Antequera Blues Express. Juanjo Álvarez Carro

Antequera Blues Express - Juanjo Álvarez Carro


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cierto, también nos gustaría hablar con los socios del señor Canales.

      —Ellos no están ahora aquí. Ellos son rusos y vienen aquí todos los meses, una semana, a veces dos semanas y se vuelven a Rusia. Casualmente, ayer se marcharon y no volverán hasta dentro de dos o tres semanas.

      —Ayer. Ya. ¿Y no estaban enterados de la muerte de Canales? ¿No les hizo quedarse?

      —Llevan muchos negocios... ¿Cómo me dijo que se llama, perdón?

      —No se lo hemos dicho todavía. Teniente Azpilcueta y el subteniente Amaya.

      — Verán ustedes. Ellos, Vasili y Misha llevan muchos negocios. Van y vienen...

      —Vasili Sergueiev y ... Misha...

      —Misha es apócope de Mijail. Su apellido es Leonov —aclaró el administrador —. Son primos entre sí. Les decía que ellos llevan varios negocios. El señor Sergueiev tiene una fundición de acero en Lipetsk. Trabaja y hace encargos para la empresa Novolipetsk Steel. Viene interesado en invertir aquí, de parte de ellos también.

      —Bueno... Díganos, señor Barbadillo. ¿Qué cree usted que ha pasado aquí?—preguntó Azpilcueta

      — No tengo ni la menor idea, teniente.

      —¿Sabe usted si el señor Canales estaba preocupado últimamente, por cualquier razón que fuera?

      —Bueno. Canales era nuevo en esto de la construcción...y le preocupaban las ventas y el coste de los materiales...en fin. Nada fuera de lo normal. Discutía todo y se ponía muy nervioso.

      —¿Y la relación con los socios?

      —Se llevaban bien. Últimamente pasaban tiempo juntos. A veces iban a Antequera a pasar algunos días.

      —¿Había algo nuevo o extraño en la vida de Canales últimamente?—preguntó Amaya casi siguiendo el libro de la academia.

      —Bueno, como le digo, Canales era nuevo en esto de la construcción y, a veces, se mostraba más impaciente de lo normal con la evolución de la obra, y me preguntaba mucho por los proveedores y los precios de las cosas...

      —Ya. ¿Quiere decir que le exigía mucho en su trabajo?

      —Bueno. A veces discutíamos por esto y lo de más allá... En fin. Pero, el grueso de las inversiones siempre es de Sergueiev y Leonov, y ellos no me preguntan tanto.

      Parecía que empezaba a salir el cobre en cuanto se raspaba un poco en la presencia de ánimo del administrador. A partir de aquel momento, Amaya cogió el cordel y empezó a tirar para poner todavía más nervioso al hombre.

      —¿Podría contarnos si discutieron recientemente de forma más intensa o acalorada sobre algún tema concreto?

      —Miren. Yo sé que últimamente estaba un poco más inquieto. Hablaba mucho con Misha y Vasili. A veces les oía dar voces. Pero en lo esencial se llevaban muy bien.

      —Sí, ya vemos. Canales muere ayer de dos tiros en el corazón y ellos se van a Rusia, muy oportunamente —dijo Amaya haciendo uso de su risita más esquiva e insoportablemente cínica. Supo que tenía que jugar al malo. Porque Azpilcueta se encargaba siempre de no maltratar a los sospechosos o a los que se veía obligado a interrogar. Pensaba que así se llegaba más lejos. Y también sabía que a veces Amaya le hacía el trabajo sucio.

      El administrador miró fijamente a Azpilcueta, quien no solamente parecía ser, sino que ejercía de superior de su interrogador.

      —Ya les he dicho que últimamente hablaban más, las reuniones eran más largas... Y, además, yo no asistía a algunas de ellas.

      Azpilcueta hizo una seña al subteniente y éste le dejó seguir.

      —Señor Barbadillo, ¿nos podría decir a qué hora se fueron Vasili y Misha a Rusia?

