sentimiento amistoso tiene como signo cardinal a la honestidad.

      Así, dos o más personas unidas por el sentimiento de la amistad son capaces de señalarse mutuos defectos, hablar y decirse cosas a la cara sin que ninguno salga ofendido o maltratado. El afecto compartido pasa a ser una especie de contraseña secreta y por ello, la resistencia a aceptar discrepancias o críticas es casi nula.

      A medida que los amigos van encontrando puntos de afinidad, se va consolidando entre ellos la noción del Alter ego, una imagen duplicada de cada individuo la cual les acompaña a todas partes como si del carné de pertenencia a un club privado se tratase.

      Apoyados en la confianza que genera el «clon» diseñado por los afectos y los lazos indestructibles que les unen, se sienten capaces de afrontar calamidades o atreverse a emprender nuevos experimentos de vida en la convicción de que si fracasan, con total seguridad van a encontrar manos salvadoras que los rescaten del desconsuelo.

      A pesar de la ironía con que nos recibirán los cultores del escepticismo, siempre listos a arrojar sombra sobre los distintivos más nobles de la humanidad, son abundantes los casos citables de individuos o grupos que han logrado recuperar un bienestar perdido, gracias a amigos dispuestos a meter el hombro cuando ha hecho falta.

      La clave para que dos o más individuos se conecten de un modo tan particular, se denomina en lenguaje psicológico: «identificación proyectiva», un proceso mental que proyecta el Yo de una persona sobre otra y que las hace comunes, hasta el punto de confundirse una con la otra. (Puede haber modalidades patológicas, pero en este caso aludimos solamente a la modalidad «normal»).

      Separados pero juntos.

      Estudios sociológicos de diversa índole dan fe de que entre los miembro de nuestra especie no se cumple la ley física de atracción magnética entre polos opuestos. Una sencilla observación a lo que acontece en el medio social sirve para comprobar que los humanos tienden a reunirse de forma duradera con quienes se les parecen, y no solo eso, sino que además tienden a atribuirles rasgos positivos a quienes consideran sus semejantes. De hecho, me atrevo a asegurar que si durante la lectura de este libro encuentras que lo dicho por mí es idéntico a lo que son tus convicciones, me darás todo el crédito que en el fondo te atribuyes a ti mismo. Y es que somos así.

      Aquellos con actitudes, creencias y valores similares son los más propensos a reunirse en una sólida confraternidad. No por casualidad el refranero popular, acuñó la sentencia: Dime con quién andas y te diré quién eres.

      He allí la razón por la cual Alí Babá tenía sus cuarenta ladrones y Jesucristo sus doce apóstoles. Sería ilógico deducir que ambos bandos, facinerosos los primeros y bien intencionados los segundos, estuvieran integrados por personajes con cualidades completamente distintas o intereses situados en las antípodas de aquellos que llevaban a los demás a pertenecer al combo.

      Si bien puede argüirse que a Judas no se le pueden reconocer mayores similitudes de carácter con Pedro, lo más probable es que en un principio existieran coincidencias que posteriormente, y por razones que no vamos a discutir ahora, se fueron transformando en divergencias.

      Dado el nivel de intensidad que implica una vinculación afectiva con las cualidades descritas en la amistad, su permanencia en el registro emocional puede llegar a superar en el tiempo a la del amor romántico-erótico.

      Si alguna vez te has detenido a observar la dinámica existente entre amigos de verdad, habrás visto que sus separaciones ocurren sin aspavientos o miedos añadidos. La seguridad que les confiere el sentimiento de pertenecer-en-libertad, les faculta para no caer en percepciones catastróficas si es que deben dejar de frecuentarse por un largo período y reencontrarse después, como si hubiesen conversado el día anterior.

      Esto ocurre así porque el hilo invisible que les conecta no envejece ni sufre alteraciones causadas por demandas irracionales y chantajistas. Los celos, por ejemplo, o el exceso de suspicacia que atormenta a ciertas personas unidas en una relación amorosa, solo muy rara vez aparecen como causa de conflicto en las alianzas amistosas.

      Si con este ya suficientemente extendido preámbulo he logrado despertar tu interés sobre la importancia de promover la amigabilidad en el mundo, mi próximo paso será preguntarte: ¿Resulta exagerado o artificioso aspirar a que un tipo de intercambio social fundado sobre ese pedestal, sea la norma y no la excepción? ¿Será una propuesta descabellada que, por encima de la variabilidad idiosincrática, llegues a disfrutar de contactos positivos con personas a las que en la actualidad te son desconocidas o aparentemente extrañas a lo que eres?

      Vamos a explorar tu capacidad para visualizar imágenes a partir de las palabras. Mira por unos instantes a un conjunto de musulmanes cantando alegremente junto a un montón de judíos, con motivo de una celebración católica o protestante.

      ¿Ya? ¿Viste el espectáculo? ¿Escuchaste la algarabía festiva y el entrechocar de las copas en brindis amistosos? ¿No es acaso algo en lo que te provocaría participar o prefieres quedarte en casa, arropado con el pesado manto de los prejuicios?

      Por supuesto, que si nos atenemos al tenebroso cuadro de discordia que reina en el mundo actual, inventarse algo semejante podría calificar como un brote psicótico.

      De momento las escenas de coexistencia pacífica entre sectores enfrentados de un modo irreconciliable, estarían condenadas a llenarse de polvo en un armario de guiones descartados por el mismo Walt Disney; sin embargo, cuando uno evalúa los potenciales del ser humano para escoger una aproximación amistosa en vez de recurrir al odio, es preciso admitir que no hemos barajado todas las opciones.

      La Primera Guerra Mundial (no sé por qué deben escribirse estas palabras terribles, encabezándolas con mayúsculas), nos dejó una enseñanza opuesta al criterio fatal de los maliciosos.

      Te invito a que le echemos un repaso al momento crucial:

      Día de Navidad en Flandes, 1914. Soldados alemanes a un lado y belgas, franceses e ingleses al otro.

      Varios militares apostados en una zona del campo de batalla, comienzan a levantar carteles llamando a celebrar la festividad anual que conmemora el nacimiento de Cristo.

      ¿Consecuencia?... Un lógico estupor, unido a la sospecha de que se tratase de una añagaza mortal.

      Poco a poco, un aire de tranquilidad va oxigenando la atmósfera cuando los militares de un lado se convencen de que las intenciones de los contrarios son sinceras.

      ¿El desenlace?, un puñado de jóvenes ―enemigos por obra y gracia de la estupidez política― deponen sus armas, se aprestan a enterrar los cadáveres que yacían esparcidos aquí y allá, sacan botellas de vino y comestibles para amenizar unos juegos de cartas y regalarse con inusitadas muestras de camaradería.

      Los uniformados de un ejército visitan en sus trincheras a otros que, como ellos, luchan bajo una bandera nacional, hablan de sus orígenes, de familiares y noviazgos lejanos en sus respectivos países, departen dentro de las limitaciones que impone la diferencia de lenguas y entonan unos villancicos que aprendieron de niños.

      Transcurren casi cuarenta


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