A tu lado. Cristina G

A tu lado - Cristina G


Скачать книгу
topaba con alguien con su color de cabello. Cuando iba al médico y la buscaba sin siquiera pensar en lo que hacía, pues ella no iba a estar en un hospital a la otra punta del país. Odiaba recordarla, odiaba el sentimiento de vacío y abandono. Y sabía perfectamente que una parte de mí la odió por dejarme. Sin embargo, a quien más desprecié fue a mí mismo por haberme marchado, y haberla dejado atrás.

      Eric apareció sonriente junto a las dos chicas y yo le devolví el gesto, incómodo.

      —Este es mi amigo Kyle. Seguro que estaba deseando conoceros.

      Le mandé una mirada de reproche y cuando mi vista se paseó por las dos chicas, me paralicé al ver que una de ellas era pelirroja. Bajé la vista.

      Mierda. Tenía un problema con las pelirrojas.

      —Hola —me saludó tímidamente.

      Obviamente ella era como yo, la arrastrada por su amiga. Se veía a leguas que no estaba cómoda. ¿Habría hecho Emma lo mismo? ¿Obligada a salir con sus amigas para ligar y olvidarse de mí?

      —Hey —contesté. No quería que se detectara ningún interés en mi voz. No me interesaba tener nada con ellas.

      —¿Por qué no vamos a alguna discoteca a bailar un rato? —preguntó Eric—. Somos buenos bailarines, y ya sabes lo que dicen, «así baila, así f…».

      —Ok. Vamos ya —le interrumpí en su grosera frase.

      Salimos del local y decidí que no quería estar más allí. Si Eric quería tirarse a esa chica, o las dos, bien por él. Yo solo quería dormir.

      —Yo me voy a ir a casa —dije.

      —Pero ¿qué dices? Si ahora empieza la diversión —exclamó Eric.

      —Te dije que estaba cansado.

      Por el rabillo del ojo vi cómo la pelirroja ponía una ligera expresión de tristeza, como si irme fuera algo malo para ella. Y quizás lo era. Eric agarraba a su amiga de la cintura, y ella estaba apartada.

      —Iremos nosotros, ¿verdad, Mel? —la instó su supuesta amiga.

      La chica asintió nada convencida. Evidentemente no quería quedarse con esos dos. Ni ella ni nadie. Suspiré. Joder, no podía hacerle esa putada. Lo aguantaría un rato hasta que se fuera a casa.

      —Está bien.

      Una vez en la discoteca, Eric y la chica morena se dedicaron a bailar en la pista como si estuvieran en la película Dirty Dancing, sin perder ocasión de manosearse todo lo posible. Yo, en la barra junto a la chica pelirroja, estaba empezando a sentirme molesto. Había sido arrastrado allí con dos salidos y una desconocida, que para colmo ni me miraba. Me aparté el pelo de la cara y la miré. Tenía la vista fija en su copa, metida en sus pensamientos. Era vergonzosa, se le notaba mucho, y eso me enterneció.

      —¿Tú no bailas? —se me ocurrió preguntar.

      Ella elevó la vista a mí sorprendida de que le hubiera hablado.

      —No se me da nada bien, la verdad —respondió.

      Algo se encendió en mi cerebro y dejé la copa donde estaba pues se me había revuelto el estómago. Pelirroja y no sabía bailar. Gracias, destino, lo estás haciendo de puta madre.

      —Vaya —murmuré.

      —Tú sí sabrás muy bien, me han dicho que eres bailarín —comentó.

      —Bueno, sí.

      Mel pareció armarse de valor y me miró por debajo de sus pestañas.

      —Quizás podrías… enseñarme… un poco.

      Me sentí halagado, pero a una parte de mí no le gustó nada esa propuesta. Era algo inocente, y totalmente sincera, ella solo intentaba conocerme, pero no podía.

      —Yo…

      —¿Estás bien? —preguntó, preocupada porque me hubiera puesto pálido. Seguramente lo estaba.

