Manuel Rojas. María José Barros
quienes se empeñaron en desarrollar un realismo contemporáneo, en especial Marta Brunet y Manuel Rojas17. A mi parecer, la base que da sustento a este empeño es lo que podríamos llamar humanismo literario del siglo XX hispanoamericano.
Los críticos de la obra de Rojas han visualizado este humanismo, pero la mayoría se ha limitado a enunciarlo como una constatación, casi siempre referida a Hijo de ladrón, novela algo tardía en relación con el marco que aquí me he propuesto, que es el que coincide con la emergencia y vigencia de la vanguardia histórica. Por ejemplo, si revisamos los artículos de la compilación Manuel Rojas. Estudios críticos, de 2005, podemos detectar varios que se refieren a lo que aquí interesa. Un caso es el de Fernando Alegría, quien en su “Trascendentalismo en la novela chilena” ve en Rojas la intención de plasmar una esencia universal ‘del hombre’, que, por ello, queda “cargado de trascendentalismo” (118), y logra hasta cierto punto ser abstraído en una categoría como la del “hombre-roto” u “hombre herramienta”, que constituirían “la presencia de un mundo en crisis, al que revela en una deshumanizada anatomía de individuo que no mata su médula espiritual” (118). Refiriéndose luego a Punta de rieles, comenta que esta no se aleja de la “filosofía humanitaria de otras obras de Rojas” (127). También Jaime Valdivieso, en “Una nueva mirada”, menciona “el gran humanismo” (129) de la obra de Rojas y mantiene la noción de “hombre” de un modo general y esencialista, aunque reconoce en otro momento del artículo que el “hombre” que está en el foco de la preocupación de Rojas es el proletario. Más explícito, ya desde su título, es el artículo de Luis Eyzaguirre, “Neohumanismo, o el humanismo antropocéntrico”, que comienza con una definición: “Con la denominación de humanismo antropocéntrico en la novelística hispanoamericana se quiere señalar la tendencia que sitúa al ‘hombre’ en el centro del universo” (219). Para Eyzaguirre, uno de los rasgos novedosos que Hijo de ladrón introduce en la novela hispanoamericana es un fundamental cambio en la visión sobre el ‘hombre’, que resulta ser universalista, ya que, para el crítico, la situación que vive Aniceto Hevia, aunque es problemática, no es desesperada, pues no es excepcional en la condición humana general. El ‘hombre’ así concebido se resigna a su situación, porque cree en la solidaridad de los demás hombres y en su propia dignidad, de ahí que las particularidades de su situación de vida no afecten la visión universalizante que iguala a los hombres en el sufrimiento. El concepto de “condición humana” relaciona el problema del humanismo con el del existencialismo de Hijo de ladrón, que si bien es tolerable como interpretación de algunas partes de la novela es también contradictorio con otras ideas que sustenta la instancia autoral implícita, como lo sería la voluntariosa creencia en la solidaridad.18
Dentro de estos textos críticos, destacan dos, que casualmente comentan los cuentos de Rojas y no sus novelas más conocidas. El primero, de Leonidas Morales, se titula “Imagen literaria e imagen convencional en los cuentos de Manuel Rojas”. La importancia de este artículo es que parte por poner a Rojas en diálogo con la tradición inmediata de la cual quería diferenciarse. En ese marco, distingue al criollismo como una tendencia nacida del formal refinamiento del modernismo, pero apartada de este en cuanto a su espíritu estetizante y deshumanizado “(cuyo correlato social estaba dado por las grandes ciudades, el lujo y el afrancesamiento en las costumbres de una burguesía rica)” (137). Para Morales, el dominio de la imagen criollista se impone hasta 1930, luego de lo cual empieza a producirse en toda Hispanoamérica una imagen distinta, que sigue entonces, impulsos generacionales, de allí que sea verificable no solo en Rojas, sino también en otros escritores del continente19. En efecto, es aquí donde hay que ubicar a Rojas, en el momento en que los personajes dejan de formar parte confusa del paisaje y el entorno, y emprenden la lucha por individualizarse. En palabras de Morales: “en Rojas […] esa apertura significará un desplazamiento en el eje enfático desde la naturaleza al ‘hombre’ y una conversión del anulamiento en las cosas en el rescate de una dimensión vital afirmativa” (139). Posteriormente, Morales coincide con los otros estudiosos en visualizar en Rojas un humanismo universalizante, pero enfatiza la manera en que este reemplazaría el protagonismo del paisaje por el protagonismo del personaje, en tanto ‘hombre’ que no deja de ser histórico:
Al revés de Latorre que trajina el paisaje buscando la aguja en el pajar, Rojas postula la unidad del hombre en cada hombre y la del chileno en cada chileno: lo particular histórico contiene lo universal histórico. Para él el paisaje (‘paisaje sensible’) es una hechura del hombre, el horizonte de su mirada sicológica y espiritual: prefiere en consecuencia instalarse en la perspectiva del personaje y renunciar al descriptivismo (145).
