Guardianes de Titán. Éride. Jordi Sánchez Sitjes
que RaShal nació de la lágrima más grande de Inuéh, y fue obligado a permanecer desterrado en los planetas de la nueva galaxia, al considerarse fruto de un accidente. Con el tiempo, encontró el cubo de Chrysopoeia, y al entrar en contacto con él, adquirió poderes divinos. Con la llegada de la humanidad, se mezcló con ellos y les ayudó durante la gran expansión. Walter Zin utilizó la unión entre Ra, dios del sol y el origen de la vida, y Shal, primer apellido del explorador, para nombrar a esta nueva divinidad. Tras recorrerse media galaxia predicando en nombre de RaShal, Walter Zin fundó la Prelatura de Los Hijos de RaShal.
Pero el dogma creado por Zin no se popularizó hasta la aparición de los onager, la única especie no originaría de la Tierra que habita en la galaxia. Esta peculiar raza mamífera fue descubierta en el planeta Dalian, durante una prospección minera.
Los onager son un género de mamíferos perisodáctilos. Se trata de animales de tamaño mediano, que puede variar desde el metro y cincuenta hasta casi los tres metros. Su cola es larga, y llega a los diez centímetros. Cada espécimen pesa de dos cientos a tres cientos kilogramos. Su principal característica es un alargado hocico alargado y de forma tubular, que usa principalmente para alimentarse de hojas, hierbas y raíces. Este tipo de trompa les resulta bastante útil para recolectar las plantas que crecen en las redes de túneles de cuevas donde habitan, tales como musgos, helechos, raíces, monophyllaea, algas y otras variedades. El cuerpo de estos animales es compacto, y tienen la cabeza y el cuello robusto. También están previstos de unas pequeñas alas, por lo que todo indica que durante un período estos animales vivían fuera de las cuevas subterráneas. Se especula que las utilizaban para llegar hasta los árboles más altos y así alimentarse de sus hojas. El pelaje suele ser corto y oscuro, que se va emblanqueciendo a medida que pasan los años. Destacan también sus grandes ojos, con un amplio campo de visión y adaptados a la oscuridad y la luz tenue, sin duda una habilidad desarrollada en su particular hábitat. Debido a que no existe una gran cantidad de ejemplares, se la considera una especie protegida.
La falta de una razón concluyente sobre el origen de esta especie, sin que se hayan encontrado fósiles en ningún otro lugar para poder determinar con precisión la procedencia y edad de los onager, propició todo tipo de especulaciones y creencias. La leyenda más extendida atribuía a RaShal la creación de esta nueva especie animal, como un presente que este regalaba a Inuéh, buscando regresar a su lugar entre los dioses del espacio. Esta fábula fue extendida en gran medida por la prelatura de Los Hijos de RaShal, quienes acabaron incluyéndola en el texto del nuevo credo para darle más veracidad a sus relatos.
Desde entonces, los seguidores de RaShal establecidos por toda la galaxia han peregrinado hacia Dalian sin cesar, llegando a convertirse en la comunidad religiosa más numerosa del sector planetario Zoé. Su crecimiento coincidió con el asentamiento de las grandes compañías pioneras en robótica, ciencia e investigación, que situaron al sector como el más vanguardista en esta materia. Uno de los mayores logros científicos se encontraba en la construcción del satélite Luna Doce, habitado exclusivamente por inteligencia artificial, que llevaba a cabo trabajos que por condiciones atmosféricas y de vida no eran realizables por seres humanos. Estas dos posiciones antagónicas no tardaron en colisionar y los seguidores de RaShal, liderados por la prelatura, empezaron a considerar la fabricación de robots humanoides, los avances científicos, o los implantes ciborgs [5] como auténticas blasfemias antinaturales en contraposición al origen y creación de vida natural que encarnaba su dios.
Un atentado perpetrado en Luna Doce fue el primer acto importante contra la comunidad científica establecida en el sector Zoé y el pistoletazo de salida para el inicio del conflicto. Muchos robots fueron destruidos, aunque la ausencia de víctimas humanas hizo que la Unión Colonial no tomara acciones represivas y dejó el asunto en manos del gobierno sectorial. Así, el robotcidio [6] más grande perpetrado en la galaxia quedó impune. Animados por la falta de contundencia de la Unión ante todos estos hechos, las congregaciones más radicales fueron aumentando la beligerancia contra intereses científicos, situándoles en el centro de la diana fundamentalista. La vinculación de la prelatura de Los Hijos de RaShal con todas estas comunidades religiosas extremistas siempre estuvo presente, pero nunca fue probado ningún mecenazgo ni tutelaje ante las acciones más violentas.
