La última sonrisa en Sunder City (versión latinoamericana). Luke Arnold
Lenta y dolorosamente. Marchitándose, convirtiéndose en polvo como cadáveres al sol.
Retiré una foto de la carpeta. Las únicas señales de vida en el rostro de Edmund Rye eran los ojos sumamente concentrados que luchaban por salir de sus cuencas. No era mucho más que un fantasma: los orificios nasales cavernosos, el pelo parecido a algodón viejo y la piel que se le estaba descascarando.
—¿Cuándo tomaron esta foto?
—Hace dos años. Ha empeorado.
—¿Él estaba en la Liga?
—Por supuesto. Edmund fue un miembro fundador crucial.
—¿Siguen activos?
—Técnicamente, sí. En su estado de debilidad, la Liga ya no puede cumplir con su juramento de protección. Todavía existen, aunque sea solo de nombre.
—¿Cuándo decidió Rye hacerse maestro?
—Hace tres años hice el anuncio de que iba a fundar Ridgerock. Causó bastante conmoción en la prensa. Antes de la Coda, una escuela de especies cruzadas habría sido muy poco factible. Imagínese tratar de obligar a un Enano a asistir a una clase de pociones o poner a gnomos y a ogros en una misma cancha. Habría sido imposible para cualquier niño recibir una educación adecuada. Ahora, gracias a su especie, todos hemos caído al nivel básico. —Me estaba provocando. Decidí no morder el anzuelo—. Edmund se me acercó la semana siguiente. Él sabía que no le quedaban muchos años por delante y esta escuela era un lugar donde él podría transmitir la sabiduría que había adquirido durante su larga e impresionante vida. Ha servido con lealtad desde el día de apertura y es un miembro muy querido del personal.
—Entonces ¿dónde está?
Burbage se encogió de hombros.
—Ha pasado una semana desde que vino a dar clases. Les hemos dicho a los alumnos que está de licencia por asuntos personales. Vive arriba de la biblioteca de la ciudad. He agregado la dirección en su informe, y la bibliotecaria sabe que usted va a ir.
—Todavía no acepté el trabajo.
—Lo hará. Es por eso que le pedí que viniera temprano. Sentía curiosidad por saber qué clase de hombre emprendería una carrera como la suya. Ahora lo sé.
—¿Y qué clase de hombre sería ese?
—Uno con culpa.
Observó mi reacción con sus ojos estrechos y sabelotodo. Volví a meter la foto en la carpeta.
—Ya ha pasado una semana. ¿Por qué no acudir a la policía?
Burbage deslizó un sobre por la mesa. Pude ver las hojas de bronce en el interior.
—Por favor, encuentre a mi amigo.
Me puse de pie, tomé el sobre y separé de los billetes la suma que consideré justa. Era un tercio de lo que me estaba ofreciendo.
—Esto cubrirá hasta el fin de semana. Si no he encontrado algo para entonces, hablaremos de extender el contrato. —Me puse el dinero en el bolsillo, enrollé la carpeta, la metí en el interior del abrigo y me dirigí hacia la puerta. Entonces me detuve un momento—. Esa película no diferenció entre el Ejército humano y el resto de la humanidad. ¿No es un poco irresponsable? Podría ser peligroso para los estudiantes humanos.
En la poca luz que había, lo vi aplicar esa sonrisa condescendiente que tan bien le salía.
—Mi estimado amigo —dijo alegremente—, ni se nos ocurriría tener un niño humano aquí.
Afuera, el aire me refrescó el sudor del cuello de la camisa. La guardia de seguridad me dejó ir sin mediar palabra, y yo tampoco se la pedí. Me dirigí hacia el este por la calle Catorce sin mucha esperanza de lo que pudiera llegar a hallar. El profesor Edmund Albert Rye: un hombre cuya expectativa de vida había vencido hacía varios siglos. Yo dudaba que pudiera volver con algo más que una historia triste.
No me equivocaba. Pero a la historia se le estaban agregando elementos que mordían.
