Camilo, señor de la vanguardia. William Gálvez
cada vez más difícil situación económica de la familia lo detuvo en octavo grado de la escuela y paralizó la vocación profesional de su vida: “En octubre de 1949, ingresa en la escuela anexa de San Alejandro. Solo permanece allí tres meses, pues no puede continuar los estudios. Debe comenzar a trabajar y su propósito de estudiar escultura queda atrás”. El libro nos ayuda a saber cómo experimentó en carne propia las penalidades de la clase obrera, a la que se incorporó realizando las tareas más modestas y peor remuneradas: “… su primer trabajo fue el de mozo de limpieza en la tienda de ropa El Arte”.
En Estados Unidos, como emigrado por razones económicas, conoció la explotación de sus hermanos latinoamericanos, agrupados allí por las mismas causas: “… en Estados unidos realizó infinidad de trabajos: se empleó como mozo de limpieza, limpiador de cristales, empacador, dependiente de bares y restaurantes”. Pero, además, allí conoció el verdadero significado de los conceptos martianos sobre las entrañas del monstruo imperialista y ya en una carta que escribió en 1954, desenmascara el frívolo rostro maquillado de la sociedad de consumo: “… esto está cada vez peor… no hay trabajo, todo carísimo y, por ende, este frío que parte el alma a cualquiera”.
La narración de su juventud nos lleva a fines de 1955 y principios de 1956, cuando participó en actividades de masas contra la tiranía. Fue herido de bala durante una manifestación estudiantil y fuertemente golpeado en otra, donde terminó detenido por el cuerpo represivo anticomunista que orientaba directamente la Embajada de Estados Unidos en Cuba: “… según nos subían al carro nos daban golpes. Ya dentro me dieron una patada en la cara. En el BRAC, nos tuvieron como seis horas, nos tomaron las huellas, mil preguntas y me retrataron con un cartelito que decía: comunista”.
A partir de este momento –como bien situado queda en el libro–, Camilo completó su convicción de que la insurrección armada proclamada por Fidel contra la tiranía, constituía el único camino para liberar definitivamente a Cuba. Regresó a Estados Unidos y manifestó esa disposición en carta a un amigo, en mayo de 1956: “… mi único deseo, mi única ambición es ir a Cuba a estar en las primeras líneas cuando se combata por el rescate de la libertad”.
Su nombre figuró entre los últimos de la lista del Granma, pues cuando llegó a México no iba enviado por el Movimiento 26 de Julio, solo conocía a uno de los expedicionarios y ya los preparativos estaban listos. En honor a la verdad, Camilo se hizo de un lugar en la expedición por su tenacidad y su singular capacidad de persuasión.
Fue por estos días cuando expresó en una carta su célebre frase “esos que luchan, no importa dónde, son nuestros hermanos”, enunciadora desde entonces del espíritu internacionalista que lo animó hasta su muerte.
En el libro, se narran cronológicamente sus hazañas extraordinarias, primero en la Sierra y después en los llanos del Cauto, hasta culminar en la proeza de la Invasión y en la campaña de Las Villas. De tal manera, en algo más de un año, se convierte en uno de los más destacados comandantes del Ejército Rebelde, grado máximo en nuestra guerra revolucionaria. Su audaz paso por los llanos orientales quedó sintetizado con palabras sencillas en su diario de campaña: “… hemos peleado unas cuantas veces y hemos ganado todas las peleas”.
Pero no solo la dura tensión de las marchas y los combates ocupaban la atención de este jefe insurrecto, aún destinaba tiempo para atender los problemas sociales de la zona, en la que fue un azote para los explotadores y un defensor para los explotados: “… por la noche Camilo realiza un recorrido. Visita a los campesinos y al dueño de la arrocera. Le han informado que los jornales que este paga son miserables y le plantea la necesidad de que pague lo justo o de lo contrario las fuerzas rebeldes apoyarán a los obreros en una huelga”.
A esta etapa corresponden algunos de los intercambios epistolares con el Che, que evidencian la estrecha amistad, la identificación ideológica y la mutua y fraterna consideración que los unía.
El recuento de sus actividades en la entonces provincia de Las Villas, como parte de la épica Invasión, sirve quizá como punto decisivo para demostrar la extraordinaria madurez política que en 1958, con apenas 26 años de edad, había alcanzado Camilo.