Por último, dentro de esta revisión crítica, señalo el artículo que me parece más destacable del conjunto, el de Jaime Concha, titulado “Los primeros cuentos de Manuel Rojas”. Cuando el estudioso comenta el relato “Laguna” y la relación entre los dos personajes protagónicos, advierte que esta se basa en la noción de “hombría”, cuyo primer rasgo semántico es el de ser un ideal masculino e incluso masculinista, de allí que el aprendizaje del joven se plantee como un aprendizaje de ‘hombre’ basado en el modelo que encuentra en Laguna, es decir que puede decirse que el hombre joven deriva del hombre viejo-modelo. Un segundo trazo semántico aparece entonces: tener hombría es ser un “hombre de cara a la adversidad”. Concha añade a la hombría la “sapiencia” y un ethos viejo, todo lo cual funda un “humanismo arcaico” relacionado con una emocionalidad popular compleja, más o menos contradictoria, por seguir los modelos de Job, por un lado, y de Martín Fierro, por otro (cf. 337-8). Refiriéndose a la generalidad del libro que contiene este primer cuento de Rojas, Concha sintetiza esta perspectiva antropológica de una manera muy clarificadora y particularizadora. Cito en extenso:
En suma: el “humanismo” de “Laguna” en particular (y de Hombres del sur en general) es un humanismo popular por los tipos y costumbres que se nos muestran, por el valor que se les asigna y por la sensibilidad oral y folclórica con que se los capta. Humanismo laboral centrado en el campo laboral, en la medida en que las relaciones de trabajo determinan la verdad contradictoria de lo humano. Humanismo arcaico también, donde la sabiduría humana pasa por el tacto y la familiaridad con la desgracia. Se trata, además, de un humanismo masculino que, si no excluye enteramente a la mujer […] pone de relieve los intercambios de amistad, de fraternidad, de asociación y de cooperación entre varones. En este mapa “antropológico”, cuyo paisaje es bien perceptible, se crea y empieza a elaborar una particular teodicea de los pobres […] (340-1).
Como se observa, Concha ve en el humanismo de Rojas un acento masculino y de clase, basado hasta cierto punto —diría yo— en personas reales y la atmósfera humana que el escritor conoció en su infancia, pero basado también en los modelos literarios que fue absorbiendo a medida que crecía con sus lecturas. En estrecha concordancia con lo planteado por Concha se nos muestra Rojas en otros momentos del libro autobiográfico que he estado citando, como cuando se refiere a sus modelos en iniciación masculina, tanto en lo que se relaciona con el aprendizaje de oficios manuales como con cierta socialización en el trato con mujeres en prostíbulos, a semejanza de lo que acontece en Lanchas en la bahía. Lo más interesante de estos testimonios, a mi parecer, es el vínculo que traza Rojas entre este ambiente marcadamente masculinizado y la poesía gauchesca. Así lo afirma al relatar las revisiones que la policía emprendía en los prostíbulos y ‘cafés cantantes’, en busca de dagas y cuchillos: “La poesía gauchesca, con su sublimación del duelo a cuchillo, ha procurado a la Argentina más occisos que cualquier epidemia. Hasta los niños de mi tiempo sentíamos la influencia de esa poesía” (Imágenes 134). Rojas confiesa que la necesidad de ganarse la vida y el trato con los ambientes descritos terminaron bruscamente con su infancia, y agrega que ese mundo volvió a aparecer cuando él era ya un hombre, pero que no le causó la misma fuerte impresión. Lamentablemente, Rojas no es todo lo claro que necesitamos en esta última referencia como para ayudarnos a dilucidar cuánto tiene que ver ese ambiente gauchesco visto con expresión de niño con el humanismo masculino popular que encontramos en su obra. Muy probablemente sea el reencuentro con este mundo, siendo ya adulto, el que le permite complementar la violencia de esos ambientes con la solidaridad de clase tan propia de su obra.
En un segundo momento de este trabajo, quiero revisar el debate sobre el humanismo literario en el marco histórico-literario en que se