Los hilos y deshilos de El Vecino del Ático. El Vecino del Ático

Los hilos y deshilos de El Vecino del Ático - El Vecino del Ático


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un momento dado, torció la cabeza hacia delante y justo en ese instante se cruzaron las miradas. Un tipo de unos treinta y cinco o cuarenta años, vestido con un traje oscuro y sujetándose a la barra del vagón para no perder el equilibrio, era el dueño de unos ojos que habían conseguido penetrar en ella. A Marta se le paró el tiempo y se le aceleró el corazón. Se pasó su parada y ni siquiera se dio cuenta. Tal fue la energía generada por aquellas miradas que el tipo del tren, solo con un gesto, la invitó a bajar en la siguiente parada.

      Tampoco era la suya, pero no le importó. Se levantó y se dirigió a la puerta de salida. Detrás, el apuesto tipo de traje oscuro hizo lo mismo. En menos de un minuto, se encontraron esos perfectos desconocidos en una parada de tren, con únicamente unas ganas desmesuradas de conocerse. Se contemplaron con la misma energía que el momento del cruce de miradas en el tren, y ella solo supo decirle:

      —Te queda genial el traje.

      —A mí me gustaría saber cómo te queda lo que hay debajo del vestido.

      Marta llevaba un vestido de color azul marino ajustado y de cuello redondo. Debajo de él, solo se veían unas medias negras y bastante transparentes. Sin más, se besaron. Se comieron la boca con lujuria en el mismo andén donde la extraña pareja había decidido dar fin a su viaje, en esa parada temporal que habían sufrido tras ese cruce de miradas.

      Él le agarró las nalgas mientras saboreaba su lengua. Ella le cogió una mano y, sin mediar palabra, se dirigió a la cafetería de la estación, buscó los letreros y siguió las indicaciones que llevaban al baño. Entraron en el de señoras y, sin cerrar el pestillo y con la puerta entreabierta, ella volvió a buscar la boca de su amante. Le palpó la entrepierna hasta dar con la cremallera del pantalón y la bajó. Él hizo lo propio debajo del vestido y, por la pasión del momento, rompió esas medias eróticas que cubrían las piernas de Marta. Apartó el elástico de la ropa interior y la masturbó. Ella, deseosa como estaba, lo ayudaba con su mano, quedando las dos empapadas tras aquella intensa fricción. Después la cogió en sus brazos, por las nalgas, y la apoyó contra la pared. Como pudo, se cogió el pene y lo introdujo en el sexo húmedo de Marta, quien al oído le decía:

      —Hazlo. Dámelo ya.

      Él cumplió con las exigencias de ella y la embistió contra la pared hasta que notó cómo se estremecía mientras le pedía que terminara sobre ella. Al salir del pequeño habitáculo, una mujer que parecía estar rezando maldijo por lo que había estado escuchando. Se lavaron, sonrieron y quedaron para verse otra vez.

      En ese momento, se despertó de la siesta y volvió a darse cuenta de que había estado soñando, otra vez, con el día en el que se conocieron. Hacía quince años de eso, y desde entonces eran compañeros de vida.

      3

      ¿Me acompañas a la ducha?

      EVdA, como enamorado del amor, siempre tiene una historia para cumplir en pareja. Porque el sexo sin compromiso está muy bien, pero cuando hay esa complicidad que hace que cualquier momento pueda transformarse en una historia de fantasía, sexo y pasión, es superior.

      —¿Me acompañas a la ducha? —le dijo su esposa mientras iba caminando en dirección al baño a la vez que se desataba esa bata que él mismo le había regalado aquel sábado cualquiera, momento perfecto para hacer cualquier regalo. Era de un género suave, raso quizá, de color azul marino, y le llegaba hasta la altura de las rodillas.

      A él solo le dio tiempo a verla de espaldas, y justo antes de que traspasara la puerta del baño, ella dejó caer la elegante prenda que cubría su bella y suave piel. Ahí ya reaccionó y, con decisión, se dispuso a seguir a su amada tras su más que implícita invitación.

