Los hilos y deshilos de El Vecino del Ático. El Vecino del Ático
en comparación con lo que viene ahora. Ven a la habitación.
Al entrar en el dormitorio, le dio al play del equipo de audio y empezó a sonar música chill out.
—Túmbate
Lo hizo bocabajo, desnuda como estaba, y él se colocó encima de sus nalgas, aún ligeramente mojadas por el baño relajante que acababa de experimentar. Empezó a acariciarla de arriba abajo; muy suave, con sus manos grandes. Cogió un bote de lubricante para masajes, se las untó y prosiguió con lo que estaba haciendo. Cuello, hombros, espalda, piernas. Volvió a subir a las nalgas para detenerse allí y deleitarse. Presionó con fuerza y se perdió de vez en cuando en su entrepierna. Notaba cómo la humedad del baño había dado paso a la lubricación de la excitación. El sexo de ella estaba deseoso —podía notarse—, pero él seguía con calma.
Cuando le pareció el momento justo, dejó de amasarle los glúteos para masturbar ese sexo ya perfectamente lubricado.
—Me encanta —dijo ella, jadeando.
Apartó lo que pudo sus piernas e introdujo su cara entre ellas. La besó, deleitándose con el sabor maravilloso del coño agradecido de su esposa mientras esta alzaba las caderas en cada éxtasis de placer. La giró.
—¡Oh, Dios! ¡Cómo me gusta!
Él levantó un momento la mirada, que tenía desde hacía rato perdida dentro de su más recóndito secreto, y la miró. A los ojos. Fijamente. Y le regaló una sonrisa de medio lado. Ella se la devolvió, pero de manera fugaz. Lo agarró del pelo y redirigió su cabeza al mismo lugar de donde venía.
Las sensaciones que entraban por su sexo colisionaban directamente en su cerebro, generándole una serie de escalofríos que las devolvían hacia él; un circuito perfecto de placer. Aceleró el ritmo y le sujetó los muslos mientras su cara, por la presión que ella ejercía agarrándolo del pelo, se restregara a gusto de su dominadora. No tardó en que se corriera en su boca y se quedara con el sabor de su esposa como regalo.
La dejó disfrutando del momento de relajación bajo la luz tenue, acompañada de esa música que tanto le gustaba, y fue a preparar la mesa para cenar.
Pasaron veinte minutos cuando se escuchó:
—Cuando quieras, tienes la cena lista.
7
El despertar inconsciente
El final de esta historia estuvo inspirado en un tuit de DesigCarnal, cuenta liberal y seguidora de las historias de EVdA desde los inicios. Y, por ello, este detalle de cortesía.
Se despertó sobresaltada cuando todavía la luz natural que debía colarse por las ranuras de la persiana de su dormitorio no había anunciado la llegada de un nuevo día.
Sudada y desnuda, a excepción de las bragas blancas y poco eróticas que la noche anterior había escogido al salir de la ducha, se incorporó sobre la cama y notó un escalofrío bajarle por la espalda.
En ese preciso instante, recordó lo que había estado soñando y, por acto reflejo, bajó su mano de golpe hasta introducirla por dentro de la ropa interior a la vez que se mordía la parte inferior del labio con su colmillo superior derecho. Una conexión neuronal o similar la transportó de nuevo al sueño, pero esta vez en un estado de seminconsciencia. Se encontraba entre despierta y consciente, entre dormida e inconsciente. Gemía y susurraba.
De cara a la pared, estaba siendo embestida por una polla totalmente erecta mientras sus manos se hallaban apoyadas por encima de su cabeza, haciendo de sujeción y para protegerse de posibles golpes. Tan real era lo que estaba sintiendo que se masturbaba con la misma intensidad que estaba siendo penetrada en su inconsciente.
Volvió a la realidad y alargó su mano libre hasta la mesilla de noche, donde tenía el teléfono. Tenía que llamarlo. Y lo hizo.
—Hola, preciosa. Qué madrugadora.
Él justo hacía cinco minutos que se había despertado con el sonido de la alarma que se había puesto para llegar a tiempo a la reunión de un viaje de trabajo.
—Estaba soñando que me follabas y, de repente, desaparecías. Me he despertado asustada y muy cachonda. Y, sin pensarlo, te he llamado.
—No te asustes. Has hecho bien en llamarme. ¿Estás mejor ya?
—Sí. Ahora solo estoy excitada —le respondió, sonriendo.
—Córrete para mí mientras me acaricio la polla.
Y ella, sin mediar palabra, siguió masturbándose, sumergiendo su mano en ese mar jugoso que habitaba entre sus piernas, transmitiendo únicamente suaves jadeos para hacerle saber a su pareja que estaba allí. Con él.
Explosionó. Contrajo todos los músculos de su cuerpo y se le erizó cada vello que pudiera tener.
—Te noto tan cerca que, con la distancia y todo, eres mi deseo carnal de siempre, el que hace que me estremezca con solo escucharte disfrutar.
—El deseo carnal no soy yo. Es el deseo que siento por ti.
—Esta noche seré tuyo. Te quiero.
—Con deseo, te espero.
8
El viaje de vuelta
Normalmente, cuando vamos a algún lugar, tenemos después un viaje de vuelta. Pero, en este caso, la vuelta es el regreso al lugar donde viajaron. Y, como no podía ser de otro modo, lo que sucedió hará subir la temperatura.
El agua de la lluvia se deslizaba de manera constante por el parabrisas del coche mientras mantenía una lucha titánica por mantenerse dentro del carril, pues la intensidad de la tormenta hacía que dicha tarea se hiciera ardua y complicada.
Llevaba casi dos horas al volante tras haberse despedido de su pareja y haber emprendido su miniviaje de vuelta para recuperar esa gargantilla de oro que su mujer se había olvidado en la mesita de noche de aquel hotel.
Para follar, siempre se despojaba de los complementos que pudiera llevar alrededor del cuello. En una ocasión, con la excitación al máximo mientras estaba siendo penetrada desde atrás a la vez que sujetada del pelo, su marido tiró del colgante, con la mala suerte que lo rompió y un sinfín de bolitas y abalorios cayeron por el aseo del restaurante.
Estaba cerca ya de su destino cuando recordó esa aventura. Tras aminorar la velocidad, porque estaba entrando en el pueblo donde se habían alojado en aquella casa rural el fin de semana, se acarició la polla. Bajó la mano, la puso encima de su pantalón vaquero y ajustado y agarró todo el volumen que abarcaba su sexo.
Llegó al hotel pasados unos minutos.
—Buenas noches.
—Buenas noches. Veo que le ha gustado tanto la estancia que ha decidido volver —le dijo la chica de la recepción, mostrando una sonrisa divertida.
—Como le he comentado antes por teléfono, se trata de un objeto de mucho valor sentimental. Por eso he realizado tantos kilómetros para regresar. Además, el lugar es precioso, y no le sorprenderá que le diga que siempre es un placer estar aquí.
—Tenga la llave y la gargantilla. Estaba en la mesita de noche. Ah, y descanse, que ya le toca.
—Gracias —le dijo él, devolviéndole la sonrisa.
Subió a la misma habitación donde la noche pasada había estado con su esposa, atado de pies y manos mientras se dejaba recorrer todo su cuerpo al gusto de ella. Se desnudó, quedándose únicamente con el bóxer de licra de color azul cielo, se sentó y se apoyó en el cabecero de la cama. A su mente volvió el recuerdo del coche, el de aquella noche en los baños de ese restaurante donde estuvieron cenando con unos amigos y se perdieron un rato para follar salvajemente. Ella volvió a la mesa sin collar y sin bragas, y él, con ellas