Leyendas del baloncesto vasco. Unai Morán

Leyendas del baloncesto vasco - Unai Morán


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de la órbita soviética y estuvo a punto de cruzar el charco para probar fortuna en Estados Unidos. Definido por no pocas voces autorizadas como el Gasol de su época, el alero transformó el austero 10 de su espalda en el dorsal preferido por la mayoría de los niños que se iniciaban en el juego de la canasta y fue pieza clave en la promoción de un deporte que empezó a ganar adeptos sin remisión.

      Su gran envergadura hacía casi indefendible al bilbaíno.

      El éxito y la fama, sin embargo, no cegaron a un jugador para el que cada partido de blanco en Bilbao suponía una fiesta y un reencuentro con sus antiguos compañeros del Águilas. Aquellos choques llegaron a reunir a cerca de 3000 personas en las gradas de la antigua Feria de Muestras, cuando esta se ubicaba todavía en la capital y servía de escenario al básquet del más alto nivel. La expectación que generaban el alero y su Real Madrid, para el que perder se había convertido en algo así como la excepción que confirmaba la regla de un equipo casi inexpugnable, sirvió también para dar un empujón al baloncesto en Bizkaia. No en vano, aquellos encuentros pasaron a convertirse en una especie de evento social. «Se me acogía con mucho calor y cariño», confiesa Emiliano, quien no ha perdido la costumbre de visitar su «querido» Bilbao siempre que ha tenido ocasión.

      Más allá del club al que dedicó la mayor parte de su carrera, el alero fue un fijo también en la selección española de la época, al igual que fueron habituales otros vascos de renombre como Ignacio Pinedo, Gonzalo Urquiza, Juan Bautista Urberuaga o Luis Carlos de Santiago Zabaleta. De hecho, Emiliano hizo honor a su condición de estrella y disputó todos los partidos del combinado entre 1958 y 1971, cuando decidió retirarse de la competición internacional porque se le hacían ya «cuesta arriba» las concentraciones de dos meses que exigían los torneos de verano. Su única espinita clavada fue la falta de grandes títulos con España, si bien ganó sendas platas en dos ediciones de los Juegos del Mediterráneo y aún hoy se confiesa «orgulloso» de haber contribuido a éxitos posteriores. «Fuimos la base que permitió conseguir medallas años después», considera.

      PALMARÉS ETERNO

      Emiliano Rodríguez ha sido siempre una de esas personas capaces de llevar con éxito varios proyectos vitales a la vez. En realidad, nunca tuvo para el baloncesto una dedicación única y exclusiva, lo que no fue óbice para que se convirtiera en el jugador más mediático de los años 60. Una vez retirado, su filosofía de vida no cambió. Familia y negocios continuaron siendo sus prioridades, pero tampoco perdió nunca la vinculación con el deporte que lo llevó al estrellato y a cuyo desarrollo ha contribuido también fuera de la cancha, desde distintos prismas y con más o menos éxito.

      Atraído por la comunicación, Emiliano estudió dos años de Periodismo tras abandonar la práctica deportiva. Se convirtió en columnista de periódicos y comentarista de partidos para la televisión, lo que le abrió las puertas de los banquillos. Relevó a Mario Pesquera como entrenador del Valladolid en noviembre de 1983, pero los malos resultados truncaron su aventura y le forzaron a dimitir tan solo mes y medio después. No lo volvió a intentar. Después buscó refugio en el Real Madrid, se implicó de lleno en la carrera electoral de Florentino Pérez y aprovechó la llegada de este a la presidencia para acceder a distintos puestos representativos del club, con la designación de presidente honorífico de la sección de baloncesto como hito.

      Emiliano hizo también camino al margen del básquet. Se introdujo en la política en los albores de la democracia, cuando asumió diferentes cargos de la extinta UCD (Unión de Centro Democrático) en la Comunidad de Madrid. Su mayor implicación, sin embargo, la enfocó hacia el mundo de los negocios. Se especializó en la labor de relaciones públicas y montó su propia empresa de representación, cuya cartera se integra, todavía hoy, por firmas vascas en su gran mayoría. «Aún presto atención personalizada a determinados clientes cuando me lo solicitan», asegura el protagonista.

      Octogenario desde 2017, Emiliano no ha dejado de lograr reconocimientos y galardones por lo que fue. Entre otros, en 2001 recibió el premio Leyenda en la Gala del Deporte de Bizkaia, así como la Medalla de Oro de la Real Orden del Mérito Deportivo otorgada por el Consejo Superior de Deportes. Fueron la antesala a su inclusión en el denominado Salón de la Fama de la FIBA en 2007, una concesión de la Federación Internacional de Baloncesto por su contribución a la popularidad del deporte de la canasta. Y mientras su eterno palmarés crece, el bilbaíno se afana en difundir la cultura del básquet y del madridismo allá por donde va. Según justifica, es algo que aún le «ilusiona».

      EL AVAL

      PIONERO DEL BALONCESTO VASCO…

      Y FIGURA EUROPEA EN LOS AÑOS 60

       NOTAS

       1. Fundado en 1950 por un grupo de estudiantes que habían conocido el baloncesto en Filipinas, el Águilas fue el primer equipo de Bilbao que llegó a la máxima competición. Lo logró en 1958 y se mantuvo en ella, aunque no de forma ininterrumpida, hasta su descenso definitivo en 1976. Además del propio Emiliano y otros jugadores vascos, por sus filas pasaron el norteamericano Miles Aiken o Antonio Díaz Miguel.

       2. La Liga Nacional de baloncesto nació en 1957, aunque sus dos primeras ediciones las disputaron solo equipos de Madrid y Barcelona. No fue hasta la tercera temporada cuando ganaron su acceso clubes de otras provincias, entre los que el Águilas fue pionero.

       3. El neoyorquino Dayton M. Spaulding llegó a Bilbao en 1957. Estaba considerado uno de los mejores entrenadores de baloncesto del mundo y ofreció conferencias en distintos colegios de la capital (Santiago Apóstol, Escolapios e Indautxu), además de sesiones prácticas en el frontón del Club Deportivo.

       4. El jugador fue designado con los votos de los periodistas desplazados al Eurobasket. Recibió como premio un modesto juego de café de porcelana polaca. Años después, el propio Emiliano reconoció que hubiera preferido el coche con el que obsequiaron al máximo anotador del campeonato, el yugoslavo Radivoj Korac.

       5.


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