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pequeña discoteca que había cerca de allí. No se separaron en ningún momento y el contacto de sus labios fue constante durante toda la noche.

      Pasadas un par de horas, cuando iban por la cuarta copa, ella le confesó mientras se besaban que alguna vez había soñado que estaban bailando en una discoteca y que él la masturbaba sutilmente por debajo del vestido.

      —Ah, ¿sí? —le dijo él mientras introducía su mano en busca del sueño de Raquel.

      —Mmm —jadeó ella a la vez que le devolvía con una sonrisa tan grato regalo.

      —Pero en mi sueño me apartabas la ropa interior y lo hacías con más fuerza.

      Ahí, Marc movió hacia la izquierda la delicada prenda, ya impregnada del deseo de Raquel, palpó con ímpetu el sexo de su pareja de baile y deslizó de abajo arriba su mano mojada. Ella la cogió tras un gemido casi inesperado y se la llevó a la boca sin apartar la mirada de sus ojos. Le lamió los dedos y volvió a bajarla hacia el lugar de donde venía.

      —Yo también quiero de eso.

      —Voy a darte otra cosa...

      De manera disimulada, lo ayudó con una mano a desprenderse del tanga y lo colocó en la mano libre de su compañero de trabajo.

      —Cuídalo bien. Tendrás que devolvérmelo.

      Eso puso tan caliente a Marc que los paseos por el coño de Raquel subieron de intensidad. Con fuerza, siguió masturbándola, notando cómo lubricaba cada vez más en aquel rincón de la discoteca.

      Pasados no más de cinco minutos, ella posó de golpe su mano encima de la de él y apretó con fuerza para controlar el orgasmo. Se corrió como lo había soñado más de una vez en esas noches húmedas de soledad.

      Al día siguiente, en la oficina y aguantando como buenamente podían la resaca, Marc se acercó a la mesa de Raquel, quien justo estaba apoyada en una posición que le pareció muy sensual: de pie y dejando a la vista lo bonito que los vaqueros que llevaba le hacían el trasero.

      —Creo que esto es tuyo. —Le dejó encima de la mesa, de manera disimulada, el tanga que la noche anterior había dado tanto juego.

      —Ahora la llevas tú. Te toca tirar.

      5

      La sexfluencer

      Como dice el refrán que es de buen nacido ser agradecido, EVdA quiso con estas líneas agradecerle a una de sus primeras seguidoras la difusión de la primera historia publicada en las redes. Para ello, tuvo que hacer un pequeño trabajo de investigación.

      Y allí estaba Valeria: con su melena suelta acariciando su rostro, únicamente cubierto por una pequeña máscara de color negro que dejaba entrever su pícara y sensual mirada. Con un vestido del mismo color que su pelo y acompañado de una camisa en tono marrón y botas a juego, se completaba el uniforme de guerra de la mítica sexfluencer de Twitter; al menos, lo que de momento dejaba ver a sus fieles seguidores. El escote era una llamada de atención.

      No estaba sola. La acompañaban dos mujeres que parecían tener la misma sonrisa de alegría que la anfitriona.

      Entretenida con su móvil y ocupando un segundo plano, dejó espacio a sus compañeras. Una de las invitadas, con un vestido de colores que se presumía muy suave al tacto y con máscara también de color negro, se le acercó y se fundieron en un beso húmedo y carnoso. Desde el otro lado de la pantalla, podía sentirse la jugosidad de sus labios. Su pelo rubio y al viento se entremezclaba con el de ella. La tercera en discordia, porque su minimáscara era de color plateada, se mostró con un sostén de flecos en la parte delantera, realmente provocativo, y con únicamente a juego unas medias hasta por encima de las rodillas.

      Estaban cómodas, alegres y desinhibidas.

      Eran bellas, eróticas y sensuales.

      Era el turno de unos amigos: el Lush, un juguete erótico controlado a distancia por los visitantes de tan exuberante fiesta privada a través de la red.