      Al entrar en el baño, se percató de que al lado de la bata yacía una braguita que casaba a la perfección con la tela que la cubría: mismo color y mismo tacto. Únicamente, un pequeño detalle blanco de encaje marcaba la diferencia entre una prenda y la otra. Sin necesidad de abrir la mampara, pues era transparente, pudo observar con nitidez a su esposa debajo del chorro del agua, acariciando este su pelo, y cómo las gotas que se perdían de forma rebelde se deslizaban por el cristal.

      Avanzó. Avanzó tras despojarse de la poca ropa que llevaba, pues, al igual que su pareja, había empezado tal acción por el pasillo de la vivienda. Así, la sexi y sugerente ropa interior de ella pasaba a tener la compañía de un bóxer negro y elástico. En cuanto entró para compartir espacio con su esposa, recibió de ella un beso en los labios que él correspondió, y tras la aceptación de su mujer, dicho beso se transformó en un intercambio de fluidos.

      Ella se apartó de su esposo. Lo miró a los ojos y, agarrándolo de las caderas, lo obligó a dar un giro de ciento ochenta grados, colocándolo así de cara a la pared, justo debajo de la lluvia artificial y delante del espejo de tamaño mediano que él mismo colocó cuando reformaron el baño. Se enjabonó la mano derecha con el culito de jabón que quedaba en el bote, ese de color rosa que ella escogió por el olor fresco y a rosas, y le agarró la polla con tanta decisión que hizo que él se sobresaltara por un instante. Traspasó el jabón de su mano a la entrepierna de su compañero acuático y le masajeó primero los huevos y, posteriormente, todo el largo y grueso de su verga, dura y venosa al máximo.

      Él la miraba en el espejo. Ella contemplaba su reflejo en este. Él veía su cara pícara, disfrutando al darle placer. Ella se deleitaba con el goce en la mirada de su esposo en cada paseo de su mano recorriendo su polla.

      Apoyado con una mano en la pared, tensionó las nalgas y descargó todas sus ganas, entremezclándose estas con el agua que corría.

      —Guaaauuu, cariño.

      —Feliz cumpleaños. —Sin más explicaciones, ella salió de la ducha y dejó allí a su marido. Le regaló una sonrisa y le dijo—: Recuerda que esta noche hemos quedado. Esto solo ha sido un anticipo.

      4

      La copa después del trabajo

      ¿Nunca has notado esa tensión sexual con algún compañero o compañera de trabajo?

      Igual hasta has rebasado la relación estrictamente profesional yendo a tomar alguna copa inocente al salir de la oficina. ¿O no fue tan inocente?

      Hacía ya meses que esos compañeros de trabajo tonteaban, e incluso quedaban fuera de la oficina para evadirse de la rutina y el estrés. Esas quedadas solían consistir en cenas esporádicas en una pizzería cercana a la zona de ocio de la ciudad, seguidas de la ingesta de varias copas en algún local de esta.

      En una de esas citas, mientras degustaban cada uno la bebida que habían escogido, se encontraron con una compañera de la oficina que también disfrutaba de una velada de fiesta en esa noche cálida de primavera. El hecho de que los saludara más afectuosamente de lo que habrían esperado, provocó que se plantearan la posibilidad de que quizá su relación no fuera tan secreta como ellos pensaban.

      —¿Te has dado cuenta de la efusividad y la naturalidad con las que nos ha saludado Paula?, como si no le hubiera extrañado nada vernos juntos.

      —O bien iba algo perjudicada, o bien se cree que estamos liados.

      —Me da que las dos opciones son compatibles —le respondió ella con una sonrisa pudorosa.

      —Entonces, seguro que toda la oficina debe pensarse que tenemos un lío.

      —¿Y si fuera verdad? Quiero decir... ¿Y si les damos el gusto?

      —Joder, qué morbo acabas de darme al decir eso.

      —¡Qué bruto! —le respondió Raquel entre amplias carcajadas—, pero... qué calor acaba de entrarme. ¿Qué te parece si simulamos tener de verdad una relación cuando estemos trabajando? Para dar que hablar —añadió.

      —Pues empecemos esta noche, para ir practicando.

      Y dicho esto, ambos se acercaron en busca de los labios del otro, objetivo que no tardaron en alcanzar.


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