Chile 1984/1994. David Aceituno
partir de las ayudas económicas directas hacia la oposición chilena50.
Durante 1988, las expresiones por la democracia chilena aumentaron exponencialmente al igual que la visita de autoridades españolas con motivo del plebiscito. Primero juristas visitaron Chile en febrero de 1988; la Caravana por la Paz, los presos políticos y los derechos humanos en América y contra las penas de muerte en Chile, fue un contundente mensaje del poder judicial español. Luego, en julio, una comitiva de autoridades de gobierno y parlamentarios socialistas viajaron para promover el retorno a la democracia; meses más tarde, en las vísperas del plebiscito, ministros y portavoces del gobierno socialista realizaron una visita de promoción de la democracia que abiertamente criticaba el continuismo. Incluso la Cámara de Diputados expresó su solidaridad con todos aquellos que reivindicaban la democracia en el proceso eleccionario chileno. Por su parte, la embajada española intentó traspasar la experiencia que les había tocado vivir en el proceso español unos años antes, conscientes de las similitudes que presentaban ambos procesos51. En ese sentido, como plantea Goicovic, ambas elecciones sirvieron para definir un itinerario de transición y legitimar un nuevo orden político que marcó profundamente la historia de ambas sociedades52. La diferencia —evidente y fundamental— era que el proceso español se realizó sin el dictador presente, es decir, solo con el orden heredado y la presión de sus seguidores, a diferencia de Chile donde el dictador siguió desempeñando un papel central de la vida política del país: primero como Comandante en Jefe del Ejército —inamovible por el poder civil— luego como senador vitalicio. Solo su detención en Londres, diez años después de su derrota electoral, pudo acabar definitivamente con su injerencia directa en el escenario político chileno53.
Para el plebiscito de 1988, la delegación española de observadores internacionales tuvo a miembros de distintos partidos y sindicatos. Fue por lejos la delegación más numerosa con más de cincuenta miembros de un total de 400 que llegaron de 24 países. La efervescencia por el eventual término de la dictadura chilena despertó gran expectación en todo el viejo continente. Que Adolfo Suárez fuera el jefe de la delegación internacional da cuenta de la relevancia que tenía para la diplomacia española el plebiscito chileno, sobre todo porque existía en el amplio espectro político español, la convicción de traspasar sus experiencias a los chilenos, de manera de encausar definitivamente el proceso de transición por la vía del diálogo, el consenso y la negociación.
Este discurso de mesura y actitud dialogante fue bien recogido por Patricio Aylwin, que durante las jornadas previas al plebiscito, se encargó de desmontar el discurso del terror impuesto por el régimen, reiterando que la economía no sufriría grandes modificaciones de ganar el No. Este mensaje y la propia actitud del líder de la oposición fue muy destacada por la prensa española, oponiéndola al discurso del régimen que apuntó al miedo, al retorno del marxismo y el derrumbe económico como estrategia principal de campaña54.
Pese a la incertidumbre y el temor a un desconocimiento de los resultados, la oposición mantuvo la calma en esa jornada del 5 de octubre. La división interna al interior de la Junta de Gobierno, al igual que la evidente claridad que para los veedores internacionales tenía el triunfo del No, obligaron a Pinochet a reconocer su derrota. Los valores de la transición española de consenso, diálogo, apertura, aceptando la economía de mercado y parte importante del pasado autoritario, estaban presentes en el discurso de la oposición chilena. El propio informe de Adolfo Suárez, ratificaba cómo los españoles presentes en este proceso eleccionario identificaban la presencia de la transición española en el proceso político chileno55. Esa noche muchos miembros del PSOE se confundían entre los chilenos que festejaban en el Comando por el No56.