      Las amigas de Valeria se besaban, sin aparcar en ningún momento sus sonrisas. Emanaban tal sensación de alegría y felicidad que, ciertamente, daban ganas de unirse al espectáculo.

      Conforme avanzaba la noche, empezaron a sentir los efectos de los participantes al juego cuando el aparato, ya introducido en sus entrañas, comenzó a hacer lo esperado: vibrar. Valeria se arrodilló por el placer de las descargas que recibía de los participantes que desde cualquier parte del mundo le proporcionaban con un clic. Se estremecía, se mordía el labio y volvía a sonreír.

      La tercera en discordia, quien menos ropa llevaba en ese momento, fue acariciada con delicadeza por su compañera de velada. Primero las nalgas, blancas y suaves. Los besos entre ellas eran una constante y siempre estaban acompañados de una sonrisa en sus labios perfectamente lubricados.

      Valeria acababa de desvelar que lo que cubría su cuerpo no era un vestido, sino una falda que, con el bodi negro que vestía en la parte de arriba, parecía un vestido completamente ajustado a su figura. El vino blanco que las acompañaba presentaba una escena realmente sensual, como un cuadro preparado para ser expuesto en un museo erótico.

      Mientras Valeria acariciaba los pechos de una de las invitadas, de manera sensual, el negro de la ropa interior parecía ganar protagonismo a la vez que el Lush, controlado por los visitantes de la web, las hacía estremecerse. Eso provocó que cada una de ellas no pudiera evitar colocar sus manos en sus respectivas entrepiernas sobre la la tela, más que posiblemente húmeda. De manera libidinosa, la anfitriona se quedó únicamente en ropa interior —que, cómo no, era de color negra—, estando con ello en igualdad de condiciones para con sus compañeras de juegos.

      Lo que les deparó a las protagonistas de la historia solo lo supieron los miles de seguidores que trasnocharon ese día para verlo.

      En ese punto, el Vecino del Ático, un servidor, se retiró, dando por cumplido su objetivo: conocer de primera mano lo que hacía tan popular a la protagonista y hacerle un pequeño homenaje en agradecimiento.

      6

      Merecido descanso

      ¿Día duro? ¿Cansada al llegar de trabajar?

      Qué mejor propuesta que disfrutar de un baño caliente y dejarse llevar.

      ¿Te vienes?

      La vio entrar en casa, cansada, después de haber estado todo el día trabajando.

      Tras decir nada más que un «Hola, cariño», se sentó en el sofá y se descalzó esos zapatos negros que usaba para ir a la oficina; planos y cómodos, aunque, después de tantas horas, poco quedaba de eso último.

      Él le dio un beso en la mejilla y desapareció para dejarla descansar. Se dirigió al baño, cogió unas velas aromáticas y empezó a llenar la bañera con agua y espuma. Después, en la habitación, encendió esa luz tenue que usaban para ocasiones especiales y la acompañó con una barra de incienso con aroma a jazmín. Le encantaba el jazmín.

      Cuando estuvo preparado el baño, fue a buscarla al salón, le ofreció la mano y la dirigió sin mediar palabra hacia allí. Al entrar, ella le regaló una mirada de sorpresa y agradecimiento.

      —Desnúdate y disfruta. Te lo has ganado.

      Se despojó de la camisa de color blanco y de los vaqueros ajustados. Poco a poco, estos últimos fueron deslizándose a través de sus piernas y dejaron ver unas braguitas negras que le hacían una figura muy sexi, cubriendo únicamente lo justo. Por último, el sostén a juego. Su noventa y cinco de pecho quedó a la vista de su pareja, quien solo le guiñó de manera pícara un ojo, se despidió y salió del lugar, preparado únicamente para el goce de ella.

      Mientras ella disfrutaba del más que merecido descanso, fue a preparar la cena.

      —Qué bien huele eso que haces —se escuchó


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