Del shtétl a la ciudad de los palacios. Natalia Gurvich Okón

Del shtétl a la ciudad de los palacios - Natalia Gurvich Okón


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las leyendas, la poesía o el lenguaje corporal.

      La tradición oral tiene dos fundamentos principales: la identidad cultural, que es la manera en que se concibe una comunidad con respecto a otras, y la memoria colectiva, es decir, los acontecimientos que son parte de su historia, lo que la define ante otras comunidades. La memoria colectiva reafirma la identidad comunitaria, y es frecuente que las narraciones o expresiones orales se vayan modificando o deformando con el paso del tiempo.

      Este primer capítulo se nutrió de la investigación de diversas fuentes escritas, de pláticas con miembros de la comunidad ashkenazi, inmigrantes o nacidos en México y que conocían en menor o mayor grado la lengua y el folklor; además, enteradas de este proyecto, otras personas aportaron diversos materiales, lo cual agradecemos infinitamente.

      Entre los judíos de origen ashkenazi que inmigraron a México, se siguen contando anécdotas y cuentos transmitidos en forma oral y aún se usan expresiones o refranes en ídish. Sin embargo, esta particular riqueza del folklor judío está en riesgo de perderse. Las generaciones más jóvenes, formadas por los hijos o nietos de los migrantes, desconocen el ídish, sus relatos, su fuerza literaria.

      Esperamos que esta pequeña recopilación sirva de motivación para profundizar en este fascinante universo de cultura y despierte curiosidad, reflexiones, interés, evoque recuerdos, permita una mayor comprensión y acercamiento a la cultura ashkenazi; o al menos nos conformamos con que lo disfruten.

      Érase un artesano muy pobre que tenía mujer, 10 hijos y una suegra, todos viviendo bajo el mismo techo. Harto del ruido, el desorden y el hacinamiento, fue con el rabino y le pidió ayuda para resolver su problema.

      Después de escuchar atentamente al artesano, el rabino le dijo:

      −¿Tienes un chivo?

      − ¡Claro que tengo un chivo!

      −Pues mete el chivo a tu casa.

      El hombre se quedó muy intrigado, pero volvió a su hogar y siguió el consejo del rabino. Una semana más tarde, el artesano volvió con el rabino. Se veía exhausto y desesperado.

      −¡Ya no puedo más! −exclamó−. Además de que los niños hacen ruido, lloran y tiran cosas, el chivo se come todo y destruye cuanto encuentra a su paso.

      −Entonces vete a tu casa y saca al chivo −le dijo el rabino.

      Al día siguiente, el artesano fue a darle las gracias al rabino, y le dijo:

      −Ahora sí, sin el chivo, mi casa se siente ordenada y tranquila.

      §

      Un día le avisaron al rabino de un shtétl que había muerto prematuramente Bóruj, un yeshive bójer (estudiante de la escuela rabínica).

      −¿De qué murió? −preguntó el rabino.

      −De hambre.

      −No puede ser. Ningún judío puede morirse de hambre −repuso el rabino−. Si hubiera venido a verme, yo lo habría ayudado.

      −Es que Bóruj se avergonzaba de su lamentable situación.

      −En ese caso, Bóruj no murió de hambre, murió de orgullo.

      §

      Un día se presentó ante el rabino un matrimonio para tratar de dirimir sus problemas. El rabino habló primero con el marido y al escuchar sus quejas, le dijo:

      −¡Tiene razón!

      Después habló con la esposa, quien contó su versión. Tras escucharla cuidadosamente, el rabino le dijo:

      −¡Tiene razón!

      Mientras tanto, la esposa del rabino había estado escuchando todo detrás de la puerta. En cuanto se fue la pareja, ella le comentó a su marido:

      −No te entiendo. Viene el esposo y le das la razón; viene la mujer y le das la razón. No se puede dar la razón a los dos.

      El rabino la miró fijamente unos momentos y luego le dijo:

      −¿Sabes qué? ¡Tú también tienes razón!

      §

      El rabino de una pequeña ciudad polaca envió a su hijo de incógnito para que averiguara la opinión que de él tenían los feligreses. El joven deambuló por calles, tiendas y mercados, en donde escuchó algunos comentarios muy favorables y otros muy negativos sobre la labor de su padre. De regreso a casa, preocupado, relató al rabino los comentarios negativos. El religioso lo tranquilizó diciéndole:

      −No te aflijas, hijo, no es relevante si hablan bien o mal, lo verdaderamente importante es que lo hagan; me preocuparía si no opinaran, pues querría decir que no estoy haciendo bien mi trabajo.

      §

      Un fabricante de jabones fue a la casa del rabino para informarle:

      −He pensado en dejar la religión.

      −¿Por qué? −preguntó el rabino.

      −Se supone que la religión predica la paz, la justicia, la caridad, la humildad y el amor al prójimo, pero yo no veo que nada de esto se lleve a la práctica.

      El rabino le propuso al fabricante salir a dar una vuelta para discutirlo.

      Mientras paseaban, se encontraron con un grupo de niños sucios y andrajosos. Entonces el rabino comentó:

      −Cuando vemos a estos muchachos tan sucios, ¿podríamos concluir que el jabón no es eficaz?

      −¿Cómo quiere que estén limpios si no usan jabón? −dijo el fabricante.

      Y el rabino repuso:

      −Lo mismo sucede con la religión. ¿Cómo pueden obtener buenos resultados si no practican los preceptos?

      §

      Un rabino joven se percató de que uno de los feligreses que solía ir al templo con regularidad había dejado de asistir. Preguntando entre sus conocidos, se enteró de que recientemente se había alejado también de ellos. El rabino decidió ir a visitar a aquel hombre para preguntarle la razón de su distanciamiento. Cuando llegó a su casa, lo encontró frente a la chimenea, mirando el fuego. El hombre saludó y le trajo una silla al rabino, quien se sentó a contemplar el fuego sin decir nada. Después de un rato tomó la tenaza y separó un leño que ardía. Poco a poco el leño separado empezó a apagarse. Ninguno de los dos pronunció una sola palabra. Al cabo de unas horas, el rabino se levantó para irse. El anfitrión extendió la mano amistosamente y le dijo:

      −Gracias, rabino, por su mensaje. Lo comprendí bien, nos vemos en el shul (sinagoga, templo) el próximo Shabes.

      §

      Una viuda pobre fue a casa del rabino muy preocupada a pedirle consejo. Resulta que ese día iba a casar a su hija, pero no tenía candelabros para poner en la mesa de la boda, como era la costumbre.

      −No te preocupes −contestó el rabino−, toma mis candelabros prestados para la ocasión.

      Aquella noche, la rébetzn (esposa del rabino) llegó a casa, y al ver que faltaban sus candelabros, hizo un escándalo porque creyó que se los habían robado.

      −Calma, mujer −le dijo el rabino−. Nadie te robó nada. Los candelabros sólo fueron a iluminar un poco nuestro camino al Óilom Haboh (mundo venidero).

      §

      El rebe jasídico Zusha, de Hanipol, solía visitar la ciudad de Berdichev y siempre se hospedaba en casa del melámed (maestro de la escuela), sin que los dignatarios de la comunidad le hicieran mucho caso. En una ocasión se sintió cansado de caminar y uno de sus discípulos le prestó un magnífico carruaje tirado por hermosos caballos. En cuanto llegó a la sinagoga, los jefes de la comunidad corrieron para invitarlo a que se hospedara con ellos. El rebe se negó:

      −He venido muchas veces a Berdichev, pero ésta es la primera invitación


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