A tu lado. Cristina G
avergonzada. Pero vamos a ver, ¿qué le había hecho yo a ese hombre? Bueno, yo y el resto de la humanidad. De verdad no entendía su comportamiento. Le seguí por el pasillo, nos reunimos con Verónica y sus otros dos internos e hicimos la ronda.
Al llegar a casa lancé los zapatos lejos a pesar de que luego tuviera que recogerlos. Estaba agotada, muchos pacientes, algunos muy renegones, Verónica distrayéndome todo el tiempo y Jase odiándome más a cada segundo. Pero tenía que aguantar, era el camino para ser doctora y soportaría lo que me echaran encima. Suspiré, era mucho más bonito cuando era una estudiante.
Me di una relajante ducha, me puse mi pijama y fui a la cocina a preparar la cena. Estar sola no era tan malo. Tenía toda la casa para mí y no tenía que soportar a nadie metiéndose en mis cosas. Desde que Daniel se fue era todo mucho más tranquilo. Insistí en ser yo la que se marchara a otro apartamento, pero él dijo que prefería irse para no tener cotillas cerca. Eveling y mi primo llevaban casi un año viviendo juntos y todavía no se habían matado. Era un logro.
Mientras cenaba miré por la ventana, la que daba a la del apartamento de enfrente. Las cosas habían cambiado bastante. Mis ocho extraños vecinos ya no estaban. Tan solo Liam, Damon y Chris continuaban viviendo en ese piso. Los demás habían volado del nido, con sus novias o trabajos lejos de ese edificio. Al fin y al cabo, habían pasado casi seis años desde que me mudé a ese loco lugar. Sin desearlo, recodé aquel momento, aquella época, y mi estómago se contrajo. Tragué y dejé el tenedor en la mesa. Mi teléfono comenzó a sonar, haciendo que pegara un salto en la silla. Lo cogí sin ver quién era.
—Primita, ¿a que no sabes qué?
Rodé los ojos. Ya empezábamos.
—Ilumíname.
—Alguien tiene plan para mañana por la noche… —canturreó, dándome ganas de colgarle.
—Ni lo sueñes —imité su canturreo.
—Vamos, Em, llevas demasiado tiempo más sola que la una. Debes relacionarte.
Respiré hondo, intentando calmarme y no soltar improperios por mi boca. Si estaba sola era porque quería, y no necesitaba que nadie me diera su caridad amorosa.
—¿Y por eso debo tener una cita a ciegas que tú programas sin consultarme con un tío diferente cada semana?
—¡Porque no te gusta ninguno!
Di una palmada en la mesa.
—¡Porque son todos idiotas!
—Este es distinto, lo prometo.
Seguro.
No sabría decir cuál fue peor. Si el tipo que solo sabía hablar de su madre, el que solo sabía hablar de su exnovia, el que se pasó toda la cena con algo entre los dientes, sonriendo y sin decir nada, o el que vino sin ducharse después de jugar al fútbol y pasó todo el tiempo hablando de jugadas. Suspiré, estaba muy cansada de todo eso. ¿Tan extraño era que quisiera seguir soltera? No quería un novio. No tenía tiempo para eso, vivía muy tranquila y no quería complicarme. No lo quería, ni lo necesitaba.
—No voy a tener otra cita, Daniel —concluí.
—Emma, es un buen chico. Es auxiliar, ya sabes, trabaja con las ambulancias y eso. Te ha visto más de una vez y se ha interesado.
—¿Y tuvo que pedirte a ti una cita? ¿Acaso eres mi representante?
—Yo se lo dije, no al revés. Porque le había interceptado mirándote.
Solté una carcajada sin humor, más bien un bufido.
—Claro, tú siempre tan atento, buscándome un novio de cualquiera que me mire.
—Yo solo quiero que seas feliz.
Su frase me cerró la boca de pronto. El tono de su voz sonó preocupado, realmente triste. No me gustaba que me tuvieran pena. No quería que nadie pensase que necesitaba estar con alguien para pasar página y rehacer mi vida. Sabía perfectamente que la gente a mi alrededor se daba cuenta, se percataba de que yo no lo había superado. ¡Era estúpido! Era totalmente ridículo, habían pasado más de cinco años, por el amor de Dios. Pero aún y así, me encerré en mí misma, y nunca quise salir con alguien más, a pesar de tener algún que otro pretendiente. Me daba rabia. Me enfurecía llevar esa especie de duelo durante tanto tiempo, y, sin embargo, no me sentía capaz de quitármelo.
Daniel siempre estuvo ahí, intentando como fuere animarme y hacerme olvidar, seguir adelante. Inhalé profundamente y decidí, que la culpa no era suya sino mía.
—Está bien —murmuré.
Había algo que tenía que admitir, el chico era muy guapo. Era exactamente como te esperarías que fuera el auxiliar protagonista de una película romántica. Alto, fornido, algo moreno de piel, cabello castaño y ojos verdes. Un ejemplar de la raza con todas las de la ley. Por desgracia, en poco tiempo me di cuenta de que su belleza no igualaba ni de lejos a su cerebro.
—Entonces, claro, yo le hice la reanimación cardiopulmonar y a pesar de que me decían que lo dejara estar, yo continué. ¿Y sabes qué?
Alcé los ojos de mi plato para mirarle. ¿Quería retroalimentación a su anécdota?
—¿Hmmm? —me limité a preguntar.
—Pues que el tipo reaccionó, ¿no es impresionante? Todo gracias a mí, nadie más se habría atrevido a hacerlo.
Alex, así se llamaba el auxiliar sexy, sonrió de oreja a oreja como si me hubiera contado la hazaña más grandiosa de este mundo. Y lo era, era fantástico que hubiera salvado una vida. Pero… era por lo menos la quinta historia igual que me contaba, siempre alardeando que haber sido el salvador, el mejor, y alabando su habilidad médica tras cada bocado. Me estaba exasperando.
—Es genial —contesté, con una alegría totalmente fingida.
—Bueno, podría seguir así toda la noche, pero aún no me has contado nada de ti.
No me has dejado.
—No hay mucho que contar. Yo no salvo vidas como tú todos los días.
Fui consciente de que sonó con reproche, como una burla, pero él no pareció darse cuenta.
—Venga, cuéntame. ¿Cómo es que una chica como tú está soltera?
La pregunta del siglo. Repetida hasta la saciedad. Elevé una ceja y exhalé lentamente. Mi paciencia estaba llegando a cero.
—Digamos que me gusta estar sola.
Él levantó ambas cejas, sorprendido. Seguro que ninguna mujer le había dicho algo así, todas querrían estar con él.
—Vaya, ¿y cuánto hace que estás sola?
Le miré de mala manera. ¿Acaso le parecía normal preguntar esas cosas en una primera cita?
—Mucho —contesté simplemente.
Mierda. Estaba empezando a pensar en Kyle, y eso no era bueno. Ojalá pudiera bloquear mis recuerdos. ¿Por qué narices tenía que meterse en eso? Alex bebió de su copa.
—Es que me resulta raro que ningún tío se haya fijado en esos ojazos. —Le miré con suspicacia. ¿Había empezado ya el coqueteo?—. Y en ese pelo pelirrojo.
Pelirroja.
Su apodo inundó mi mente y sacudí la cabeza.
¡Vete a la mierda, recuerdo! Nadie ha pedido tu presencia.
La cena estaba empezando a sentarme mal.
—Bueno, solo