Seis rojos meses en Rusia. Louise Stevens Bryant

Seis rojos meses en Rusia - Louise Stevens Bryant


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Thompson y Raymond Robbins estu­vieron presentes en casi todas las sesiones y mostraron un vivo interés. Robbins a menudo bajaba hasta el lugar de los corresponsales y discutía la situación con nosotros.

      Entre los delegados las personalidades más fuertes eran los tres hombres enfermos: Tcheidze, Tsereteli y Mártov; todos estaban gravemente enfermos de tuber­culosis. Tchedize es un georgiano con ojos de águila, todavía joven; es un moderador extraordinario cuya aguda inteligencia siempre fue capaz de calmar los re­pentinos alborotos que continuamente amenazaban el buen desarrollo del Congreso. Resulta notable que la única noche en que estaba demasiado enfermo para estar presente, ocurrió la ruptura con los bolcheviques. Tcheidze es menchevique y antes había sido profesor universitario.

      Tsereteli también es georgiano y menchevique; en aquel momento era sin duda el hombre más poderoso de Rusia después de Kerenski. El comportamiento de Tsereteli y toda su apariencia son tan asiáticos y se ve casi ridículo en un elegante traje de calle; es imposible no imaginarlo con un largo vestido holgado. Fue miem­bro de la tercera Duma y siete años de trabajos forzados en Siberia quebrantaron su salud.

      Mártov es canoso y cansado; siempre tiene una voz ronca a causa de problemas de la garganta. Sus electores lo quieren mucho y se le conoce en todas partes como un escritor brillante. Exiliado en Francia durante mu­chos años, surgió como una de las figuras principales del movimiento laboral. Políticamente es un menche­vique intemacionalista.

      En medio de aquella reunión extraordinaria brillaba la personalidad impresionante de León Trotski, un verdade­ro Marat; vehemente, serpenteante, agitaba la asamblea como un ventarrón mueve la hierba. Ningún otro hombre provoca tanto alboroto, tanto odio con el más pequeño discurso, utiliza expresiones tan mordaces y, sin embar­go, a pesar de todo esto, conserva su sangre fría. Otro lí­der bolchevique, Kamenev, que me recordaba a Lincoln Steffens, ofrecía un contraste notable. La manera como expresaba sus opiniones tenía tanto de suave como la de Trotski de violenta, áspera e incendiaria.

      Estaba el joven ministro de Guerra, Verkovski, cono­cido como el único hombre de Rusia que nunca era pun­tual a una cita. Es una de las personas más honestas y sinceras que jamás haya encontrado, fue el primero en tener la idea de democratizar el ejército y quien insistió en informar a los Aliados del alarmante estado de áni­mo del ejército ruso; era mejor luchador que orador. A causa de su franqueza, el gobierno provisional lo remo­vió de su puesto.

      De ninguna manera tenemos que olvidar a las vein­titrés delegadas electas regularmente ni, entre ellas, a la notable María Spiridonova, la política más poderosa de Rusia o del mundo y la única mujer que logra emo­cionar a los soldados y campesinos.

      La única cosa que el Congreso aprobó por completo y para la cual dio instrucciones al pre-parlamento, fue la de emitir un llamamiento a los pueblos del mundo que reafirmaba la fórmula de los soviets de la primave­ra anterior a propósito de la paz “sin anexiones ni in­demnizaciones” sobre la base de la autodeterminación de los pueblos.

      Un asunto particularmente espinoso en todos los dis­cursos fue el tema de la pena de muerte en el ejército; siempre causaba una impresión desagradable. El senti­miento de la asamblea era firmemente en contra de su restablecimiento, pero de hecho nunca se sometió este punto a votación.

      La disputa sobre la coalición hundió la asamblea y casi destrozó a Rusia.

      Una resolución de Trotski que decía: Estamos en favor de una coalición de todos los elementos democráticos con excepción de los cadetes, fue aprobada por una mayoría abrumadora y mostró el sentimiento real de país. Hoy en día todo el mundo sabe que el hecho de que no se respe­tara esa decisión ha sido la cosa más trágica del mundo.

      Por desgracia, inmediatamente después de tomar esta resolución llegó la noticia de que Kerenski estaba a punto de dar a conocer su nuevo gabinete, que conte­nía a representantes de los cadetes y varios comercian­tes moscovitas conocidos como particularmente poco favorables a los objetivos socialistas. Tsereteli se fue co­rriendo al Palacio de Invierno y dijo a Kerenski que no se atreviera a ignorar la voluntad del Congreso, que sin la sanción de éste la formación de tal gabinete condu­ciría directamente a una guerra civil.

