Génesis, vida y destrucción de la Unión Soviética. Jaime Canales Garrido
esferas de la sociedad, lo que el pueblo soviético había alcanzado.
Supe por aquellos días que, cuando Stalin murió, millones de soviéticos se volcaron a las calles a despedir al que ellos consideraban el líder más egregio de su gran nación, y lloraron hombres, mujeres y niños, lloraron sentidamente. ¡Algo sin precedentes en la historia universal!
Un pueblo no recuerda y llora a un tirano como al más excelso líder de su historia, a pesar de las reiteradas campañas para denigrarlo, menospreciar su gestión y su época, que han tenido lugar, reiteradamente, a partir de 1956. Y continúan hoy.
Estamos convencidos de que es imprescindible analizar al hombre y sus actos sin abstraernos de su época, de las condiciones objetivas a la sazón imperantes y de la posición que ocupó en la sociedad, así como también los objetivos que persiguió y los que alcanzó.
Por todo lo señalado, quieran o no reconocerlo los neoliberales y los anticomunistas viscerales de ayer y de hoy -muchos de sus enemigos contemporáneos sí lo reconocieron-, la época vivida por la Unión Soviética entre los años 1924 y 1953, es la etapa más fructífera, brillante y heroica de toda la historia de Rusia. Esta verdad histórica -después de un oscuro interregno de casi medio siglo- por fin, es bien conocida en Rusia, en donde el respeto e incluso la admiración por Stalin es cada vez más creciente.
La historia, mejor todavía, la vida de los hombres, las sociedades que estos conforman, están llenas de paradojas, muchas de ellas simpáticas e hilarantes, algunas tristes, otras trágicas y terribles: lo que ocurrió el año 1956 es una de las más tristes y trágicas paradojas de la historia universal.
Porque nadie fue capaz de comprender -o, simplemente, lo ignoró- que lo que, aparentemente, era verdad, de hecho, era la más horripilante falacia. Horrible, porque marcaba un hito histórico acaso sin precedentes: de una plumada, se obligaba a todo un pueblo heroico y orgulloso de su pasado a renegar de él.
Y todo eso fue hecho, recurriendo a la suplantación, tergiversación y escamoteo de hechos históricos. Treinta años más tarde, Gorbachov repetiría la puesta en escena.
Otra incalificable paradoja derivada del “Informe Secreto” reside en el hecho de que la verdad jruschoviana consiguió, en Occidente, encontrar cabida incluso en el seno de la abrumadora mayoría de los partidos comunistas y de muchos partidos identificados con las izquierdas, que fueron incapaces de evaluar la veracidad de la información propalada y sus consecuencias para la salud e integridad del socialismo vivo, las huestes marxistas y, muy en particular, el movimiento comunista internacional5.
Huelga hacer comentarios acerca del impacto que el anodino discurso tuvo en la siempre dúctil opinión pública de aquellos países.
Entretanto, en la Unión Soviética, ninguno de los participantes del crimen se detuvo a pensar que, si Occidente, exultante, aplaudía a Jruschov y, treinta años más tarde, a Gorbachov, ello se debía a que algo andaba mal y que todos estos jerarcas habían ignorado una verdad axiomática: “Lo que es bueno para tu enemigo -la burguesía- no puede ser bueno para ti”, que, supuestamente, eres comunista.
Cabe señalar que la mayor parte de las opiniones sobre la situación real de los países socialistas, propaladas en el mundo por diversos estudiosos de los procesos sociales -historiadores, economistas y analistas políticos, bien como por dirigentes de partidos políticos de las izquierdas, de pseudo izquierdas y de derecha, personeros de gobiernos y otras personalidades ligadas al quehacer político y social- manifiesta un sensible desconocimiento de la realidad de esos países6.
En muchos casos ello se debe al hecho de que estas personas -sobre todo el ciudadano común un tanto ajeno a la ideología y a la política- sometidas al permanente bombardeo de la desinformación, no se dieron el trabajo de conocer la diversidad de opiniones y juicios acerca de la realidad de los países socialistas, lo cual, en fin de cuentas, entre otras motivaciones, determinó sus limitaciones al intentar interpretar la situación de dichos países.
