Génesis, vida y destrucción de la Unión Soviética. Jaime Canales Garrido
no a partir de 1985 sino desde el inicio de los años treinta del siglo pasado10.
Semejante análisis habría impedido que esos mismos partidos, movimientos y, en general, la opinión pública mundial cayesen en el error de aceptar, de buenas a primeras, la retahíla de falacias y calumnias difundidas en el XX Congreso del PCUS y no tuviese conocimiento de que, en los años 50 en la Unión Soviética, Jruschov había perpetrado dos golpes de Estado. Ello, a su vez, habría permitido entender el porqué de los infamantes ataques a Stalin y la grosera falsificación de la historia.
Dentro del vasto universo de estudios sobre la Unión Soviética, en general, y, en particular, acerca de su destrucción, hay un sinnúmero de análisis y reflexiones de historiadores, economistas, sociólogos, estudiosos de las ciencias sociales, especialistas en el ámbito de las ciencias militares, de la seguridad del Estado y politólogos rusos, honestos y reputados, que basan sus investigaciones en el conocimiento empírico que poseen de su país y en la información fidedigna de que disponen -en su gran mayoría documentos de los archivos históricos y obras especializadas relativas a su época- y que se abstraen de la propaganda oficial y oficiosa, de ayer y de hoy11.
Contribuyen también a entender mejor los hechos históricos en foco los estudios llevados a cabo por personalidades políticas y académicas extranjeras especializadas en la sociedad soviética, como es el caso del profesor norteamericano de la Universidad Estatal de Montclair, Nueva Jersey, Grover Furr12, del también prestigiado profesor norteamericano de la Universidad de California (River Side), Arch Getty13, del inglés Wilf Dixon14, del francés Henri Barbusse15, del belga Ludo Martens16, de los historiadores norteamericanos Michael Sayers y Albert E. Kahn17, del búlgaro Mijaíl Kílev18, del inglés Bill Bland19 y de muchos más.
Se puede aseverar -sin temor a caer en un error grosero- que la mayoría aplastante de la población de los otrora países socialistas -incluyendo a personas, por lo general, bien informadas- no tienen una visión clara de las causas que condicionaron el colapso del sistema socialista mundial. O, pura y simplemente, las reducen a la traición a secas del PCUS, sin apuntar su dedo acusador, por ejemplo, a Jruschov, Zhúkov o Kosyguin.
Es por lo dicho, que se torna imperioso proceder a un análisis pormenorizado -y, dentro de lo posible, imparcial, intentando encontrar la esquiva y veleidosa objetividad- de lo sucedido en las entrañas del sistema económico y social entonces existente en la URSS.
El presente trabajo -ensayo de síntesis de una investigación iniciada por el autor en 2007 sobre el marxismo-leninismo, el socialismo bolchevique o real y la destrucción del sistema socialista mundial- tiene como objetivo central revelar algunas de las causas capitales del fracaso del que denominaremos “Proyecto Rojo”, con arreglo al cual su razón de ser y su finalidad medular es el hombre y no la ganancia.
Y esa, su premisa fundamental, presupone la ausencia de la propiedad privada sobre los medios de producción y, por consecuencia, de la explotación del hombre por el hombre y de clases sociales, a diferencia de la sociedad capitalista.
Sin embargo, no constituye objeto del presente trabajo el análisis del socialismo per se, ni tampoco de si la edificación del socialismo en la URSS correspondió a los cánones enunciados por los fundadores del marxismo. Por eso -y cuando ello se muestre necesario- abordaremos dichas cuestiones solo tangencialmente.
Empero, se nos antoja pertinente apuntar una circunstancia que podrá contribuir a entender por qué el socialismo, a despecho de lo supuestamente propugnado por Marx y Engels, pudo triunfar en un solo país.
Para la mentalidad y aparato conceptual occidental, que descansa en modelos exclusivamente mecanicistas y deterministas, por contraposición a la matriz de la sociedad tradicional rusa, es difícil comprender este fenómeno. Pero, la subsistencia misma de la Unión Soviética, con todas las inmensas dificultades y peripecias históricas que fue obligada a enfrentar y resolver, es demostración palpable y perentoria no solo de la vitalidad del sistema socialista, sino, además, de la identificación de este sistema con la matriz netamente rusa, donde la obschina o comunidad, a través de los siglos, ocupó un lugar central en la sociedad tradicional.
