La joyería. Carles Codina
El impacto de la revolución industrial sobre la sociedad europea de la segunda mitad del siglo XIX, es el contexto en que surgen ideas como las de John Ruskin, y de William Morris. Éstos denunciaban que la máquina y la división del trabajo impiden una relación auténtica entre el obrero y el producto de sus manos, y proclamaban, con una mezcla entre las nuevas ideas sociales y una visión romántica de la tradición medieval, el valor del trabajo artesano y el arte en la vida cotidiana. Estas propuestas, que eran el ideario del movimiento inglés Arts and Crafts, ejercieron una influencia capital en la evolución de la joyería, de las artes aplicadas y del diseño industrial a lo largo de todo el siglo xx.
Todas estas ideas renovadoras cristalizaron, en el último decenio del siglo XIX, en un nuevo estilo internacional que tuvo una gran implantación social y que transformó de forma radical el mundo del arte, desde la arquitectura a la joyería y especialmente el ámbito de las artes aplicadas. Art Nouveau, Modern Style, Modernismo, Jugendstil, Sezession y Liberty, son diferentes expresiones nacionales de un cambio que se extendió por toda Europa.
Frente al academicismo imperante apareció un mundo de ornamentación naturalista lleno de color, de formas lineales y sinuosas, donde prevalecían los motivos florales y vegetales, de insectos y pájaros y donde, por lo común, la figura femenina era el centro. Por primera vez en la joyería se valoró más la creatividad y la imaginación que los materiales empleados. Esto permitió a los joyeros una gran libertad de creación e hizo posible que algunas de sus obras adquirieran el rango de auténticas obras de arte.
Siguiendo más de cerca las ideas de W. Morris, y en contraposición con el lujo de París, el Sezession y el Jugendstil se extendieron por todo el centro de Europa preconizando un estilo mucho más sobrio y austero, donde prevalecían los criterios de racionalidad, funcionalidad y claridad, realizándose diseños en los que predominaba la abstracción y las líneas geométricas y simples.
Los artistas escandinavos, y en particular Georg Jensen, desde Dinamarca, introdujeron en el nuevo estilo un aire mucho más frío y moderno, trabajos que tendrán plena vigencia hasta nuestros días. Los arquitectos Joseph Hoffmann, que trabajaba con el Wiener Werktätten, centro de artes y oficios de Viena, y el belga Henry Van de Velde, que consideraba una obligación moral crear joyas no para una elite sino para un público más general, produjeron sus joyas con procesos industriales de fabricación; realizaron diseños que no sólo anunciaban el advenimiento del Art Deco, sino que también prefiguraban lo que iba a ser el diseño en la joyería a partir de la década de los sesenta.
El Art Deco se convirtió, a partir de 1925, en el segundo gran movimiento internacional de las artes industriales del que participó la joyería en el siglo XX. Después ya no se implantará ningún otro estilo vanguardista de forma generalizada.
Se produjeron joyas en las que volvía a predominar el valor de los materiales, pero también se produjo joyería industrializada que utilizaba los nuevos materiales sintetizados por la industria: galalita, baquelita y metales industriales como el níquel, el cromo y el aluminio, que claramente no pretendían imitar a la joyería preciosa.
Broche de plata, malaquita, ópalo y coral, obra de Joseph Hoffmann,1903-1905.
El Art Deco se expresó en un estilo geométrico, claro y preciso, dando preferencia a las formas puras, amplias y simplificadas, sin elementos figurativos y con una técnica rigurosa. Broche de autor anónimo realizado en platino, cristal de roca ónix y diamantes.
En 1895 se abre en París la galería Maison de l’Art Nouveau, en la que se exponen objetos diseñados en este nuevo estilo, y que denota una gran influencia del arte oriental. En la Exposición de 1900, René Lalique convierte París en la capital de la joyería, con el rotundo éxito de su nueva colección de joyas. Pectoral en forma de libélula, de René Lalique.
Pulsera de plata cromada realizada por Naum Slutzky,1931.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se interrumpió un proceso que no se reemprendió hasta mediados de los años cincuenta. La posguerra significó un retroceso generalizado del espíritu de vanguardia, y una separación entre la evolución de la joyería y el resto de las artes. Las ideas de que la auténtica joya es la que presenta las formas tradicionales y de que constituye una inversión en materiales de valor se generalizaron entre las grandes firmas; este concepto tardó varias décadas en superarse por la evolución de las costumbres sociales y económicas.
La joya como arte empezó a desarrollarse a mitad de los años cincuenta, como una vía de expresión personal tanto para el creador como para el portador de la joya, reemprendiendo el espíritu renovador de principios de siglo y a la cual tendrán acceso sólo unas minorías.
El desarrollo industrial y económico de los años sesenta provocó la democratización de los bienes de consumo y la implantación generalizada de la sociedad del bienestar, iniciándose a partir de entonces una redefinición de la función social de la joya. En esta renovación, las escuelas de arte y diseño tuvieron un papel determinante; desaparecida definitivamente la figura del aprendiz de los talleres, son las escuelas de formación profesional especializadas y las escuelas de arte las que se encargan de formar a los nuevos joyeros. Las escuelas permiten un ámbito de trabajo y experimentación más abierto a los cambios y a las nuevas influencias frente al conservadurismo tradicional de los talleres profesionales.
En este contexto, y bajo influencia de algunas de las ideas de W. Morris, sobre el valor del oficio y la artesanía, y de la Bauhaus sobre la integración del diseño en la industria, apareció lo que se ha venido denominando la nueva joyería, joyería de arte o joya de diseño.
Una de las escuelas que desempeñó un papel decisivo en el desarrollo de la joyería, en los años sesenta y setenta, fue la Escuela de Artes y Oficios de Pforzheim, dirigida por Karl Schollmayer y que contaba con profesores como Klaus Ullrich o Reinhold Reiling, que propugnaban la integración de la joyería en las corrientes artísticas contemporáneas y la renovación de las técnicas tradicionales. En otras escuelas aparecían propuestas de renovación parecidas; tal es el caso de la escuela Técnica Superior de Düsseldorf y desde allí Friedrich Beker, conocido por sus joyas cinéticas; la Academia de Munich, con Hermann Jünger y la Escuela Massana de Barcelona, con Manel Capdevila como director. A ellas se sumaron posteriormente otras escuelas de Europa, Estados Unidos y Japón.
Broche de oro y diamantes realizado por Reinhold Reiling, 1970.
Pieza para el cuello, obra de Hermann Jünger, 1979.
Entre 1950 y 1970, destacó un grupo de joyeros escandinavos, en cuyos trabajos predominaba el empleo de piedras, la utilización de formas simples, con gran pureza de líneas, y las superficies pulidas, especialmente en plata. Es el caso de Georg Jensen, en Dinamarca, Sigurd Persson y Olle Ohlsson, en Suecia. La firma finlandesa Lapponia Jewelery, con diseños de Björn Weckstrom, fue la pionera en demostrar que un buen diseño no está reñido con la producción industrial ni con un rendimiento económico.
El segundo grupo más numeroso fue la escuela alemana, que a pesar de su nombre incluye creadores de diversas sensibilidades y nacionalidades; en ella destacan las formas geométricas y las estructuras complejas, el empleo de materiales no preciosos y el deseo claro de expresar su individualidad por medio de la pieza única; hecho que permitió el desarrollo de la nueva joyería al margen de la industria.
Cabría destacar a Bruno Martinatzi, Francesco Pavan, en Italia; el eslovaco Anton Cepka; Peter Skubic,