Se suma a ello, además, la ignorancia de la lengua hablada y escrita de muchos de aquellos países, factor que suele ser elemental para tener una percepción correcta del proceso cognitivo de sus realidades.
Existen innumerables trabajos de análisis sobre la Unión Soviética, llevados a cabo por estudiosos -tanto de izquierda como de ultra izquierda- que afirman que lo que se estaba construyendo en la URSS no era socialismo, sino un modelo de sociedad que no tenía nada en común con lo postulado por Marx, Engels y Lenin, como si los fundadores del marxismo hubiesen elaborado cartabones o definido en pormenor cómo se debería edificar una sociedad socialista y las formas que debería revestir su contenido. ¡Nada más alejado de lo propugnado por Marx, Engels y Lenin sobre la primera fase de la sociedad comunista! Engels expresó esta idea con meridiana claridad: “Nuestra doctrina no es un dogma, sino una guía para la acción”7.
Por otro lado, hubo y hay consideraciones acerca de la vida en la Unión Soviética que adolecen de serias insuficiencias, debido, básicamente, a limitaciones de índole teórica e ideológica, que lleva a los autores a tener una antojadiza interpretación del socialismo, que, en su mayoría abrumadora, es de índole “mercantilista”.
Sin embargo de lo anteriormente referido, es menester señalar que, amén de los citados análisis, existen numerosos pronunciamientos sobre esta catástrofe de autoría de destacadas personalidades del movimiento comunista y obrero internacional8.
En la Rusia postsoviética, se ha escrito y hablado tanto acerca de la destrucción de la URSS -millares y millares de libros, artículos y opúsculos escritos; ponencias en televisión y en otros medios de comunicación; mesas redondas de connotados historiadores, filósofos, economistas, analistas y personalidades políticas- que todo lo que se escribe hoy y se pueda escribir mañana no será, prácticamente, más que una reiteración de opiniones, enfoques e ideas ya repetidos.
Lo señalado es una importante traba para que se formulen nuevos puntos de vista o se develen aristas poco investigadas de esta importante y compleja cuestión. No obstante, está claro que, en los trabajos publicados, existen diferencias de forma y contenido con dependencia directa, sobre todo, del posicionamiento ideológico y político de sus autores.
Con todo, como el contenido del masivo volumen de publicaciones es casi desconocido en el extranjero, y muy especialmente en los países de América Latina, lo que ha condicionado la aceptación o adopción -incluso en el seno de gentes preocupadas por el devenir político y social, con claras inclinaciones de izquierda- de los consabidos estereotipos fabricados por los enemigos del socialismo, se torna necesario llevar a cabo este intento de exponer algunas tesis y reflexiones sobre esta trascendental cuestión.
Para los efectos de nuestro trabajo, singular importancia revisten las obras de connotados autores, entre los cuales es necesario destacar al Académico y filósofo ruso Serguei Kara-Murzá y a Aleksandr Zinóviev, filósofo, escritor y académico ruso, emigrado a Occidente en 1978, que, en los mismos inicios de la perestroika -que él daría en llamar la katastroika (de las palabras rusas katastrófa y stróika, esta última con el significado de construcción, por tanto, “construcción de la catástrofe”)- redactó, a poco de la llegada de Gorbachov al poder, un breve opúsculo titulado Le gorbatchévisme ou la Puissance d’une illusion (El gorbatchovismo o el poder de una ilusión)9.
El citado supra escrito, de hecho, es una mordaz crítica a la forma cómo el nuevo grupúsculo en el poder estaba administrando la Unión Soviética. El filósofo ruso señaló que las consecuencias de esas reformas podrían llevar el país a la catástrofe.
Los hechos acaecidos más tarde mostraron la certeza del pronóstico, que, teniendo como telón de fondo el regocijo y las expectativas que el inconsistente palabreo de Gorbachov suscitaron en la ciudadanía soviética, así como en el seno de los partidos comunistas y del movimiento de fuerzas progresistas en todo el mundo, puso al desnudo hasta qué punto la propaganda jruschoviana había calado hondo en las huestes de estas organizaciones.
Efectivamente, en lugar de ensalzar -o aceptar de buen grado- al Judas redivivo, los partidos comunistas deberían haberse preocupado