      En la mañana siguiente Kerenski compareció ante el presidium y amenazó con renunciar; pintó un cuadro tan trágico de la situación del país, que el presidium volvió al Congreso con una resolución para constituir inmediatamente el pre-parlamento, con plenos pode­res para autorizar la constitución de un gobierno de coalición, si se considerase necesario, y admitir en sus propias filas a representantes de la burguesía en forma proporcional a sus representantes en el gabinete.

      Tsereteli, Dan, Lieber, Gotz y otros políticos que apo­yaban al gobierno provisional, hablaron una y otra vez en favor de la medida. Lunarcharski y Kamenev habla­ron en contra del texto diciendo que Tsereteli no había leído la misma propuesta que se había aprobado en la reunión del presidium. Con lo cual Tsereteli perdió su habitual dominio de sí mismo y gritó: “¡La próxima vez que tenga que tratar con los bolcheviques insistiré en tener presentes a un notario y dos secretarias!”

      El bolchevique Nogine gritó en respuesta que le daba cinco minutos a Tsereteli para retractarse; este último per­maneció tercamente silencioso y los bolcheviques se valie­ron de este pretexto para abandonar la asamblea. Dejaron la sala en medio del alboroto más tremendo. Hombres que corrían en los pasillos, gritaban, rogaban, lloraban...

      Esta escisión de la coalición marcó el principio y el fin de muchas cosas; fue un verdadero golpe contra las fuerzas democráticas que se habían reunido para defen­derse durante el intento de golpe de Kornilov. Cuando finalmente se sometió a votación la medida, no se per­mitió el voto secreto a los delegados y aquéllos que vo­taron por la coalición sacrificaron su futuro político. De la noche a la mañana, sobrevenía un gran cambio en esa asamblea, alguna vez tranquila. Cuando Spiridonova se levantó e informó a sus compesinos que esta medida los defraudaba en lo relativo a sus tierras, un rugido hosco y amenazante siguió a sus palabras. Mientras observa­ba ese cambio, me di cuenta del significado real de la aprobación de la medida: la guerra civil, un gran movi­miento de las masas hacia las banderas bolcheviques, el surgimiento de nuevos líderes que realizarían la vo­luntad del pueblo, el hundimiento de viejos líderes en el olvido, el principio de la lucha de clases y el fin de la revolución política...

      En la tarde siguiente una pequeña mayoría aprobó la coalición y los delegados salieron cantando bajo la lluvia, después de planear las elecciones del pre-parlamento.

      EL PRE-PARLAMENTO Y EL SOVIET DE LA REPÚBLICA RUSA

      La primera reunión del pre-parlamento tuvo lugar el 23 de septiembre, en la vieja sala triste de la Duma de la ciudad de Petrogrado, y demostró que la maquinaria socialista moderada todavía conservaba el control por medio de la elección de Tcheidze como presidente. Otra indicación del deslizamiento hacia el ala derecha fue la decisión de discutir en sesión secreta el problema de la constitución del gobierno, a pesar de la protesta unáni­me de los bolcheviques, los mencheviques internacio­nalistas y el ala izquierda de los socialrevolucionarios.

      Durante una sesión secreta, Tsereteli llegó del Palacio de Invierno con un informe de la alianza —apresura­damente concluida— entre los socialistas moderados y la burguesía, anunciando que la burguesía entraría al pre-parlamento en la proporción de cien miembros por cada ciento veinte democráticos, que iban a formar una coalición gubernamental y que el gobierno no se­ría responsable ante el pre-parlamento. Entonces, al ser un hecho la coalición, cada quien se puso a deba­tir violentamente al respecto; “Babushka” —Catalina Breshkovski— puso término a esos debates anuncian­do con voz trémula a las dos de la mañana que la coali­ción era lo correcto porque la propia vida humana está basada en el principio de coalición...

      Al día siguiente un debate acalorado se llevó a cabo sobre la cuestión de la pena de muerte en el ejército, se­guido por apasionados discursos pronunciados todos al mismo tiempo acerca de la coalición, la disolución de la Duma, la paz, la huelga de ferroviarios que amenazaba y la cuestión de la tierra, todo lo cual terminó


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