ApareSER. Víctor Gerardo Rivas López

ApareSER - Víctor Gerardo Rivas López


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de la vida o (en otro tenor) la fecha de un acontecimiento histórico o religioso porque a partir de él se reconoce uno como ciudadano de un país o como creyente que modula su fervor de acuerdo con los ciclos anuales que el calendario ajusta. Así que la fecha tiene la curiosa condición de ser única y cíclica, de mostrar que cualquier día puede ser una inflexión en el devenir aunque no tenga nada de especial fuera del hecho de haberse mostrado así por casualidad, que es lo que le da a la fecha su capacidad de universalizar lo singular aun en contra del orden cronológico del mundo, como lo muestra tal vez mejor que ningún otro ejemplo el que la Navidad se festeje el 25 de diciembre cuando por lógica debería celebrarse el primero de enero pues en esa fecha se supone que “el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn, I, 14). ¿Cómo, pues, se acepta sin mayor problema esta discrepancia? Porque el núcleo configurador de la imagen correspondiente es a tal punto poderoso que en vez de subordinarse al esquematismo del calendario lo sustenta de principio a fin: ante la figura de un niño que nace de una virgen para redimir al mundo, de una estrella que guía a los reyes y pastores y de un coro de ángeles que cantan en las alturas, no hay almanaque que valga.

      Este último comentario hace ver que el sentido ontológico del espacio y la temporalidad es el anverso de la configuración estética, sin la cual ambos factores quedarían en un plano de abstracción tal que no alcanzaría a generar pensamiento alguno fuera del estrecho círculo de los ontólogos que reflexionen sobre ello. Para convertirse en fuerza cultural y en motivo de expresión personal ha menester el sentido de una figura que se revele, se reitere, se proyecte o hasta se desdibuje por completo en medio de las estructuras expresivas que todas las artes proveen conforme con la séxtuple estructura de identidad y significación que acabamos de presentar y que da pie a una serie de combinaciones o entrecruzamientos cuya elucidación nos revierte al conjunto de análisis que la han precedido, que (como ya hemos indicado también) obedecen al imperativo husserliano de ir “a las cosas mismas” para dejar de basar la comprensión del ser en tesis más o menos abstractas cuando lo que el mundo exige es simplemente percibir lo que salta a la vista. Y esta fidelidad a la vivencia estética que nos ha llevado a buscar su reflejo en lo ontológico nos lleva de nuevo al punto de partida, es decir, a la consideración de cómo en una obra en particular el lugar, por ejemplo, se expresa a través de la resistencia (pensemos en la de Acab que le permite ocupar el puesto de mando hasta el final aun cuando sus hombres intuyan mucho antes que los lleva a la muerte). Este doble encuadre del fenómeno puede entonces verse en el despliegue anecdótico de la historia, en el sentimental de los personajes, en el simbólico de la trama o en el axiológico de las acciones, pues en todas estas variantes fenomenológicas la dirección unívoca de una transición tiene que desdoblarse en la de la postura que alguien adopta al respecto (como la pareja de amantes que tañen la guitarra en una de las esquinas de El triunfo de la muerte justo cuando sobre ambos se cierne un esqueleto que los acompaña como una burla a la ilusión del placer erótico o, quizá, como una advertencia de los riesgos que siempre conlleva). Lo ontológico se hace, pues, expresivo solamente cuando sale a la luz a través de la fábrica figurativa, no al revés, por lo que en lo que sigue mantendremos la ambigüedad que ya hemos señalado entre lo estético y lo artístico, ambigüedad que es la de la cultura misma en cuanto sistema de valores existenciales y de símbolos que orientan la interacción del hombre con sus congéneres y con el resto de la realidad en la que hasta lo incidental es decisivo cuando hay una fecha que lo fije dentro de cierta extensión, máxime cuando es inapelable (pensemos en la del nacimiento de Wilbur, el domingo 2 de febrero de 1913 a las cinco de la mañana, que el narrador de Lovecraft registra con admirable precisión para darle a la historia una objetividad que ahondará el horror que anuncia el título). A su vez, la ambigüedad de lo existencial, lo estético y lo artístico nos remite a la del espacio y la temporalidad que lo convierte en factor de la consciencia respectiva, pues de seguro hemos notado cómo al hablar del sentido fáctico de una determinación espacial hemos terminado por expresarla de modo figurado o simbólico sin excepción ya que a través de la temporalidad el espacio adquiere el dinamismo indispensable para expresar las vicisitudes del ser o la riqueza sensible de un fenómeno que en principio se reduciría a un trazo que a duras penas merecería la pena contemplar (como los intrincados ajustes de la plenitud en el Mosaico II de Escher).


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