Manuel Rojas. María José Barros

Manuel Rojas - María José Barros


Скачать книгу
1929 y 1937, recogidos en el libro De la poesía a la revolución, Rojas se refiere a que lo humano sería el contenido más importante de la representación literaria y, en ese sentido, su poética es explícitamente mimética. Quizás sea por esta cercanía entre su postura y la de quienes defendían el criollismo que algunos críticos confundieron el realismo de Rojas con el de la escuela criollista, olvidando que la escritura de Rojas, la composición discursiva, es totalmente contemporánea y se distancia del criollismo, entre otras cosas, en la pretendida objetividad de la observación que acomete el narrador. Esta distancia se expresa sobre todo en el juego de las subjetividades expresadas en las enunciaciones de los personajes.

      En el ensayo “La novela, el autor, el personaje y el lector” (publicado originalmente en Atenea 135, 1937), Rojas parte declarando la vocación humanista y mimética de la novela. Cito: “Durante muchas generaciones de escritores, la novela ha sido, y seguirá siéndolo, la forma literaria más adecuada para la representación, examen y descripción de la vida humana en general” (De la poesía 67), y más adelante: “Ahora bien: el hombre es la medida, el principio y el fin de todas las cosas; en consecuencia, lo es también de la novela, y lo es con tanta mayor razón cuanto que sin el hombre o la mujer, sin el ser humano, digamos, no como autor o como lector —esto es obvio—, sino que como personaje, la novela no podría existir, más bien dicho, no habría existido nunca” (69), y luego agrega: “Por lo demás, lo que en ella importa y ha importado siempre, lo que importará eternamente, es la conducta del personaje” (69), de manera que de la obra surja algo como un “aliento de humanidad” (79).

      Es tal la sistematicidad de este pensamiento, que en otros dos ensayos, dedicados a sendos escritores, Rojas realiza la misma profesión de fe por una humanización de la novela, de cuño universalizante. Así ocurre en el ensayo dedicado a la muerte de Máximo Gorki, escritor ruso del que resalta la capacidad de crear personajes “vivos”. Cito: “Estos personajes vivían en él antes de pasar a sus libros, y vivían en él no como simples objetos o piezas de una colección de seres muertos, sino como seres humanos vivos” (De la poesía 98). Esa cualidad de personajes vivos permite la generación de una “corriente de simpatía” cuyo primer eslabón es el novelista, el segundo el personaje, y el tercero, el lector, desde quien vuelve al escritor. A continuación, de un modo más general señala: “La grandeza de un autor consiste, a nuestro juicio, en la facultad de entregar a sus personajes una vida que no encuentre resistencias al penetrar en el conocimiento del lector” (98).

      Algo similar ocurre en el ensayo dedicado a Horacio Quiroga, también de 1937. Aquí Rojas confiesa que uno de sus mayores placeres de lector se lo proporcionan las obras en las que se logra ver al escritor, que comunica su expresivo temperamento en grandes obras que son “las más humanas” (De la poesía 105). Lo que Rojas espera de una lectura es reconocerse como ‘hombre’, ya que lo que al personaje le ocurre es lo que le ocurre a “todos los hombres parados en la línea del hombre” (105)21. Esta formulación puede entroncar aquí con lo que Schopf comenta, refiriéndose a sus cuentos:

      […] pienso que en “El hombre de los ojos azules” se esboza, aunque aún muy esquemáticamente, una intuición de Rojas que en su obra venidera aparecerá más elaborada y particularizada en la complejidad no dicha de sus personajes (en “El delincuente”, por ejemplo): la de que todos los hombres son básicamente iguales, podrían estar en el papel, en el lugar del otro, produciéndose sus diferencias por la manera como enfrentan las circunstancias y por el trabajo sobre sí mismos (17).

      Sin embargo, en esta etapa del pensamiento y obra de Rojas, es tal su visión universalizante de lo humano, que ni siquiera distingue las diferencias de circunstancias que considera Schopf. Veamos lo que Rojas continúa diciendo sobre el trabajo artístico de Quiroga: “Cuando busca, para matarla, a una serpiente yarará, es nada más que un hombre que busca, para matarla, a una serpiente. No es un poeta, ni un filósofo, ni un profesor, ni un escritor” (106).

      Pero estamos aún en los años treinta. Había que esperar Hijo de ladrón (1951) y sobre todo Sombras contra el muro (1964) para encontrarnos con un nuevo trayecto, el que va de un Rojas del humanismo universalizante a otro del humanismo de clase proletaria y de opción ideológica anarquista.