Al llegar con sus hombres a esa zona, aplicó ejemplarmente la línea trazada por Fidel de unidad con todos los revolucionarios que combatían a la tiranía, sin exclusiones de ningún tipo.
Su íntima y fraterna relación con los comunistas de la región y las importantes tareas que confió a estos –cuando otros todavía recelaban de ellos por prejuicios ideológicos–, es una prueba irrebatible de la conciencia revolucionaria que, heredada desde la cuna, en su juventud combatiente se había profundizado gradualmente: “… como el territorio era extenso, decidió organizar una columna mixta, compuesta por combatientes de las columnas ‘Antonio Maceo’ y ‘Marcelo Salado’ del Movimiento 26 de Julio y la columna ‘Máximo Gómez’ del Partido Socialista Popular”.
Entre las múltiples reuniones en que participó Camilo con los obreros y campesinos en el norte de la antigua provincia de Las Villas, resaltó la celebración, en el territorio rebelde que comandaba, de un Congreso Nacional de Trabajadores Azucareros, que contó con más de 700 delegados y la constitución de la primera Asociación Campesina de aquel territorio en plena guerra. La satisfacción y alegría que lo embargaban participando en aquel conjunto de actividades obreras, las expresó a Fidel en la carta de la época: “… hoy cuando hablé a los azucareros, sentí una de las grandes emociones de estos años de lucha”.
La lectura sobre la mantenida acción unitaria de Camilo, nos demuestra que esta fue un elemento de gran importancia para acelerar el avance insurreccional en la provincia donde operaba y aproximar el colapso de la tiranía.
De enero de 1959 hasta su desaparición en octubre de ese año, Camilo participó junto a Fidel en las más trascendentales decisiones de la Revolución y tuvo la oportunidad de pronunciar más de veinte discursos pletóricos de patriotismo y entrañable fidelidad a la Revolución y a su máximo dirigente.
Cuando la corriente derechista pequeñoburguesa infiltrada en el movimiento revolucionario trató de frenar el avance del proceso liberador, cuando latifundistas e imperialistas desataron las primeras campañas contra el consecuente castigo a los asesinos y torturadores, y el viejo fantasma del anticomunismo comenzó a ser agitado, Camilo se destacó entre los dirigentes revolucionarios que, con Fidel a la cabeza, promovían y llevaban adelante una solución radical para los tradicionales males de Cuba, cuyo fondo estaba en la dependencia del imperialismo norteamericano y el sistema explotador del capitalismo.
Una de las expresiones de esa vertical posición quedó demostrada en su clara visión sobre la necesidad de armar y entrenar militarmente a la clase obrera, a los campesinos y al resto del pueblo: “… el trabajador quiere armas y nosotros, el ejército, le vamos a dar a los trabajadores esas armas (…) los obreros quieren instrucción militar y nosotros le daremos a esos obreros instrucción militar”.
Por ello, cuando la traición levantó su garra en el entonces regimiento de Camagüey, amparándose en la sucia bandera del anticomunismo, Fidel envía a Camilo, una vez más, como vanguardia, en esta ocasión, para iniciar el enfrentamiento definitivo a una maniobra contrarrevolucionaria, enlazada con otras ya en marcha, como el ametrallamiento a la capital por aviones procedentes de Estados Unidos.
Al seleccionar a Camilo para esta misión tan compleja, Fidel veía en él la más alta representación de la lealtad, la valentía y la audacia, pero simultáneamente, apreciaba en Camilo –para enfrentar un problema de abiertos matices ideológicos–, al dirigente político de sólida e inquebrantable formación proletaria.
Es así como, bajo la dirección de Fidel y junto a este, encabeza la acción de masas del pueblo camagüeyano, con lo cual se consuma el aplastamiento de la intentona reaccionaria y la Revolución reafirma su rumbo inquebrantable.
Unos días más tarde se produjo su trágica desaparición, precisamente cuando regresaba de cumplir tareas de consolidación revolucionaria en la provincia agramontina, convirtiéndose desde entonces en alto símbolo y bandera de la Revolución. El Señor de la Vanguardia de los días