Capítulo Tres
Sunderia era una tierra inhóspita, que no tenía pueblos nativos. En 4390, una banda de cazadores de dragones fue en dirección a unas llamas que había en el horizonte, pensando que se estaban acercando a una presa. En cambio, descubrieron la entrada a una hoguera subterránea muy volátil. En lugar de lamentarse de su error, decidieron darles uso a las llamas.
Sunder City comenzó su vida como una gran fábrica, propiedad de aquellos que la habían fundado. Durante las primeras décadas, los únicos habitantes fueron los trabajadores, que pasaban sus días fundiendo hierro, cociendo ladrillos y colocando cimientos. A medida que la ciudad comenzó a tener estabilidad, aquellos que terminaban su contrato se sentían menos inclinados a irse, por lo que establecieron hogares y negocios. A la larga, Sunder necesitó un liderazgo independiente de la fábrica, por lo que se eligió al primer gobernador: un constructor Enano llamado Ranamak.
Ranamak había venido a Sunder como asesor de construcción y nunca se decidió a irse. Tenía todas las habilidades que los sunderianos valoraban: fuerza, experiencia y afabilidad. Era un tipo simple con un gran conocimiento sobre minería, por lo que la mayoría de los lugareños estuvieron de acuerdo en que era el líder perfecto.
Después de veinte años, la mayor parte de Sunder City seguía satisfecha con los servicios de Ranamak. El negocio estaba en auge. Los caminos mercantiles estaban activos y todos se estaban llenando los bolsillos. El propio gobernador era el único que creía que su liderazgo era insuficiente.
Ranamak había viajado por el mundo y sabía que Sunder corría el riesgo de obsesionarse con la producción y las ganancias, y de hacer caso omiso a otras áreas de la vida. Tenía miedo de que se estuviera descuidando la cultura de la ciudad y quería encontrar la manera de que Sunder City tuviera un alma. En medio de sus conflictos internos, conoció a alguien que existía completamente por fuera del plano de la productividad.
En esa época, sir William Kingsley era un personaje controvertido; William era el hijo caído en desgracia de una orgullosa familia Humana, se había alejado de sus obligaciones en pos de llevar una vida nómade. Leía, comía, escribía y practicaba el arte frecuentemente denostado de la filosofía.
Kingsley vino a Sunder desparramando poemas e ideas, y de algún modo llegó a la mesa de Ranamak. Según la leyenda, en algún momento entre la cuarta y la quinta botella de vino, sir William Kingsley fue nombrado ministro de Teatro y Arte, el primero de Sunder City.
Durante los siguientes tres años, se aumentaron los impuestos para cubrir el costo de las obras de Kingsley: un anfiteatro, un salón de danza y una galería de arte. Creó el Ministerio de Educación e Historia, que procedió a construir el museo. En unos pocos años, Ranamak y Kingsley transformaron el lugar de trabajo que era Sunder City en una ciudad metropolitana vibrante. Entonces, una turba de contribuyentes enfurecidos los asesinó brutalmente a causa de ello.
Hoy en día, todos los sunderianos parecen opinar lo mismo sobre aquel evento: tenía que suceder, se habían pasado de la raya, pero el período de Kingsley convirtió a la ciudad en lo que es hoy, y todos están orgullosos de lo que ellos lograron.
En el aniversario del asesinato, para honrar sus servicios, la gente de Sunder construyó la biblioteca Sir William Kingsley, un imponente edificio de madera de secoya ubicado sobre una colina de la parte este de la ciudad. Después de una pequeña caminata cuesta arriba, me encontré con una estatua de bronce del mismísimo sir William. Era un sujeto de cara redonda y aspecto jovial, y no tenía cabello. En una mano sostenía un libro, en la otra una botella de vino. Debajo de la estatua había una placa con los icónicos versos de su poema más famoso, Los viajeros:
De la chispa nace el fuego
Que al sendero ha de caer
Por el lodo avanzaremos
Sin jamás poder