El último ataque atribuido a los fanáticos de RaShal tuvo lugar en la ciudad Cairn, capital del planeta Vanuat. Había dejado tras de sí el mayor número de víctimas durante el conflicto. Las muertes ocurridas tras varias explosiones consecutivas llegaban casi al millar. El atentado se produjo a última hora de la mañana, en el centro de investigación y búsqueda Ulises Shawn (conocido como Instituto CIBUS, de gran renombre dentro de la galaxia).
Y bajo este contexto de enfrentamiento religioso-científico, empezaría el viaje de Elia Henningsen.
A bordo del carguero Andrómeda el panorama era de una tristeza absoluta. De un plumazo, habían perdido a familiares, amigos, hogar. La fatalidad había querido que los padres de Elia, ambos investigadores, estuvieran allí y ambos perecieran en aquel día de infausto recuerdo.
Así pues, huérfana a los diecisiete años, y sin más familia cercana, Elia tomó la decisión de salir del planeta. Desde el día de los atentados, se había quedado con unos amigos de sus padres, pero necesitaba huir de allí. Permanecer en la ciudad, incluso en el propio planeta, le resultaba demasiado doloroso y aterrador a la vez. Los extremistas religiosos habían declarado la guerra a cualquier institución u organismo que diera soporte o ayudas a la investigación y desarrollo de la robótica y cualquier forma de vida artificial. Y no se iban a detener ante nadie. Lo último que deseaba Elia era quedarse en una zona conflictiva, donde la violencia se recrudecía a pasos agigantados.
Sin muchos medios para poder irse de aquel infierno, escuchó noticias sobre los cargueros que partían con destino al planeta Ladakh, situado en el sector más próximo. Sus dirigentes habían permitido la entrada de refugiados que huyeran del conflicto como medida de solidaridad con los planetas que más ataques estaban sufriendo en el sector Zoé. Y es que el resto de sectores planetarios habían cerrado sus fronteras espaciales desde el inicio del conflicto, temerosos ante la incipiente oleada de refugiados que poco a poco iban abandonando el sector y buscando otro lugar de acogida. Únicamente el sector colonial Astra había tendido la mano a aquellas personas.
Elia era una muchacha delgada, de pelo rizado largo y castaño, el cual trataba de mantener liso. Lo había heredado de su madre, pero nunca le había acabado de gustar. Solía ser muy risueña y alegre antes de los fatídicos atentados que costaron la vida a sus padres. Ahora su carácter era muy diferente. Introvertida, poco habladora, triste. En el carguero apenas cruzó palabra con nadie, solo con Erik Hier, un afable pasajero que la había ayudado desde un principio. Elia estimaba que tenía sobre los cuarenta y pocos años. Su cabello era totalmente canoso, lo que le brindaba un aspecto serio y varonil. Lucía barba de una semana, y aspecto descuidado. Sus ojos azules trasmitían una enorme tranquilidad.
Toma, pequeña. Te sentará bien —dijo mientras le ofrecía una taza caliente.
—¿Qué es?
—Oh, es muy similar al té. La llaman qi. Es una bebida típica allí donde crecí, se hace infusión con hojas de cambur —Hier sonreía en todo momento cuando conversaba con ella. Y eso le resultaba muy agradable a Elia.
—¿Y de dónde es?... si puedo preguntar —la muchacha se ruborizó un poco.
—¡Por supuesto, niña! —respondió con una leve carcajada. Me crié en la pequeña ciudad de Jakkuat, la conoces, ¿no? —Elia había negado con la cabeza—. Está en el planeta Bangor, sector Kairós. Fue mucho antes de venirme a Vanuat, claro. Puede decirse que siempre he sido un trotamundos. He estado por toda la galaxia… pero mis mejores recuerdos están en Jakkuat. ¿Puedes creerlo? He visto cosas maravillosas y únicas… pero lo único que me reconforta es el recuerdo de un sitio insignificante y gris.
A Elia no le sorprendían para nada esas palabras. En cierta manera se sentía muy identificada, aunque no hubiera viajado más allá de Zoé, ni conociera la galaxia en todo su esplendor. Pero con la muerte de su familia había perdido esa sensación de hogar y protección.