4. El gobierno de Patricio Aylwin y la representación española de la transición (1990-1994)
Tras el triunfo del No, el planteamiento general desde España fue acelerar los tiempos trazados por la Constitución, porque parecía inverosímil tener a Pinochet un año y medio más en el poder. Se creía que era una situación absurda e incluso el Ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez insistió que las relaciones se reforzarían solo una vez alcanzada la democracia57. La proximidad, no obstante, fue inmediata e importantes personeros de la oposición estuvieron en constante contacto con figuras del gobierno español. Por su parte, se insistió que el desplome de la derecha pinochetista —igual como había ocurrido con el franquismo— sería una evidencia de la necesidad de apurar el tranco entre una amplia mayoría de aquellos que pretendían una democracia moderna58. Sin embargo, la relevancia de Pinochet y la vigencia de su poder eran cuestiones demasiado determinantes, que distaban mucho de lo que había ocurrido en el caso español. Jorge Arrate, tras el triunfo de Aylwin, se encargó de situar a la prensa española señalando que “en la transición chilena no tenemos rey y Franco está vivo“59. En efecto, no había ninguna figura que pudiera hacer contrapeso a Pinochet como para modificar los tiempos impuestos por la dictadura. Entre octubre de 1988 y el triunfo de Aylwin en diciembre de 1989, se llevaron adelante una serie de negociaciones entre régimen y oposición que ratificaban la vigencia de Pinochet. Ahí se acordaron algunos cambios en la Constitución (como la legalización de los partidos obreristas, entre muchos otros), pero también se ratificaron los enclaves autoritarios de la democracia protegida60. Pese a los cambios mínimos, la derecha moderada los entendió como unos verdaderos Pactos de La Moncloa, mientras la oposición —ansiosa por asegurar el fin de Pinochet— aceptó sin grandes problemas los múltiples amarres constitucionales61. Pinochet mantuvo —en ese escenario— todas las prerrogativas que la Constitución de 1980 le había dado.
La fiesta democrática que representaba el fin de una dictadura cívico militar, atrajo a mandatarios y figuras de todo el mundo62. Felipe González, llegó luego de la ceremonia de traspaso de mando, para así evitar saludar al general Pinochet. Con la presencia de González se confirmaba la relevancia que tenía para España el retorno a la democracia en Chile. En esa ocasión el presidente del gobierno español, sabedor de las dificultades a las que debía hacer frente el nuevo gobierno democrático, comprometió la participación de España en la creación de un fondo de solidaridad e inversión social a través de un Acuerdo Amistad y Cooperación, ratificando la diplomacia de colaboración que el gobierno del PSOE había establecido con las democracias latinoamericanas63. Estas intenciones se ratificaron en octubre de 1990, con la visita de los reyes a Chile y la firma oficial del tratado. El viaje de los reyes, cabe consignar, vino a ratificar las relaciones entre ambos países despertando gran expectación debido a la importante labor del Rey en la consolidación de la democracia en España; su visita en momentos de igual complejidad fue reconocida transversalmente por el sistema político y los medios de comunicación64.
Una de las cuestiones que más destacó la prensa española fue el carácter de estadista que presentaba Patricio Aylwin. Su tono dialogante y pausado, se encargó de encajar perfectamente en ese perfil ideal para el tránsito que se iniciaba, poniendo fin al enfrentamiento y la polarización, como enfatizaba El País respecto al aura presidencial del democratacristiano que lo convertía en una figura integradora65. Igual ocurría con la coalición que daba sustento a Aylwin; la unión de la DC y el socialismo representaba romper con la profunda división experimentada durante la Unidad Popular.
El triunfo de Aylwin, vino a corroborar la percepción extranjera, respecto a la amplia mayoría que se abría al retorno a la democracia66. Ahora bien, pese a esa abrumadora mayoría, existía clara conciencia sobre las dificultades que tocaría afrontar en el gobierno de transición: los laberintos constitucionales de una carta diseñada a imagen de Pinochet, garantizar la estabilidad política, social y económica, y abordar aquello que se había establecido como una obligación moral en el programa de gobierno: conocer la verdad de las violaciones a los derechos humanos ocurridos en dictadura, con Pinochet como máximo responsable de las FF.AA., eran los desafíos urgentes que debía saber afrontar el gobierno de Aylwin.
Este último aspecto sería central en la consolidación de la democracia. La presencia del dictador, ciertamente, ponía una dificultad añadida con el que el proceso español no había contado, máxime cuando observaría el desempeño del Ejecutivo desde la Comandancia en Jefe del Ejército. Además, no había ninguna figura de contrapeso a Pinochet y si bien la iglesia católica