      —Si esperan un momento, se lo preguntaré a Mónica, la secretaria, porque ella se encargó de comprar los billetes y hacer el embarque...

      El administrador salió del despacho y regresó unos minutos después. La secretaria había impreso el mensaje de correo electrónico con todos los datos. Se habían marchado en un vuelo de Aeroflot, a las 13:05, con destino Moscú. Luego, Vasili continuaría, al parecer, hasta Ekateringrado.

      —Hay algo más que quisiera preguntarle, señor Barbadillo. Espero no molestarle mucho más si me contesta ahora —el administrador pareció encantado con la idea de no volver a verles y se acomodó en la silla sin ocultar su regocijo.

      —Necesitaríamos que nos diese una lista de las obras en las que se halla inmersa la sociedad y que nos contase todo lo que sepa sobre las inversiones de Misha y Vasili. Bueno, nos referimos a aquellas que tengan relación con Canales, claro está...

      —Yo sólo soy administrador de esta sociedad y, por supuesto, ellos tienen inversiones que yo desconozco totalmente

      —Tal vez alguna inversión reciente, en Antequera o su comarca. Hay una valla publicitaria ahí fuera de Antigüedades Osuna.

      Ya fuera por la mirada de Amaya, o por la paciencia de Azpilcueta, Barbadillo empezaba a tener la impresión de que la constancia de aquellos guardias civiles no le iba a dejar en paz hasta que abriera de par en par su alma, y se había alegrado antes de tiempo de librarse de ellos.

      —Tenemos que hacer algunas visitas, así que le rogamos nos tenga esa lista que le hemos pedido y pasaremos a recogerla dentro de un par de horas, si le parece...

      Azpilcueta se limitó a despedirse amablemente de Mónica y salir hacia el coche, donde ya se encontraba Amaya. Decidieron irse a tomar algo y les pareció bien alejarse hasta Benalmádena, para dar tiempo a Barbadillo para que reflexionase convenientemente durante esas dos horas que se habían permitido concederle.

      —¿Qué te parece, mi teniente?

      —Uf. Ya ves. Hay tomate. El asunto es que aquí parece haberlo por todas partes, Mili.

      Amaya aparcó en Puerto Marina. Y dieron cuenta de sendos molletes con tomate, aceite y jamón serrano. El café no desmereció a los bocados.

      Cuando volvieron a Fuengirola y entraron a las oficinas de la promotora, Mónica les tendió un pulcro sobre con membrete de la empresa, en el que había una carpeta no menos pulcra con los datos que habían pedido.

      —No hace falta que les pida que manejen esos datos de forma confidencial —rogó Barbadillo—. Y también he recordado algo que tal vez les pueda interesar.

      Azpilcueta dirigió una mirada fugaz a Amaya, para mostrar su satisfacción y regodearse.

      —Vasili y Misha compraron unas tierras en Antequera hará ya un par de meses. Por supuesto, no es una inversión de esta promotora, sino algo personal de ellos. De eso sí que les oía hablar con frecuencia últimamente.

      —Muy amable, señor Barbadillo. Gracias.

      Cuando Azpilcueta tenía ya su primer pie dentro del coche, se detuvo y miró al administrador con ojos tiernos, como pidiendo disculpas, y le preguntó:

      — ¿Sería abusar de su tiempo si le pregunto a quién compraron esas tierras los rusos?

      —Debería decirles que no es de mi incumbencia, pero hoy estoy de buen humor —bromeó contestando a la mirada—. Creo que a un señor llamado Márquez. No les puedo decir más que esto.

      El ibuprofeno de Rachmaninov

      Sábado, 3 de julio de 200_

      Susana terminó la sonata con desazón. Hacía calor en la buhardilla, pero sabía que el sudor de su cara se debía a otras razones. Hacía años que le ocurría. No entendía por qué Rachmaninov la sumía siempre en aquel estado de ansiedad, aquella desazón sin nombre ni apellidos. La complejidad técnica no podía ser, al menos por sí sola, puesto que ella llevaba ya el suficiente tiempo de


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