      —Sí. Solo estoy un poco incómodo aquí, ¿sabes?

      La chica sonrió dulcemente. Dios, no, me recordaba demasiado a ella.

      —Te entiendo. Yo también.

      Lo normal sería pedirle que saliéramos a tomar el aire, charlar fuera y conocernos más. Pero yo no era capaz de actuar normal. Antes de que pudiera decir nada, alguien la empujó y la chica cayó encima de mí. La sujeté por los hombros y cuando ella elevó la vista estaba demasiado cerca. El pulso se me disparó, de modo que la alejé rápidamente. Ella me miró confundida y avergonzada.

      —Lo siento…

      —Perdona, de verdad. Pero voy a irme, puedes venir en mi taxi si quieres.

      Asintió, y fue a despedirse de su amiga. Yo le hice un gesto a Eric, y él debió de malinterpretarlo porque me sonrió de oreja a oreja e hizo gestos obscenos con sus manos. Salimos de allí, pedí un taxi, y cuando llegamos a la dirección de la chica, se bajó del vehículo.

      —Gracias por el taxi —comentó. Negué con la cabeza. Me miró dubitativa, pero sabía que yo tenía una muralla a mi alrededor—. Buenas noches.

      —Adiós, Mel.

      Me despedí con una sonrisa y el taxi arrancó de nuevo. Llegué a casa y me tiré en el sofá como un saco de patatas. Estaba muerto, física y mentalmente. Encendí la televisión un rato. Estar con alguien que se parecía tanto a ella no había sido nada fácil. Resistirse a veces no era fácil. Claro que sentía deseo, claro que tenía ojos para ver a chicas preciosas, claro que tenía necesidades. Lo máximo a lo que había llegado era a besarme con alguna chica alguna vez que ni recordaba. Sin embargo, no podía pasar de ahí. Me jodía admitirlo, pero yo no quería una sustituta, no quería una burda imitación de Emma. Quería a la original. Y ya no la podía tener. Era algo que no podía cambiar.

      Al día siguiente mientras me hacía el desayuno la puerta se abrió mostrando un Eric hecho mierda. Al verme en la cocina me sonrió somnoliento y con un gesto de la mano como único saludo, se fue a su habitación. Me reí, no tenía remedio. Me marché a correr un rato por el parque y estirar un poco en las barras. Pasadas un par de horas volví a casa y no tardé mucho en ser abordado por Eric.

      —¿Qué? ¿Qué tal era en la cama? —preguntó sin miramientos desde el sofá cuando yo salía de la ducha.

      —No pasó nada —me limité a contestar, secando mi pelo con la toalla. Iba a ignorarle, pero la sorpresa e incredulidad en su cara me hizo reír.

      —¿Cómo que no pasó nada? Pero te la llevaste de la discoteca —recordó alarmado.

      —Sí, y la dejé en su casa y yo me fui a la mía. Fue una bonita historia.

      Mi amigo me miró totalmente aturdido, como si lo que había hecho fuera una especie de sacrilegio. Negó con la cabeza y dijo algo entre murmullos que no entendí ni tampoco me importó.

      —No me lo puedo creer —dijo al fin.

      —Ni yo. El taxi era carísimo.

      —Cállate, idiota. La tenías en bandeja, encima de las tímidas, ¡era adorable!

      —Lo era.

      Escuché a Eric suspirar mientras cambiaba de canal.

      —Cuando se te caiga te ayudaré con el pago de la operación, amigo.

      Comencé a reír despreocupado de su comentario, y fui a mi cuarto a vestirme.

      El lunes siguiente tuvimos una reunión en el trabajo. Una vez todo el grupo reunido en la pequeña sala de conferencias que teníamos, nuestro jefe de equipo nos pasó unos papeles con toda la información sobre nuestro próximo espectáculo. Al fin se habían confirmado los lugares, fechas y demás. Miré el papel y cuando vi el nombre de la ciudad escrita, me paralicé.

      —¿Kyle? —me llamó Eric, sentado a mi lado.


Скачать книгу