La última sonrisa en Sunder City (versión latinoamericana). Luke Arnold
LA ÚLTIMA SONRISA EN SUNDER CITY
Luke Arnold
Traducción: Federico Cristante
“La construcción meticulosa del mundo, y la historia de fondo altamente detallada, así como el elenco de personajes auténticos y memorables, son fortalezas indiscutibles del libro de Luke Arnold. Es la primera entrega de una serie que podría ser el hijo ilegítimo de Terry Pratchett y Dashiell Hammett”.
—Kirkus.
“Un mundo conocido pero diferente, que combina la crudeza de Chinatown con el encanto de Harry Potter. Es el inicio de una serie que tendrá lectores que regresarán por más”.
—Publishers Weekly.
“Un debut impresionante que muestra un talento e imaginación increíbles. Fetch es un antihéroe que investiga la desaparición de un profesor, que parece algo sencillo, pero con cada paso, se ve envuelto en una compleja red de engaño, corrupción y violencia”.
—The Nerd Daily.
“Es una excelente novela noir de fantasía urbana. Su protagonista nos debería resultar desagradable y poco interesante, sin embargo no podemos evitar entenderlo y quererlo. A través de sus ojos descubrimos Sunder City y a sus ciudadanos, que necesitan encontrar su lugar en este nuevo mundo ‘sin magia’ ”.
—Lucila Quintana, editora.
Arnold, Luke
La Última sonrisa en Sunder City / Luke Arnold. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Trini Vergara Ediciones, 2021.
Libro digital, EPUB - (Los archivos de Fetch Phillips ; 1)
Archivo Digital: descarga y online
Traducción de: Federico Cristante.
ISBN 978-987-47931-3-3
1. Narrativa Australiana. 2. Literatura Fantástica. 3. Narrativa Fantástica. I. Cristante, Federico, trad. II. TÌtulo.
CDD A823
Título original: The Last Smile in Sunder City
Edición original: Orbit, un sello de Little, Brown Book Group
© 2019 Luke Arnold
© 2019 Orbit, un sello de Little, Brown Book Group
© 2021 Trini Vergara Ediciones
© 2021 Gamon Fantasy
España · México · Argentina
ISBN: 978-987-47931-3-3
Para papá,
que me dejó en las manos de Tolkien, Chandler
y muchas otras clases de magia.
Capítulo Uno
—Haz algo bueno —me había dicho ella.
Bueno, lo había intentado, ¿no? Cada uno de los casos de mi carrera había sido agotador y, a la larga, un sinsentido. Como cuando la señora Habbot me contrató para encontrar a su perro perdido. Dos semanas de trabajo, tres huesos rotos, y la vieja se murió antes de que yo pudiera cobrarle, lo que dejó a mi cargo un caniche ciego e incontinente durante dos meses. El tiempo suficiente para que yo me encariñase con el condenado perrito antes de que él también estirara la pata.
Que en paz descanses, Pompo.
Luego tuve mi efímero período como guardaespaldas de Aaron King. Me pagó hasta el último centavo, terminé sin una sola marca en todo el cuerpo, pero escuchar a ese ricachón vanidoso quejarse sobre su herencia hizo que el empleo se transformara en cuatro días y medio de agonía. Todavía me estoy quitando con pinzas sus quejas de los oídos.
Después de una sucesión de trabajos igual de inútiles, estaba en mi oficina, medio dormido, tres cuartos borracho y cien por ciento desprovisto de café. Eso, casi, era suficiente. El café. Suficiente motivo para detener todo ese juego estúpido para siempre. Me levanté del escritorio y abrí la puerta.
La primera puerta no. La primera puerta de mi oficina es la que tiene la pequeña ventana de cristal que dice “Fetch Phillips: Hombre a Sueldo” y da a la sala de espera, que da al vestíbulo.
No. Yo abrí la segunda puerta. La que da a un espacio vacío a cinco pisos de altura sobre la calle Principal. El dueño anterior había usado esa puerta, pero yo nunca la había atravesado. No aún, al menos.
El viento de otoño me golpeó las mejillas cuando me paré en el borde y miré hacia abajo, hacia Sunder City. Seis años desde que todo se había desmoronado. Seis años de andar a los tropezones con la esperanza de dar con algún modo de compensar todos aquellos errores estúpidos.
¿Por qué demonios habría pensado ella que yo podía hacer la más remota diferencia?
Ring.
El teléfono candelabro repicó sus campanas como un mendigo que pide monedas. Me lo quedé mirando, preguntándome si sería más engorroso atenderlo o comérmelo.
Ring.
Ring.
—¿Hola?
—¿Hablo con el señor Phillips?
—Así es.
—Le habla Simon Burbage, director de la Academia Ridgerock. ¿Podrá pasar por aquí esta tarde? Necesito su ayuda. —Yo sabía la dirección, pero me la dictó de todas maneras. Nuestra reunión sería después del horario escolar, una vez que los alumnos se hubieran ido a sus casas, pero él quería que yo llegase un poco más temprano—. Si es posible, venga a las dos y media. Hay una presentación que podría interesarle.
Acordé ir a la hora indicada y la línea quedó en silencio. El viento volvió a golpearme el rostro. Esta vez permití que el aire frío me entrara en los pulmones, y me sirvió para expulsar la noche. Los párpados se abrieron con aspereza. La sangre comenzó a descongelarse. Me froté el rostro con una mano, y estaba rugosa y seca como un trozo de carne salada.
Un cliente. Un caso. Uno que finalmente pudiera tener algún sentido. Tomé mi dinero, mi encendedor, mis manoplas metálicas y mi cuchillo, y cerré la segunda puerta de una patada.
Después de una semana de lluvias se hizo un hueco entre las nubes y, para cambiar un poco, las calles parecían estar limpias. Tenía la esperanza de que yo también. Se trataba de mi primera oferta laboral en más de dos semanas y necesitaba lograr que se concretara. Llevaba puestos un traje gris remendado, camisa blanca, corbata negra, mi mejor par de botas y el abrigo azul marino forrado con piel, que ya era prácticamente parte de mí.
La Academia Ridgerock estaba formada por tres bloques de concreto de una sola planta detrás de una alambrada. El edificio más grande estaba decorado con un mural dolorosamente colorido de rostros sonrientes, rayos de sol y estrellas.
Una guardia de seguridad esperaba con una taza de café y una sonrisa débil como un papel. Tenía ojos listos para mirar al techo con ironía y un amor sin tapujos por tener un poquito de poder. Cuando preguntó mi nombre, se lo dije.
—Fetch Phillips. Estoy aquí para ver al director.
Intercambié mi identificación por un gruñido para nada impresionado.
—Salón de actos. Derecho por el camino, puertas rojas a la izquierda.
No había sido mi escuela y yo nunca había estado allí, pero el lugar estaba untado con una gruesa capa de nostalgia; el aroma inolvidable a manchas de césped, mangas sucias de mocos, miedo, confusión y emparedados de mantequilla de maní de una semana.