A tu lado. Cristina G
—¿Cómo te va el ensayo?
Tragué saliva.
—Tengo una buena noticia —dije, intentando que mi voz sonara alegre—. El espectáculo es en San Francisco.
—¿En serio? ¡De puta madre! —exclamó, verdaderamente feliz. Me hizo sonreír—. Por fin voy a verte la cara, morenazo.
Solté un par de carcajadas. Estar mal o inquieto con Daniel era imposible, el idiota siempre te hacía reír.
—¿Podrías avisar tú a los chicos? Ya os diré en qué momento del fin de semana podré quedar con vosotros.
—¡Qué dices! Nosotros vamos a ir a verte bailotear, al menos los que podamos, espero no tener turno de noche. Sé que están deseando verte, ha pasado mucho tiempo.
Observé la toalla en mis manos con la que había limpiado mi sudor debido al baile. Giré una de sus esquinas entre mis dedos. Debía de estar igual de emocionado que ellos, sin embargo, tenía un nudo en el estómago. Respiré hondo. Tenía que decirlo de una vez.
—Oye, Dani. —Él hizo un sonido de asentimiento—. No quiero que Emma lo sepa.
Se hizo el silencio al otro lado de la línea. Mi corazón golpeó con fuerza mi pecho. No sabía cómo podría reaccionar ante lo que le había pedido, puede que se enfadara conmigo, puede que lo comprendiera. Era lo que había decidido, conocía lo suficiente a Emma para saber que el hecho de que yo volviera no sería bueno para ella. Ya fuera porque no quisiera verme por estar enfadada, ya fuera porque le hiciera sufrir, o porque le diera exactamente igual. Vernos después de tantos años era estúpido. El pasado debía quedarse en el pasado.
—¿Estás seguro? —preguntó Daniel después de unos segundos.
—Sí.
—Me preguntaba qué harías con respecto a eso, si irías a verla.
Sonreí con amargura.
—Lo dejamos hace mucho, no tiene sentido vernos ahora. Creo que… —fruncí el ceño, molesto por lo que iba a decir—, eso sería demasiado para mí, tío.
—Lo sé —respondió en voz baja.
Nunca se lo dije directamente, pero era consciente de que Daniel sospechaba que no me había olvidado de su prima.
—¿Me harás ese favor? —inquirí, queriendo cerciorarme.
—No diremos ni pío.
Suspiré e intenté cambiar el ambiente. Charlamos durante un rato sobre el espectáculo y cosas sin importancia, consiguiendo que me olvidase un poco del tema.
Cuando el día del espectáculo llegó, yo estaba hecho un puto flan. Me encontraba más nervioso que en ninguna otra ocasión sobre el escenario. En el viaje en avión no había podido pegar ojo, a diferencia de todos mis compañeros, que habían aprovechado para descansar. Yo era el único zombi con los ojos enrojecidos, sin embargo, no me sentía cansado, al contrario, tenía demasiada energía. Estaba tan inquieto que podría echar a correr y llegar de nuevo a Nueva York.
Observé cómo preparaban el escenario y las luces mientras algunos de mis compañeros calentaban, y ensayaban la coreografía. Me la sabía de memoria, más que mi propio nombre, de modo que decidí estarme quieto un rato y me senté en una de las butacas de los espectadores, en ese momento totalmente vacías. Pasados unos minutos noté como alguien se sentaba a mi lado, giré el rostro para encontrarme con Eric.
—Pareces un abuelo que va a dar su último espectáculo, aquí todo solo y pensativo —soltó.
Me limité a encogerme de hombros, pero sonreí pues tenía razón.
—No creo que siga bailando cuando sea un abuelo —murmuré—. Ya sabes, los huesos y toda esa mierda.
Eric dio una palmada al respaldo de la butaca con énfasis.
—Pues yo pienso seguir haciéndolo, y llevarme a la cama a todas las abuelitas sexys que caerán rendidas ante mi habilidad a pesar de los años.
Solté un par de carcajadas. Lo peor era que lo decía completamente convencido.
—Estoy seguro de que lo harán.
—¿Crees que ella estará entre el público esta noche?
Alcé la vista de golpe para mirarle. Sabía a la perfección a quién se refería y no me esperaba para nada esa pregunta, la que yo me había hecho mentalmente un millón de veces. Eric simplemente me miró en silencio, como si me hubiera preguntado por el tiempo.
—No, no lo creo —respondí. Y así lo pensaba.
—Entonces —se levantó y me palmeó la pierna—, no te pongas tan nervioso. ¡Ella se lo pierde!
Eric dibujó una sonrisa de ánimo y volvió con los demás bajando el par de escalones de un salto. Mierda, él tenía demasiada razón.
Llegada la noche, las luces se apagaron y yo cerré los ojos, procuré concentrarme. A pesar de todo el nerviosismo, en el momento en que se abrió el telón, se encendió la música y el espectáculo comenzó, mi mundo se desvaneció. Tan solo estaba yo, en el escenario, girando y moviéndome al son de las notas. Disfruté viendo el trabajo impecable de mis compañeros cuando estaba tras el telón, y cuando me tocaba aparecer daba todo de mí. Busqué en alguna ocasión con la mirada entre el público, y me relajé al ver a Luke y a Scott por algún lugar. No había rastro de ella, como bien me temía.
Después de una hora estaba saliendo todo a la perfección. Me encontraba bailando en la parte más cercana a los espectadores, ni siquiera me di cuenta, ni escuché nada, tan solo un atisbo rápido a un compañero al oír cómo gritaba mi nombre. Un destello de luz seguido de unas chispas, y exclamaciones alteradas en el público. El golpe del foco sobre mí al caer de sus riendas me dejó totalmente fuera de combate. Cuando recuperé la consciencia estaba en el suelo del escenario, siendo atendido por los auxiliares de ambulancia, me estaban colocando sobre una camilla.
Estupendo.
No sabía a qué hospital me habían llevado, pero tenía un mal presentimiento. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en la almohada cuando los enfermeros me dejaron en una camilla en urgencias rodeada por una cortina azul. Me dolía a morir el brazo, que seguro tenía roto, y la pierna, para colmo la del accidente. Aquello no podía ser bueno, me había hecho papilla un simple foco, joder. Esperaba poder recuperarme pronto, no podía permitirme estar de baja mucho tiempo.
La cortina se corrió de pronto y yo alcé la vista. La vi. No sé si en ese momento la reconocí o si pensé que era una pelirroja más de las que confundía con ella en todos lados. Sin embargo, cuando ella clavó con sorpresa sus ojos en los míos, supe que era ella y mi corazón rebotó tan fuerte en mi pecho que me quedé sin respiración. Para mi sorpresa, su repentina reacción después de entreabrir los labios y no decir nada, fue cerrar la cortina y desaparecer.
—¡Emma! —exclamé.
Sin pensar en lo que hacía, intenté levantarme, pero mi cuerpo me lo impidió y caí de la camilla, aterrizando en el suelo y llevándome conmigo el gotero. El dolor que siguió al golpe me hizo soltar un gruñido.
Ah, joder. Qué ridículo soy.
Una enfermera entró deprisa al oír el estruendo