Sunna Gua: Constataciones del alma. Paola Andrea Pérez Gil
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Contenido
Mística
Cosmogonía
Ley de origen
Identidad
Sunna (Las prácticas del camino)
Rituales
Psicoterapia ancestral indígena y sus categoriales
Introducción
La vida es bonita, la vida es dura, la vida es la maestra, la vida es la vida, pareciera ser la fuerza y vivirla a veces una ilusoria ausencia de ella; existe el grito de la vida, seguramente, el que hacemos en la paradoja de vivir, viniendo de una muerte, nueve meses de vida en el sagrado y enigmático vientre, lapso que termina no con vida, sino con sensación de finitud que solo después sabemos es más vida.
Como dormir y despertar, miedo a morir durmiendo, entonces, miedo a entregarse y miedo a despertar viviendo, entonces también miedo a entregarme… El primero, el último, el constante, el de siempre… Es el miedo a la muerte el más real y, a la vez, el más ilusorio, humanamente real y espiritualmente ilusorio, lo humano será tan pequeño, más bien, egoicamente real y trascendentalmente ilusorio… O, es el miedo a la vida y los de estar en la vida lo más real, humanamente real y espiritualmente ilusorio, lo humano será tan pequeño, más bien egoicamente real y espiritualmente ilusorio...
Miedo de que nada sea seguro, de que nada sea controlable, necesidad de la verdad, de alguna, temor de perderse en la entrega a lo desconocido, de qué carecemos, qué no nos dieron, qué no tenemos, por qué no nos soltamos, por qué tanto temblor que nos cruza, tanto ardor, como si penetrara lo lacerante, qué miedo da no controlar esto, no saber qué hacer y aceptarlo, es como si se aceptara la muerte.
Resentir y resentir, una y otra vez, en quién confiar, en qué entregar, ablandar la razón, amanecer al transpensar, dar la afinación evolutiva, hacerse humano, como agua, como viento, con fuego, con tierra. Duele el corazón como herida de desconfianza en él, creyendo que él no puede, que ella no sabe, si, ausencia del alma, negación del espíritu, olvido de lo más real, del más total principio de realidad.
La consecuencia, un mundo humano sin profundidad, sin interioridad, sin espiritualidad, sin vida y sin muerte, banal, tecnológicamente superficial, solo material, solo racional, solo moderno, solo occidental, solo colonial y, a la vez, tan profundo y ciego en sus miserias y problemáticas, tan dado de nada:
La creencia de que los dominios internos no poseen una realidad irreductible y que, en consecuencia, los objetos empírico-sensoriales son los únicos auténticamente reales, es una noción en la que hoy en día creen muy pocos filósofos de la ciencia y muy pocos científicos. Cualquier científico que utilice las matemáticas sabe que la realidad no es simplemente sensorial. En consecuencia, puesto que la inmensa mayoría de los científicos ya rechaza el mito de lo dado, lo único que se requiere es seguir recordándoselo. El mito de lo dado es, en realidad, el mito de una exterioridad que no puede ser mancillada por ningún tipo de interioridad, de objetos que no tienen nada que ver con estructuras subjetivas e intersubjetivas, el mito de que el Kosmos está compuesto por menos de cuatro cuadrantes, el mito del Gran uno en lugar del Gran tres; un mito que se halla en el mismo núcleo del empirismo, del positivismo, del conductismo, del colapso de la modernidad y del cientificismo. El mito de lo dado es el mito de objetos sin sujetos, de exterioridades carentes de interior, de cantidades sin calidades, de superficies sin profundidad, de apariencias sin valor, el viejo mito de que el único mundo real es el de la Mano Derecha, pero no es más que un mito y un mito decididamente muerto. Y, en el mismo momento en que se desmorona el mito de lo dado, se desmorona también la primera gran objeción de la ciencia empírica al conocimiento interno. (Wilber, 1998, p. 185)
Un mundo tutelado por una ciencia que se disoció de otras esferas del valor, que obvió que la búsqueda no es solo de verdad, sino también de belleza y de espíritu; y que se confundió en la no superación del prejuicio metódico de reducir la realidad a pequeños y banales ojos de entendimiento. Entonces, la inexistencia del alma y del espíritu como constatables de sabiduría, sentido filosofante y práctica de cientificidad, por la herencia procustiana1 de cercenar como carne las realidades sustanciales y esenciales hasta las más mínimas expresiones, para que solo así, con irreverente egocidad moderna quepan en nuestros apóricos y empobrecidos lechos sapienciales y epistémicos. Para Wilber:
[…] fue este materialismo científico el que no tardó en decretar la inutilidad del resto de las esferas de valor, acusándolas de “no científicas”, ilusorias o cosas todavía peores. Y fue esta misma imputación la que alegó el materialismo científico para terminar decretando la inexistencia de la gran cadena del ser… Desde el punto de vista del materialismo científico, la gran red de materia, cuerpo, mente, alma y espíritu puede ser reducida a sistemas exclusivamente materiales, ya que la materia —ya sea el cerebro material o los sistemas de procesos materiales— puede dar cuenta de toda la realidad. Desaparecida la mente, desaparecida el alma y desaparecido el espíritu —desaparecida en suma la totalidad de la gran cadena excepto su peldaño inferior—, en su lugar solo quedó el conocido lamento de whitehead, la realidad, un asunto aburrido, mudo, inodoro, incoloro, el simple despliegue interminable y absurdo de lo material. (1998, p. 27)
También desapareció bajo este racional y material ojo la tierra, la planta, lo sagrado, el mito, lo animal, el cuerpo, la sabiduría y quién lo puede negar, desaparecido el sentido de la ancestralidad en el indio confundido su sentido de psiquismo propio, su fyhisqa (alma) como raíz de conexión espiritual al cosmos y, en su lugar, ¿qué quedó?: una miedosa, reducida, triste y lánguida psicolonía2 con evidencia de un moderno mundo occidental que en 1879 “mató al alma”3 como rechazo y fractura de la totalidad como realidad sustancial del gran espíritu del ser y para nosotros del espíritu de Chiminigagua (espíritu creador), de Cuchavira (deidad del arco iris) y de la Hitcha Guaia (la Madre Tierra).
Un humano sin ser de lo humano, desalmado, acorazado en su amor (descorazonado), ausente de su sentido evolutivo, de la fuerza vital de construirse mejor como compleción hasta recordar toda esencialidad de su metamórfico y trascendente movimiento hacia el ser total (completo, integral), Hu de divinidad (no dividido) y mano como trabajo artístico de obra, el sentido bonito de vivir lo humano hasta ser espíritu…, y puede que no se esté de acuerdo, pero ese llamado aún alumbra la constatación de las eternas esperas del alma en el camino de búsqueda