La joyería. Carles Codina

La joyería - Carles Codina


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Otto Künzli; el holandés Onno Boeckout; los catalanes Aureli Bisbe, Joaquim Capdevila y Ramón Puig Cuyás, principalmente, así como muchos más que harían interminable la lista.

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      Broche de Anton Cepka, 1991

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      Broche de Manfred Bischoff, 1991

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      Broche de Bruno Martinazzi, 1972.

      La nueva joyería deja de ser un fenómeno nuevo y excepcional, surgen nuevos artistas de los numerosos departamentos de joyería de las escuelas de arte de todo el mundo. Se desdibujan las diferencias entre las distintas escuelas y se forja un estilo cada vez más internacional.

      Entre 1980 y finales de los noventa, la joyería convencional pierde las connotaciones de ostentación y riqueza, y se generaliza el gusto por las joyas de oro y piedras preciosas de diseño sencillo pero elegante.

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      Broche Arturus realizado en plata oxidada y pintada por Ramón Puig Cuyás, 1989.

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      En Estados Unidos prevalece un estilo más ecléctico, alejado de las líneas puras y geométricas predominantes en Europa, que se decanta por un lenguaje más figurative y narrativo, abigarrado de formas y símbolos, con preferencia por el uso del colage. Stanley Lechzin y William Harper son dos artistas destacados. Broche realizado por William Harper, 1992.

      Al mismo tiempo la joyería de creación se divide en dos tendencias bien distintas que marcarán este final de siglo. Por un lado, la joya de diseño orientada al mundo de la moda y el diseño industrial, y que tiene por objetivo complacer la demanda del mercado; por otro, la joyería comprometida en expresarse a través de los valores universales del arte como forma de expresión personal y que busca una complicidad con el usuario. Esta última es una joyería creada más por el puro placer estético que por intereses comerciales; una joyería que intenta adecuar los valores simbólicos y espirituales, que desde sus orígenes han caracterizado a la joyería, a una sociedad tecnológica que se enfrenta al reto de un nuevo milenio.

       La metalurgia

      El progreso de las civilizaciones está estrechamente ligado al progreso de su metalurgia. Actualmente, los restos de las civilizaciones antiguas se estudian a partir de los metales que entre ellos se encuentran. Debido a su color amarillo y a su perdurabilidad, el oro se ha utilizado en casi todas las culturas conocidas.

      El oro, en latín aurum, que significa aurora brillante, nos recuerda que algunas civilizaciones pensaron que era parte del Sol y le atribuyeron propiedades mágicas. Los egipcios amortajaron con él a los faraones, para asegurar su llegada al otro mundo. En la Edad Media los alquimistas y los filósofos intentaron aislar los principios capaces de convertir un metal vulgar en oro. Posteriormente se le atribuyeron poderes curativos, que se descartaron con el paso de los años.

      Este metal precioso siempre ha deslumbrado al hombre; por él se han entablado guerras y levantado ciudades. Su valor como signo de ostentación y poder ha sido ansiado desde antaño por la mayoría de los pueblos y las culturas. Actualmente, el poder del oro sigue vigente.

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      Todo cuanto nos rodea tiene una composición molecular, mezcla de 103 elementos primarios conocidos, que forman la tabla periódica. Entre estos elementos figuran el oro, la plata, el platino, el cobre, el cadmio, el estaño y el plomo. Los elementos de la tabla periódica, cada uno designado por su respectivo símbolo, se caracterizan por poseer una determinada estructura, un peso y un número atómico. Cuando estos metales se mezclan entre sí, sus características varían; se endurecen o ablandan, cambian de color, y aumenta o disminuye su punto de fusión.

      El oro, la plata y el platino son los principales metales de las aleaciones que se tratarán en este libro. Éstos son los que pondremos en más proporción dentro de una aleación de metal precioso; el resto aparecen en una proporción menor, pero son los que cambian las propiedades de los anteriores cuando se funden entre sí.

      Para dar dureza o maleabilidad al metal, hay que conocer el comportamiento de su estructura interna cuando es sometido a distintos cambios de temperatura y presión.

      A temperatura ambiente, el metal está formado por una serie de estructuras regulares dispuestas en un orden; los llamamos cristales. La estructura del metal puede compararse con un panal de abejas, formado a partir de hexágonos de cera superpuestos para formar una estructura mayor. Existen siete sistemas de cristales y catorce configuraciones de enrejado; algunos cristales tienen forma cúbica y otros formas hexagonales. Los metales que se trabajan en joyería (oro, plata, cobre, níquel, plomo, aluminio) tienen todos la misma estructura cúbica cristalina.

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      Enfriar un lingote de plata bruscamente es útil en caso de realizar un trabajo de forja o trefilado.

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      Los metales en estado fino se acostumbran a suministrar en forma de granalla o en forma de plancha laminada.

      Cuando se funde el metal, éste deja de ser sólido para convertirse en líquido, sustituyendo su estructura geométrica inicial por una estructura menos geométrica y ordenada.

      Cuando el metal se enfría, empieza a recuperar su estructura, pero lo hace desordenadamente, formando una especie de racimos que tienen todos el mismo orden pero no necesariamente la misma orientación. A medida que el metal se enfría, se forman más y más racimos hasta que chocan entre sí; se van formando unas líneas o fisuras donde confluyen los racimos. Cuanto más pequeñas y juntas están estas líneas, más duro es el metal; los cristales en los límites no pueden moverse. Cuando se trabaja un metal mediante laminado, forjado, estirado o cualquier otro tipo de proceso, estos grupos o racimos están cada vez más comprimidos, de manera que crean más límites, reducen los espacios libres y ganan cada vez mayor dureza. Cuando el metal se calienta hasta su temperatura de recocido, recupera una estructura cristalina próxima a la inicial, es decir, vuelve a un enrejado más ordenado y, por lo tanto, nuevamente es dúctil y apto para trabajar. Aplicando calor se acelera el movimiento de los átomos y la subsiguiente recristalización. A este proceso se le llama recocido; en este estado el metal posee pequeñas dislocaciones o vacíos que permiten un mayor movimiento de los cristales, razón por la cual es más maleable.

      También es muy importante la manera en que el metal se enfría hasta llegar a la temperatura ambiente. Si se enfría de golpe con agua, se interrumpe el proceso de ordenación. Hay casos en los que es necesario enfriar el metal rápidamente para conservar la estructura de los cristales y casos en que no es aconsejable hacerlo; depende del metal utilizado y de la temperatura alcanzada en el recocido.

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      Balanza de precisión. Es un instrumento imprescindible para la preparación de las distintas aleaciones.

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      Desde la antigüedad, los fabricantes y los gremios han contrastado las piezas con punzones identificativos del artesano; gracias a estas marcas hoy en día se puede catalogar y conocer su origen.

      El


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