En estas reflexiones, no nos detendremos en el análisis de las críticas formuladas por connotados antisoviéticos, que son, en esencia, parte constitutiva de la estereotipada propaganda anticomunista20, a menos que ello se muestre necesario para fundamentar nuestras tesis o conclusiones.
Para comprender correctamente lo que sucedió en la Unión Soviética, es necesario situarse en sus orígenes y percibir la compleja y dolorosa transición del modo de producción capitalista al modo socialista. Porque -como la práctica lo ha mostrado- dicha transición es llevada a cabo en países cuyas economías han sido destruidas, ya sea producto de guerras imperialistas, ya sea por el saqueo descontrolado de los recursos humanos, materiales y financieros por parte de las clases dominantes locales y foráneas.
Por otro lado, las transformaciones que la transición de un sistema a otro conlleva, condicionan el surgimiento de serias dificultades económicas y sociales y, concomitantemente, de fallas en la gestión gubernamental asumida por las nuevas fuerzas sociales y políticas.
Lo que ocurre, particularmente en los primeros tiempos del establecimiento del nuevo poder es, en rigor, una lucha sin cuartel entre las fuerzas del progreso y las, ahora moribundas, del regreso, en un terreno desolado por la destrucción que no puede no dejar su impronta en la realidad cotidiana de toda la sociedad.
Si nos anima aunque sea una cierta imparcialidad, se tendrá que reconocer que las supra referidas fallas son, por lo general, el resultado de causas objetivas, muchas de ellas provocadas, premeditadamente, por los que no desean perder sus privilegios, los cuales -como lo ha mostrado la historia de la humanidad- no dudan en recurrir a los crímenes más abominables para defender sus intereses egoístas y mezquinos, esto es, sus intereses de clase dominante desplazada.
Todo lo referido anteriormente -como sucedió en la Rusia revolucionaria- se ve exacerbado cuando el país en el que ha triunfado un movimiento revolucionario, que le ha doblado la mano tanto al capital interno como al internacional, es el único en el mundo. Peor, todavía, será su situación si, como en el caso de Rusia, el país viene saliendo de una guerra imperialista, con su tejido económico y social enteramente destruido y fuerzas armadas desmoralizadas, con oficiales que, por lo general, profesan una ideología reaccionaria y antipopular.
Más negra será la realidad, para el novel e inexperto poder revolucionario, si, como aconteció en Rusia, el país es arrastrado a una guerra, de la que las potencias imperialistas y las fuerzas reaccionarias de todo el mundo participan activamente, combatiendo al lado de los enemigos internos del nuevo poder Soviético.
Otro importante aspecto que no debe ser ignorado -también de índole objetiva- es el que guarda relación con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de la Rusia de inicios del siglo XX, en la cual, y no obstante el nivel de concentración y centralización del capital, el sector predominante era la agricultura, siendo, por tanto, agrícola la mayoría aplastante de la población del país, con todo lo que ello trae aparejado21.
La URSS surgió como resultado del colapso del imperio ruso en 1917, y, de cierta manera, como forma de restaurarlo, claro está, con un contenido y forma absolutamente distintos.
Dicho imperio se derrumbó, entre otras causas, debido al hecho de que el 1 por ciento de la población tenía en sus manos el 65 por ciento de la tierra, y el 83 por ciento, que vivía de la agricultura, apenas poseía tierra y su explotación ni siquiera rendía para el sustento de sus familias.
Un estudioso de la Rusia de los tiempos que precedieron a la Gran Revolución Socialista de Octubre, eminente psiquiatra y publicista, autor de numerosas obras, Pavel Ivánovich Kovalevski (1849-1923), describe la situación de los campesinos rusos: “Los campesinos a menudo no tienen aspecto de personas. Son sujetos bastante parecidos a los seres humanos: esmirriados, pequeños, pálidos, con cabellos y barba hirsutos. Se visten con trapos de tela o piel de oveja, y en los pies llevan chanclos de paja o trapos. Viven en refugios o en chozas miserables. Amén de su aldea, pocos conocen otro lugar…Estos campesinos trabajan la tierra, producen