      En síntesis, lo que he querido mostrar es un trayecto creativo que, aun partiendo de personajes y hechos de la realidad, no dejó de ser un proyecto literario que se plasmó en una poética sobre la construcción del personaje. Este debía ser un ‘ser humano’ dotado de vida, una criatura tan viva como el escritor y el lector, y como ellos, sujeto a la historia y a la comprensión de ella. Esa humanidad que se asienta en la creación artística y se transmite a través de ella es lo que dotaría a la literatura de universalidad. Y si Rojas crea así una obra humanizada, cifra de esta manera su alejamiento del criollismo, pues no aspiraba a crear una obra local de alcance local, y en eso sigue a aquellos escritores que cita y refiere inconteniblemente en sus ensayos y críticas: Dostoievski, D.H. Lawrence, Proust y Gide. Rojas fue de los escritores de su generación que más quiso realizar —y a contrapelo de las vanguardias— una literatura humanizada, con toda la carga semántica del término: realista, donde los resortes humanos se tiendan desde el personaje hacia el lector. Algo de esa ‘corriente de simpatía’ se ha transmitido efectivamente de escritor a lector por medio de un ‘personaje humano’ vivo.

      No obstante, este movimiento generalizante debe compulsarse con otros no menos humanistas y no menos artísticos. Retomo aquí algunas de mis preguntas iniciales, explícitas e implícitas: ¿Podemos calcular el lugar que ocupa el autobiografismo en Rojas? ¿Podemos legítimamente vincular el autobiografismo al humanismo literario? ¿proviniendo dicho humanismo del autobiografismo, sería legítimo que tuviera un carácter universalizante o sería más lógico que se tratara de un humanismo de clase y de clase proletaria? Para reafirmar la respuesta que he dado a la primera pregunta, me sumo ahora a Ignacio Álvarez y a Grínor Rojo, quien cita al primero:

      En manos de Rojas la relación entre el nuevo paradigma narrativo y el género novela autobiográfica es estrecha y problemática. Tensiona, por un lado, los polos referencial y ficticio, pues lo que se narra en esas novelas debe ser entendido como información referida a la realidad exterior y al mismo tiempo como relato autorizado para gozar de todas las libertades que normalmente concedemos a los textos de imaginación: Aniceto Hevia es el joven Rojas aunque, por supuesto, no lo sea en absoluto (91) (citado en Rojo 1).

      Desde mi punto de vista, si no fuera porque no se cumple en la obra de Rojas el protocolo nominal que es requisito imprescindible de la autoficción, sería más pertinente pensar en el trabajo de elaboración ficcional que hace Rojas de situaciones y personas de su entorno real como un trabajo autoficcional más que autobiográfico, aunque solo nos sirviera para considerar la ambigüedad del contrato de lectura que propone la autoficción, que es tanto referencial como ficcional. Por supuesto, no me refiero a la ‘autoficción posmoderna’ actual, sino a una de las variedades distinguidas por Vincent Colonna, la “autoficción biográfica”, que yo veo como trasunto de la narración en primera persona, propia de la contemporaneidad literaria de los primeros cincuenta años del siglo XX hispanoamericano.

      Para acercarnos ahora a las respuestas a las otras preguntas, cito a Rojo en su evaluación del motivo de las cuotas en Hijo de ladrón: “Pero, ¿en qué consisten en Hijo de ladrón las “cuotas” de marras o, mejor dicho, cuál es su real significado? Se ha especulado mucho, demasiado, pienso yo, con el universalismo de esta propuesta de Manuel Rojas y a Manuel Rojas mismo no es poca la responsabilidad que le cabe en esas especulaciones” (14). Más allá de las declaraciones del autor, lo que cabe evaluar es la toma de posición ideológica que de manera gradual, de novela en novela, va acompañando el aprendizaje antiburgués de Aniceto. Esto quiere decir que en el tránsito entre Hijo de ladrón (1951) y La oscura vida radiante (1971) se produce la asunción del anarquismo como forma de vida que junto con ofrecer un sentido de comunidad aleja a Aniceto de los códigos con los que evaluaba el mundo y que en función de sus condiciones sociales resultaban necesariamente códigos de la derrota. En efecto, el deterioro y el decrecimiento son las marcas del personaje en el mundo burgués que le es negado, puesto que mide con sus parámetros de éxito los escuálidos logros que ha conseguido Aniceto. Lo que aprende este en ese tránsito es un modo particular de pertenecer al mundo que lo aleja de planteamientos


Скачать книгу