A tu lado. Cristina G

A tu lado - Cristina G


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a toser. Comenzaba a sentirme muy incómoda. La idea de que solo un chico me interesaba me atacaba, aunque la empujara fuera de mí.

      —¿Estás bien? —preguntó Alex, al verme beber como si estuviera poseída.

      —Muy bien. —No quería seguir con aquello. ¿Por qué habría accedido?—. No, en realidad no. Lo siento, me iré a casa.

      Me levanté de mi lugar, saqué dinero y lo deposité en la mesa. Después, dejando a un auxiliar sexy de piedra, salí del restaurante. Una vez fuera inhalé el aire frío de enero. Rayos, hacía mucho que no me pasaba aquello, había tenido varias citas a ciegas y nunca rememoré nada. ¿Qué había cambiado esta vez? Me estaba volviendo loca. Debía olvidarlo. Dejarlo enterrado y no sacarlo nunca más. Hacía mucho que él salió de mi vida y así debía continuar.

      

      —Bueno, ¿y qué tal fue anoche?

      Verónica no tardó en preguntar al día siguiente en el trabajo. El estúpido de Daniel se había ido de la lengua.

      —Me fui a media cena —confesé tranquilamente mientras apuntaba los avances de un paciente. Este nos miró curioso.

      —¡¿Qué?!

      —Baja la voz, el hombre está dormido.

      —Estoy despierto —señaló el señor, mirándonos con creciente curiosidad.

      —Lo que ocurrió anoche no es bueno para su corazón, señor… —Leí la hoja— Holder. Ahora duerma.

      Salí de la sala y Verónica me siguió como un rayo.

      —¿Cómo que le dejaste plantado?

      —Porque estaba incómoda.

      Ella suspiró mirando al cielo, como si necesitara ayuda divina para la mujer pecadora abandona hombres de su amiga.

      —Ese tío está buenísimo, eres tonta si lo dejas escapar.

      —Puedes hacerte la muerta para que te haga una reanimación cardiopulmonar si te gusta. A él le va eso.

      Mi amiga caminó más deprisa para alcanzarme mientras yo revisaba otro historial. Se cruzó de brazos y alzó ambas cejas esperando a que la mirara.

      —Emma, por Dios, te vas a volver virgen otra vez si sigues así.

      Hice una mueca, a pesar de que su comentario me hizo gracia. Y al parecer a la paciente también.

      —El himen no se puede regenerar y…

      —Déjate de mierdas médicas. Necesitas una alegría, que siempre estás muy apagada.

      Rodé los ojos. ¿Y por qué lo único que me podía alegrar era el sexo? Ni que no hubiera más cosas en este mundo.

      Antes de que pudiera contestar nada Jase apareció.

      —¿Habéis terminado ya? Vais muy lentas.

      Lo que faltaba.

      Al terminar, una vez en la recepción anotando un par de cosas, Verónica me cogió del brazo y me obligó a mirar la pantalla de su móvil. Al verlo, algo se revolvió dentro de mí.

      —Van a venir a hacer un espectáculo.

      Me miró con sorpresa mezclada con miedo. Yo me había paralizado.

      —El grupo de Kyle.

      —Sí —contesté simplemente.

      —Lo siento —me soltó—. No debería habértelo enseñado.

      —No pasa nada.

      Me incorporé y caminé fuera del mostrador. Llegué al baño, cerré la puerta y respiré hondo. Mi corazón latía a mil por hora. Nadie me lo había dicho. Ni Liam, ni Luke, ni nadie. Nadie me dijo que Kyle iba a volver a San Francisco después de cinco años.

       2 KYLE

      Dejarme llevar con la música y que ella se ocupara de liberar mi mente de todo era la mejor sensación que conocía.

      Bailé en la sala de ensayo durante horas, perfeccionando la coreografía. Estaba muerto, pero quería seguir practicando, en un par de días tenía que dar todo de mí. Íbamos a tener un gran espectáculo, aunque todavía no sabía ni a dónde iríamos, pero no me importaba. No había nada que me gustara más que hacer aquello. Cuando ya estaba anocheciendo, finalmente decidí apagar la música y me limpié el sudor de la frente con una toalla. Recogí mis cosas y salí de la sala. De camino a la salida me topé con mi compañero Eric, que rápidamente pasó un brazo por encima de mis hombros.

      —Eh, trabajador. ¿A que te vienes a tomar unas birras con tu colega?

      Sonreí, era el mejor amigo que tenía en el grupo y mi actual compañero de piso. Aunque admitía que le gustaba demasiado salir, beber y las mujeres, cosa que no compartíamos demasiado, sí lo hacíamos con el baile. Además, era un buen tipo, en el fondo.

      —Estoy cansado, Eric. Otro día.

      —Y una mierda.

      Me arrastró, dejándome solo dos minutos para ducharme y adecentarme.

      Una vez en un bar que no estaba muy lejos del edificio donde trabajábamos, Eric pidió un par de copas.

      —Es viernes, Kyle. Hoy tienes que animarte.

      —¿Animarme significa emborracharme y tirarme a una tía aleatoria?

      Mi amigo echó la cabeza hacia atrás y comenzó a reír a carcajadas. Paró cuando se dio cuenta de que un par de chicas nos estaban mirando, y adoptó una postura recta, interesante, más sensual. Apreté los labios para no reírme de él en su cara. El tío era atractivo hasta decir basta, y sabía muy bien cómo aprovecharse de eso. Piel tostada, cabello castaño más cerca del rubio que otra cosa, ojos claros y complexión fuerte. Llamativo para cualquier mujer.

      Bebió de su copa como un marqués y me señaló con el dedo, como si fuera a darme una valiosa lección.

      —Amigo, se te va a caer el pene si no le das vida. ¡Eso necesita moverse! —Negué con la cabeza, sonriendo. Estaba loco—. Sé de buena mano que más de una se moriría por…

      —No lo digas —le corté levantando la mano—. Preferiría no hablar de mi vida sexual ahora mismo.

      —Normal, no existe.

      Rodé los ojos. Vale, puede que llevara algún tiempo… mucho tiempo… años, sin acostarme con nadie. Pero eso no era asunto de Eric. No lo hacía porque no me daba la gana, y era mi decisión.

      —Tío, te he dicho muchas veces que no lo necesito —respondí.

      Eric bebió de nuevo de su copa y echó un vistazo a las chicas que nos miraban.

      —Eres el tipo más raro que he visto en mi vida. Sigue negándotelo, a lo mejor algún día te lo crees.

      Se levantó de su asiento recomponiéndose la ropa para acercarse a las chicas, antes de eso me guiñó un ojo.

      —Pero yo te quiero, ¿eh, tío?

      Asentí y le hice un gesto con la mano para que se largara de una vez. Era un entrometido de mierda y estaba como una cabra, un mujeriego en potencia y bastante gilipollas, pero era mi amigo. Fue el único que estuvo a mi lado cuando peor lo pasé, el único que soportó verme llorar alguna vez sin llamarme «nenaza», que consiguió distraerme de mil maneras para que


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